Los seres humanos somos los únicos que elegimos de acuerdo
con nuestra idiosincrasia, a diferencia de los animales, que responden a la
programación de sus instintos, (aunque en ocasiones se comporte como un animal
más).
Elegir es lo que hacemos siempre, aún en los casos extremos,
donde parezca muy limitada la posibilidad de hacerlo. Elegir nos hace libres. Aun
estando en prisionero se puede elegir cómo vivir en esa circunstancia. La posibilidad
de optar nos hace especiales, y de esta condición nace la moral.
Las elecciones tienen consecuencias y somos responsables de
las nuestras. Cuando elegimos actuar frente a una agresión, una injusticia, lo
hacemos de acuerdo con las pautas que nos rigen, con nuestra moral. Según lo
hagamos, queda manifiesta nuestra calidad humana: podemos huir o enfrentar,
rechazar o aceptar, construir o destruir. Aún no actuar, es, obviamente, una
elección…
Nuestra vida es la oportunidad que se nos da para
desarrollar y ejercer esa cualidad a la que a veces no le damos la importancia
que merece. En cualquier circunstancia que el destino o el azar nos hayan
impuesto, siempre está en nuestras manos cómo respondemos frente a ello, y es
ahí donde se encuentra el verdadero alcance de nuestro libre albedrío.
Si nos encontramos en difíciles circunstancias y nuestra
razón nos dice que este entorno de nuestra vida no es lo que deseamos, nos
queda siempre en nuestras manos el poder de tomar distintas decisiones para
cambiar nuestra realidad.
Si por esas cuestiones que no manejamos nos faltan los
brazos al nacer o los perdemos en un accidente, podemos optar entre que nos
alimente para siempre otra persona o aprender a hacerlo con nuestros propios
pies (afortunadamente sobran ejemplos de esta espectacular capacidad de
adaptación y coraje).
Podemos optar por convertirnos en uno de los obedientes y
sumisos soldados de la revolución, podemos elegir emigrar a un país lejano,
podemos optar por abandonar lo poco que tenemos y arriesgarnos a subir a un
barco que ni alcanzamos a entender hacia dónde nos puede llevar, o podemos en
cambio sentarnos a esperar que todo cambie.
Son muchas las elecciones que podemos hacer (y de hecho las
hacemos cotidianamente) y será cada una de ellas las que imperceptible o
bruscamente vayan trazando el camino que seguiremos.
El libre albedrío y la capacidad de razonamiento son
aptitudes invalorables que nos diferencian de los animales en la medida en que
nos dan el poder de dejar de ser pasivos y convertirnos, en cambio, en
protagonistas de lo que a veces mal llamamos Destino (como si fuera éste
totalmente generado por el azar y las circunstancias que determinaron nuestro
nacimiento en un lugar y tiempo dado).
Sin duda no podremos cambiar todo lo que nos condiciona,
pero sí lo que depende de nuestras múltiples elecciones.
En definitiva: no podemos modificar el dónde, el cuándo y el
cómo nacemos, eso corresponde a un orden que está fuera de nuestro alcance y no
comprendemos, pero sí está en nuestras manos decidir cómo respondemos a esas
circunstancias y en ello está nuestra calidad y forma de ser que nos identifica
y distingue.
Llevando este concepto a la actualidad y pensando en próximas
elecciones, quizás sea atinado decir que podemos optar entre lamentarnos
cuestionando las injusticias y corrupción de las sociedades en que vivimos,
aislándonos en un mar de inacción que nada positivo aporta, o, en cambio,
podemos elegir construir con cada una de nuestras pequeñas y grandes acciones,
el camino práctico y moral que nos acerque a esa soñada libertad.
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