NUESTRA SEÑORA DE CARACAS





Nuestra Señora de Caracas
Esta es la imagen a la que se refiere don Aristides Rojas,
que estuvo colocada en la esquina de la Catedral Metropolitana
y luego trasladada al Museo.
Colección de la Galería de Arte Nacional


Cuando Arístides Rojas escribió sus Leyendas Históricas de Venezuela y la Crónica de Caracas, lo hacía para un público conocedor; las familias de Caracas eran las mismas que las del siglo XVIII y los padres y abuelos de sus lectores habían vivido la Guerra de Independencia. Lo que hizo Rojas fue darle una base documental a las historias conocidas. Su trabajo es producto de la investigación histórica y no copia de viejas consejas familiares. Los escribidores de viejas crónicas del siglo XX escribían para forasteros recién llegados a Caracas, sea del interior de la República o desde Europa y América Latina.

Ahora, de la Leyendas Históricas de Venezuela (OCI, Caracas, 1972), tomo la explicación que nos da Arístides Rojas del cuadro de Nuestra Señora de Caracas que ilustra este artículo y al final presento otra versión de la advocación creada por el Obispo Diego Antonio Diez Madroñero para dotar a Caracas de una patrona.


“Creada la Virgen ¿cómo figuraría en el lienzo o en la escultura, para que fuese reverenciada de los fieles y reconocida de las generaciones? Desde luego era necesario que descollaran al lado de la Virgen algunos de los patronos venerados en la ciudad, y que aquélla sintetizara a Caracas en sus diversas épocas. ¿Cómo hacer esto? Opinaban unos por colocar en el retablo que representara a Nuestra Señora, a San Sebastián, a San Mauricio, a San Pablo y a San Jorge, como primitivos abogados de Caracas en sus primeras necesidades; opinaban otros por darle cabida solamente a las santas y sabios doctores de la Iglesia. En esta situación estaban las cosas, cuando el Obispo invita a los devotos y devotas de Caracas, y presentándoles la cuestión en la sala de su palacio, les obliga a escoger el cortejo que debía acompañar a la Virgen bajo la nueva advocación de Nuestra Señora Mariana de Caracas. Debían figurar en el cuadro la ciudad de Caracas, el escudo de armas concedido por Felipe II y reformado por Carlos III, y los patronos y patronas que en diversas épocas la habían favorecido.
Después de una discreta y prolongada discusión, hubieron de triunfar al fin las mujeres sobre los hombres, haciendo que el Obispo aceptara, entre los cuatro personajes que debían acompañar a la Virgen, a tres santas de las protectoras de Caracas, y el asunto del retablo quedó decretado de la siguiente manera: arriba, en las nubes,, descollaría la Virgen coronada por dos ángeles; a la derecha de María, Santa Ana, su madre, patrona de la Metropolitana de Caracas; y después el Apóstol Santiago, patrono de la ciudad. A la izquierda de la Virgen, estarían Santa Rosa de Lima y Santa Rosalía; la primera, como representante de los estudios eclesiásticos, al fundarse, bajo su advocación, el Seminario de Santa Rosa en 1673; y la segunda, como abogada contra la peste, por haber salvado de ella a la capital en 1696. En derredor de este grupo se colocarían los ángeles de la corte celestial que celebran a María, debiendo llevar en las manos cintas en que estuvieran los diversos versículos de las letanías. Y para para representar a la antigua Caracas, en medio de los ángeles debía aparecer un querubín que presentase a la Reina de los Cielos el escudo de armas concedido por Felipe II a la Caracas de 1591.Consistía éste, como hemos dicho alguna vez, en un a venera que sostenía un león rampante coronado, en la cual figuraba la cruz de Santiago.
Arriba de todas la figuras colocaría el lema que dice: Ave María Santísima, para recordar la concesión hecha por Carlos III a la ciudad en 1763, mientras que abajo estaría Caracas con la fisonomía que ostentaba en esta época.
Diversos pintores dieron a luz sus obras, y fueron aceptadas. El primer retablo, cuyo destino ignoramos, estuvo en la capilla de la Caridad, contigua al derribado templo de San Pablo. El segundo fue colocado en la esquina de la Metropolitana, y está hoy en el Museo”


Luego del fallecimiento del Obispo Diego Diez Madroñero (1769), la devoción por Nuestra Señora de Caracas se fue debilitando. Su sucesor, Mariano Martí, trató de revivirla sin ningún éxito, y poco a poco se fue desvaneciendo. Los cuadros permanecieron en donde habían sido colocados hasta la persecución religiosa desatada por Antonio Guzmán Blanco. Como apunta Arístides Rojas, la que estaba expuesta en la esquina de la Metropolitana (esquina de La Torre) pasó al Museo Nacional y hoy puede ser admirada en la Galería de Arte Nacional, en la Av. México.

LA OTRA VERSIÓN

Hay otra pintura que perteneció al Ayuntamiento y que aún existe, pero, luego de siglos de abandono y descuido, permaneció roída de alimañas hasta que en 1953 fue repintado burdamente, al gusto de de los perezjimenistas, que no apreciaban el arte colonial. Hoy se puede ver en el Concejo del Municipio Libertador (esquina de Las Monjas, Caracas).

¿Qué observamos en el cuadro, además de la simbología religiosa? Pues la ciudad de Caracas como lucía en la segunda mitad del siglo XVIII, vista desde el oeste. Al centro, está la Plaza Mayor con las canastillas para el mercado construidas por órdenes del gobernador Ricardos; al frente, la Catedral con su torre bien alta. Frente a la plaza, a la derecha del espectador, se ve la cuadra donde estaban el palacio del obispo (hoy Palacio Arzobispal) y en la esquina, con una pequeña cúpula, la Universidad. Al fondo, la torre pertenecía a la Iglesia de la Candelaria y la que está cerca de la Catedral correspondía a la de San Mauricio (hoy Santa Capilla).





Nuestra Señora de Caracas. Óleo sobre tela pegada a tabla.
Escuela de los Landaeta. Circa 1775
Colección Fundación John Boulton, Caracas


Aquí vemos a Nuestra Señora de Caracas, sin la corte de patronos, pero con un significado más interesante: María está acompañada del Padre Eterno y por detrás de las nubes hay una escala al cielo. En la cinta que pende de la cruz de seis brazos se lee: Consolatrix caracensis. No aparece el escudo de Caracas, pero la ciudad se aprecia de norte a sur, sin mucha nitidez en la representación de la edificaciones, podemos ver al centro la Catedral; hacia el fondo una torre que corresponde a la Ermita de San Pablo; a la extrema derecha el cerro El Calvario con su capilla. En primer plano la Iglesia de Altagracia, y entre ésta y la torre de la catedral, se ve la de san Mauricio. Hacia la izquierda está la torre de la Iglesia de la Candelaria. Este cuadro se puede apreciar en el Museo  de la Fundación John Boulton al lado del Panteón Nacional, donde también se aloja la colección de antigüedades de Aristides Rojas.








Fuente: http://lecturas-yantares-placeres.blogspot.com/2012/07/nuestra-senora-de-caracas.html

ORIGEN DEL ESCUDO DE ARMAS DE CARACAS


El Escudo de Armas de Caracas 

El Escudo de Armas de Caracas fue solicitado por el Ayuntamiento de Caracas y comisionado al Procurador General Don Simón de Bolívar (ascendiente del Libertador) para pedirlo al Rey Felipe II, quien acordara su emisión en 1591. En este emblema aparecen un león de perfil puesto en pie y sosteniendo una cruz centrada en una concha marina topada por una corona. Este escudo fue posteriormente alterado por el Rey Carlos II en 1766 para incluir una borla que lee “Santiago de León de Caracas” y “Avemaría Santísima Sin Pecado Concebida En El Primer Instante De Su Ser Natural”

Los símbolos que aparecen en el escudo de Caracas, con el que asociamos el nombre de Santiago de León de Caracas, tienen significados legendarios y a veces insospechados. Esta simbología es muy representativa del momento histórico en el que se situaba la corona de España cuando se fundó la ciudad en 1567. Los reyes católicos habían incorporado la antigua Orden de Santiago a la corona en 1493, a sólo un año del descubrimiento de América; decisión que había sido solidificada por orden papal en 1523. La Orden de Santiago, surgida desde el siglo XII en el antiguo Reino de León debe su nombre al patrón nacional de España, Santiago el Mayor, el apóstol Santiago, o San Jacobo, cuyos restos por creencia piadosa e indemostrable se encontrasen en lo que hoy es Galicia. La orden por muchos años tuvo por fin custodiar la ruta de peregrinación a los restos del santo que hoy conocemos como Camino de Santiago. El nombre Santiago de León de Caracas es por lo tanto muy significativo en su momento y el escudo que posteriormente se le confiriera expresa muy bien el sentir de esta denominación.

La Cruz de Santiago existía desde las Cruzadas y en su forma más simple era dibujada como una convergencia de tres cruces cuya asta central toma la forma de una espada. Esta cruz aparece en muchos emblemas medievales fuertemente asociada con la emblemática santiaguista tal vez porque este apóstol fuera decapitado con una espada y por el carácter militar de la Orden de Santiago. La Cruz de Santiago es mayormente conocida de la misma forma como se presenta en el escudo de Caracas, con las dos cruces laterales transformadas en flores de lis y la cruz superior en forma acorazonada. De ser dibujada en colores, la cruz siempre debe aparecer de gules (rojo intenso).

La Concha de Venera, o vieira, es un popular símbolo santiaguista que enmarca la cruz. También resulta ser un buen símbolo marino que define la conquista del Nuevo Mundo y aparece en muchos escudos de la casa real Católica-Habsburga, pues también simboliza al propio hogar o terruño. Al encerrar la Cruz de Santiago dentro de la vieira, se pretende simbolizar al Santo Mayor de España que lleva nuestra capital por nombre. La concha frecuentemente se representa con líneas que convergen en su parte superior, lo cual viene a simbolizar los múltiples caminos de peregrinación que convergen en Santiago de Compostela.

La corona puesta sobre el escudo evidentemente se relaciona con la Corona Española. Es una corona abierta, de 4 puntas o florones, tres de ellas a la vista y la cuarta partida en dos mitades una a cada lado; conocida como la Corona Real. Históricamente, esta sencilla corona en el escudo de Caracas es correcta ya que Felipe II, quien reinaba al ser fundada la ciudad, adoptó esta corona para sustituir a la imperial, cerrada y más ostentosa; y rigió dicha corona por varias descendencias.

El León en el escudo de Caracas tiene especial significancia. No sólo la ciudad fue nombrada Santiago de León por su fundador Diego de Losada (oriundo de Zamora, en las inmediaciones de la Provincia de León, donde fue educado); sino que los símbolos heráldicos de la Corona Española llevaban invariablemente el castillete y el león de pie, representando la cuna del Reino de Castilla y León. Este león de pie y de perfil luce sus cuatro patas y melena y está ligeramente inclinado hacia adelante y exponiendo su lengua de fuego. El símbolo fue utilizado en los escudos de Alfonso VI del reino de León desde el siglo 11, cuando esta ciudad aún no llevaba este nombre, ya que era denominada “Legionem” (Legión en latín) y más bien pareciera que la simbología llegó a prevalecer antes que el nombre del reino de León. El león púrpura (color imperial) permaneció como símbolo de escudería por siglos y fue adoptado por los Reyes Católicos al ser Castilla y León las primeras comarcas del reino. Aún hoy, la ciudad de León mantiene un sencillo escudo con el león púrpura y la Corona Real abierta, ambos símbolos idénticos a los del escudo de Caracas.

A pesar de que los símbolos contenidos en el escudo heráldico de Caracas pueden encontrarse en muchos otros escudos de la época, el diseño de este escudo es de gran originalidad. Normalmente los símbolos se encuentran dispuestos en diferentes secciones del escudo. Es evidente que el artista que llevó a cabo por primera vez el diseño del escudo de Caracas en San Lorenzo del Escorial, representó el nombre de la ciudad utilizando las imágenes heráldicas de mayor significado para crear un especial impacto visual; disponiendo además en forma explícita los símbolos a modo de composición: el león tomando la vieira con la Cruz de Santiago, Santiago de León. El escudo fue adoptado por toda la provincia y posteriormente por la Capitanía General de Venezuela y la Primera República de Venezuela. Nuestro país luego adquirió el escudo que conocemos actualmente, conservando nuestra capital el emblema heráldico de Santiago de León de Caracas como el escudo que obtuviera prácticamente desde su fundación.

Jorge L. Muñoz-Jordán






Fuente: Caracas en retrospectiva

SANTIAGO DE LEÓN DE CARACAS



Hoy  conmemoramos otro año de la fundación de nuestra querida y sufrida ciudad. Cuenta la historia que un 25 de Julio de 1567, el conquistador español, Diego De Lozada fundó la Ciudad de Santiago de León de Caracas- 453 años después de aquel acontecimiento… aquí estamos.



Antecedentes de la Fundación de Caracas

Los españoles descubrieron las costas venezolanas en el siglo XV, durante el año1498 y comenzaron con su colonización en estas regiones. Pero no fue sino hasta el siglo XVI, en 1558, que se aventuraron a expandir su colonización a otras áreas, haciéndose el primer intento en lo que hoy es conocido como la ciudad de Caracas.

Antes de la llegada de los españoles, el territorio donde hoy se encuentra la ciudad estaba habitado por indígenas de la etnias Arawak y Kariña. Estos al igual que otros aborígenes de Venezuela eran defensores de su libertad, de sus tradiciones y de sus costumbres familiares.

El nombre Caracas proviene de la tribu que habitaba uno de los valles costeros contiguos a la actual ciudad por el norte, el Valle de Los Caracas, topónimo aún vigente, que por ser indios conocidos y tratados por los españoles asentados en la isla perlífera de Cubagua en sus expediciones esclavistas a esas costas entre 1528 y 1540, se hizo palabra usual entre estos españoles del oriente del país como topónimo de referencia para toda la zona y con ello se generalizó el nombre a las tierras del área de Caracas.

 Los antecedentes de la fundación de Caracas se originan en el hato ganadero de San Francisco, que en 1560 estableciera el mestizo Francisco Fajardo (Hijo de Francisco de Fajardo, Teniente de Gobernador de Margarita, y de la cacica guaiquerí Isabel, nieta del cacique Charayma de la costa de Maya) en la provincia de Caracas. Dicha fundación se hizo a partir de otra población previa fundada en la costa de Caracas por el mismo Fajardo, y como consecuencia de sus intentos de poblar el valle de los Toromaimas o de San Francisco, para apoyar y defender la explotación de minas de oro descubiertas el año previo en el área cercana de Los Teques, donde habitaba el indómito cacique Guaicaipuro de estos indios Teques. Fajardo partió dos veces, en 1555 y 1558, desde Margarita, su isla natal, para fundar ciudades en Tierra Firme, usando su familiaridad y amistad con los indios que poblaban las costas nor-orientales y nor-centrales de Venezuela, y aprovechando la ventaja de dominar la lengua de los indios Caracas, sus parientes de la costa.

Cuando Juan Rodríguez Suárez llegaba al hato de San Francisco, la comarca estaba en guerra contra los invasores españoles, y a diario era atacado el hato con las consiguientes pérdidas de personas y animales. Con el objeto de fortalecer aquella instalación y utilizarla como base estratégica para la futura conquista del territorio, Rodríguez Suárez la convierte en Villa de San Francisco, nombra alcalde y regidores, y reparte tierras entre los soldados.

Dicha fundación de San Francisco no sobrevivió al ataque de los indios de las etnias Teques, Mariches, Toromaimas y otros de la provincia, confederados por el legendario cacique Guaicaipuro, que poblaban los valles centrales montañosos y costeros, quienes la queman a mediados de octubre de 1561. Por esto, Diego de Losada, conquistador español , siguiendo una Real Cédula emitida en 1563 (a raíz del despoblamiento de San Francisco) que ordenaba su reedificación, puebla el lugar en 1567, con el nombre de Santiago de León de Caracas.

La ciudad experimentaría un gran crecimiento dando oportunidades y riquezas convirtiéndose 10 años después de su fundación en cabeza de la provincia, ya que debido al clima y a su efectiva defensa montañosa contra corsarios y piratas, el gobernador Juan de Pimentel la hace su residencia, cuando llega a Venezuela desembarcando en Caraballeda, ciudad vecina en la costa, en 1576. Dicha residencia en Santiago de León implicó en la práctica el tercer cambio de la capital administrativa de la provincia de Venezuela, de Coro en la costa occidental del país (ciudad fundada en 1527) a El Tocuyo en 1545 y después a Caracas en 1578.

Desde entonces esta ciudad mantuvo la capitalidad de la provincia de Venezuela o de Caracas y a finales del siglo XVIII, con los cambios administrativos realizado por el Imperio Español lo sería de la Capitanía General de Venezuela, conformada por las Provincias de Nueva Andalucía (Cumaná), Provincia de Mérida-Maracaibo, Provincia de Trinidad, Provincia de Margarita, Provincia de Barinas, Provincia de Guayana y la propia Provincia de Caracas o de Venezuela.





viernes, 24 de julio de 2020

SIMÓN BOLÍVAR 237 AÑOS DESPUÉS







“Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro" 


Tal día como hoy naciste y mueres cada día, pero llegara el momento en que finalmente descanses en paz y todos como hermanos podamos seguir adelante. 

Hoy las lágrimas brotan de tu alma y tu tristeza evidencia la pretensión de un régimen que para desviar y alejar a los compatriotas de las realidades que viven y sufren, son capaces de sacarte provecho político, hasta de tus propias cenizas.

Sosiego a tus restos y paz a tu alma.



SIMÓN JOSÉ ANTONIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD BOLÍVAR Y PALACIOS PONTE ANDRADE Y BLANCO

24 de Julio 1783 - 24 de Julio 2020





CUANDO LA TORMENTA PASE,...





CUANDO LA TORMENTA PASE,...



Cuando la tormenta pase,
y se amansen los caminos,
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.
Con el corazón lloroso
y el destino bendecido,
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.

Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.

Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.

Ya no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Ya no tendremos desidia
Seremos más compasivos.

Valdrá más lo que es de todos
Que lo jamás conseguido
Seremos más generosos
Y mucho más comprometidos

Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.

Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.

Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.

Y todo será un milagro
Y todo será un legado
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.

Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.



Descripción

(Poema atribuido a la Kathleen O'Meara, escritora y biógrafa irlandesa-francesa, conocida bajo su seudónimo Grace Ramsay, supuestamente escrito hace más de dos siglos.)





MENSAJE PARA TU NIÑO INTERIOR




MENSAJE PARA TU NIÑO INTERIOR

A veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos controlar.

Percibimos que el instante mágico de aquel día pasó y que nada hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su arte.

Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día y que todavía existe dentro de nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos.

 Podemos reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz. Ese niño que fuimos un día continúa presente.

Bienaventurados los pequeños, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo.

Existen muchas maneras de suicidarse. Los que tratan de matar el cuerpo ofenden la ley de Dios. Los que tratan de matar el alma también ofenden la ley de Dios, aunque su crimen sea menos visible a los ojos del hombre.

Prestemos atención a lo que nos dice el niño que tenemos guardado en el pecho. No nos avergoncemos por causa de él. No dejemos que sufra miedo, porque está solo y casi nunca se le escucha.

Permitamos que tome un poco las riendas de nuestra existencia. Ese niño sabe que un día es diferente a otro.

Hagamos que se vuelva a sentir amado. Hagamos que se sienta bien, aunque eso signifique obrar de una manera a la que no estamos acostumbrados, aunque parezca estupidez a los ojos de los demás.

Recuerden que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios. Si escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a brillar.

Si no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con la vida... 


PAULO COELHO



LIBRE ALBEDRÍO, ELECCIÓN Y LIBERTAD




“Libre albedrío, Elección y Libertad”
Gustavo Antillano


Los seres humanos somos los únicos que elegimos de acuerdo con nuestra idiosincrasia, a diferencia de los animales, que responden a la programación de sus instintos, (aunque en ocasiones se comporte como un animal más).
Elegir es lo que hacemos siempre, aún en los casos extremos, donde parezca muy limitada la posibilidad de hacerlo. Elegir nos hace libres. Aun estando en prisionero se puede elegir cómo vivir en esa circunstancia. La posibilidad de optar nos hace especiales, y de esta condición nace la moral. 
Las elecciones tienen consecuencias y somos responsables de las nuestras. Cuando elegimos actuar frente a una agresión, una injusticia, lo hacemos de acuerdo con las pautas que nos rigen, con nuestra moral. Según lo hagamos, queda manifiesta nuestra calidad humana: podemos huir o enfrentar, rechazar o aceptar, construir o destruir. Aún no actuar, es, obviamente, una elección… 
Nuestra vida es la oportunidad que se nos da para desarrollar y ejercer esa cualidad a la que a veces no le damos la importancia que merece. En cualquier circunstancia que el destino o el azar nos hayan impuesto, siempre está en nuestras manos cómo respondemos frente a ello, y es ahí donde se encuentra el verdadero alcance de nuestro libre albedrío. 
Si nos encontramos en difíciles circunstancias y nuestra razón nos dice que este entorno de nuestra vida no es lo que deseamos, nos queda siempre en nuestras manos el poder de tomar distintas decisiones para cambiar nuestra realidad.
Si por esas cuestiones que no manejamos nos faltan los brazos al nacer o los perdemos en un accidente, podemos optar entre que nos alimente para siempre otra persona o aprender a hacerlo con nuestros propios pies (afortunadamente sobran ejemplos de esta espectacular capacidad de adaptación y coraje).  
Podemos optar por convertirnos en uno de los obedientes y sumisos soldados de la revolución, podemos elegir emigrar a un país lejano, podemos optar por abandonar lo poco que tenemos y arriesgarnos a subir a un barco que ni alcanzamos a entender hacia dónde nos puede llevar, o podemos en cambio sentarnos a esperar que todo cambie.
Son muchas las elecciones que podemos hacer (y de hecho las hacemos cotidianamente) y será cada una de ellas las que imperceptible o bruscamente vayan trazando el camino que seguiremos. 
El libre albedrío y la capacidad de razonamiento son aptitudes invalorables que nos diferencian de los animales en la medida en que nos dan el poder de dejar de ser pasivos y convertirnos, en cambio, en protagonistas de lo que a veces mal llamamos Destino (como si fuera éste totalmente generado por el azar y las circunstancias que determinaron nuestro nacimiento en un lugar y tiempo dado). 
Sin duda no podremos cambiar todo lo que nos condiciona, pero sí lo que depende de nuestras múltiples elecciones. 
En definitiva: no podemos modificar el dónde, el cuándo y el cómo nacemos, eso corresponde a un orden que está fuera de nuestro alcance y no comprendemos, pero sí está en nuestras manos decidir cómo respondemos a esas circunstancias y en ello está nuestra calidad y forma de ser que nos identifica y distingue. 
Llevando este concepto a la actualidad y pensando en próximas elecciones, quizás sea atinado decir que podemos optar entre lamentarnos cuestionando las injusticias y corrupción de las sociedades en que vivimos, aislándonos en un mar de inacción que nada positivo aporta, o, en cambio, podemos elegir construir con cada una de nuestras pequeñas y grandes acciones, el camino práctico y moral que nos acerque a esa soñada libertad.

@gantillano



ESFUERZO VS. RESULTADO





“Esfuerzo vs. Resultado”
Gustavo Antillano 


Me causa gracia y hasta algo de pena cuando escucho a mi alrededor hablar del gran esfuerzo, del inmenso trabajo realizado para lograr alcanzar un objetivo.

Desde mi punto de vista es completamente inútil  justificar los propios resultados amparándose en el esfuerzo realizado, más cuando los supuestos logros, no son más que resultados parciales e insustanciales. Justificar el esfuerzo solo por el esfuerzo, sin logros reales y de impacto, no es más que una estupidez que pretende engañar al ego.

Personalmente me parece irrelevante exaltar el esfuerzo sin considerar los resultados. Es mucho más interesante y útil lo que logró alcanzar; lo que hago y como lo hago es parte del proceso que adquiere sentido y dimensión en la medida que logramos alcanzar el éxito en lo que nos proponemos. 
El esfuerzo, en si mismo, es una mala medida del éxito. Los resultado, por otro lado, son incontestables: están, o no están.

Si te descubres a ti mismo explicando lo mucho que te has esforzado, prueba a cambiar el foco de atención: ¿Qué es lo que estás obteniendo?

Opino que es poco relevante, todo el "gran trabajo que has hecho", todas las "horas inacabables" que has dedicado, o todo el "esfuerzo desproporcionado" que has realizado...

¿Para qué? ....¿Estás consiguiendo realmente el tipo de resultados que deseas?

Esa es, para mi, la medida de tu éxito.

Cuando no logras lo que quieres, en vez de estar justificando en el esfuerzo realizado, analiza lo que estás haciendo, quizás no es lo correcto.

Vivimos en una cultura que premia el esfuerzo por encima del resultado, una vez y otra...
Las personas dicen "He dedicado una gran cantidad de horas a este proyecto", o "Me he entregado con cuerpo y alma"... pero muchas veces se olvida lo verdaderamente relevante: Después de haber hecho esa inversión de tiempo, dinero, energía,... ¿qué se ha logrado?

Me interesa mucho más una persona que consigue el mismo resultado con un menor esfuerzo que una persona que realiza un gran esfuerzo en sí mismo. Esforzarse el doble, o el triple, no es una variable determinante del éxito.

"No he conseguido nada, pero me he esforzado tanto, que merezco el reconocimiento"... Bueno, no comparto esta visión. No se trata de premiar lo que uno hace, sino lo que se consigue con cada acción.

No obstante el esfuerzo encierra un valor en sí mismo, si logramos aprender de nuestros éxitos y fracasos. Entender lo que hemos hecho bien, tanto como lo que hemos hecho mal, nos ayuda a ser mucho más eficientes y efectivos en el logro de nuestros objetivos.

Hay personas que creen que si se esfuerzan mucho van a ser necesariamente exitosos. Yo digo que no, que se gana andando en la dirección correcta. ¿De qué sirve esforzarse mucho en abrir la puerta equivocada?

Si quieres ganar el doble, no tienes que trabajar el doble. Si quieres ganar diez veces más tienes que trabajar en algo "diez veces" diferente,... no trabajar diez veces más.

Cambia la perspectiva y cambiarás tus resultados.

@gantillano


jueves, 16 de julio de 2020

LA MAGDALENA DE PROUST



Marcel Proust no sólo detiene el tiempo, sino que ausculta las emociones que se diluyen en él, que escapan como agua entre las manos en milésimas de segundos y que constituyen lo más esencial de nuestra propia conciencia. Lo más importante en la vida ocurre en instantes inaprensibles.

“Por el camino de Sawnn” (fragmento)

"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es justamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que la sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad y entrarla en el campo de su visión.

Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades? Intento hacerle aparecer de nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tomé la primera cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez la sensación fugitiva. Y para que nada la estorbe en ese arranque con que va a probar a captarla, aparto de mí todo obstáculo, toda idea extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa suprema. Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor aún reciente del primer trago de té y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder anda a una gran profundidad, no sé el qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.

Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquel, intenta seguirle hasta llegar a mí. Pero lucha muy lejos, y muy confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se confunde el inaprehensible torbellino de los colores que se agitan; pero no puedo discernir la forma, y pedirle, como a único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero el sabor, y que me enseñe de qué circunstancia particular y de qué época del pasado se trata.

¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá desciende otra vez, quién sabe si tornará a subir desde lo hondo de su noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en su busca. Y cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdelena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria, no sobrevive nada y todo se va disgregando! ¡Las formas externas también aquélla tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdelena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el porqué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."

Marcel Proust
Fragmento de “Por el camino de Swann”
En busca del tiempo perdido