“No
existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que
nos hace libres”
Carlos Fuentes
En el plano cotidiano, el concepto de libertad es distinto según
como lo interpretamos. Para unos, la libertad consiste en escapar a la
esclavitud del consumo y a la tiranía del capitalismo. Para otros, libertad es
el derecho a hacer o decir cuanto les venga en gana sin más límite que los que
impone la libertad del prójimo o la ley común establecida y mayoritariamente
aceptada. Es de suponer que para algunos la libertad constituye un derecho sin
límites, absoluto, y para otros, en fin, sólo tiene aplicación en pequeñas
cuestiones como elegir una camisa roja o azul.
En esto de la libertad, como en tantas otras cosas, se busca
un ejercicio exterior, aparente, ficticio. Se busca la libertad de hacer, de
decir y de pensar. Para la mayoría, la libertad es sacudirse el yugo
condicionante de las presiones externas, de las circunstancias, de las
alineaciones o de otras personas. ¡Qué pocos se dan cuenta todavía de que la
mayor esclavitud es la de la propia mente! ¡Qué pocos ven en el juego de los
sentidos esa circunstancia condicionante que anula nuestra propia libertad!
¡Qué pocos aun los que aciertan a ver en su propio ego el tirano dictador que
los oprime!
La libertad de palabra y de pensamiento no es verdadera
libertad. Hacer en cada momento lo que a uno le viene en gana no es verdadera
libertad. Poder desnudarse en público tampoco es libertad. Como tampoco lo es
ser monarca, detentar poder o poseer inmensas riquezas. Ni siquiera renunciar
al mundo puede considerarse una total liberación.
La auténtica libertad no es meramente política y económica.
La verdadera libertad es el dominio sobre sí mismo. La verdadera libertad
consiste en librarse del egoísmo y de los deseos; de los gustos y de los
disgustos; de la lujuria, de la avaricia, de la cólera y de los miedos. Las
pasiones, deseos y miedos son quienes verdaderamente esclavizan al hombre. Es
su mente la causa de su falta de libertad y de su infelicidad.
Son muchos hoy los que claman por libertad, pero cuesta
trabajo creer que esas voces entiendan muy bien toda la dimensión del concepto.
Se lucha denodadamente por conseguir pequeñas libertades, pero eso es todo. Las
libertades por las que muchos luchan hoy, otros las disfrutan desde hace tiempo
y no por ello han desaparecido sus miserias y desdichas. ¿O es que la libertad
política y sexual o la independencia económica liberan de enfermedades, dudas,
angustias y temores? Los hombres nos liberamos de unas esclavitudes y caemos en
otras. La verdadera libertad es liberarse de sí mismo. Hasta que el hombre no
consiga trascender las limitaciones de su mente no habrá emancipación ni
libertad.
Es cierto que hay que reformar y perfeccionar lo externo. No
es menos cierto que hay que someter y controlar lo interno. Algunos dicen:
"En una sociedad libre y justa siempre reinaría la paz y la
felicidad". Tal vez, pero una sociedad nunca será justa mientras no lo
sean los hombres que la formen. Y la justicia del hombre no se consigue
legislando, sino purificando el corazón. Del mismo modo, una sociedad nunca
será libre mientras que los individuos que la componen sean esclavos de su
ambición y sus pasiones. Si queremos una sociedad justa, formemos hombres
justos. Si queremos una humanidad en paz, hagamos que la paz reine en el
corazón de cada hombre. Si queremos un mundo libre, liberémonos de nuestros
deseos egoístas y de nuestras pasiones incontroladas. Si queremos reformar la
sociedad, reformémonos a nosotros mismos. La sociedad quedará automáticamente
reformada.
Uno puede haber conseguido todas las licencias del mundo,
pero seguirá prisionero de su propio cuerpo. Y además embutido en el rígido
corsé de los hábitos. Y maniatado por sus apetencias y necesidades. Y vigilado
por su eterno guardián: el ego. En estas circunstancias, ¿puede considerarse
libre un hombre porque puede gritar?
Vivir es caminar hacia la libertad. La vida es una
oportunidad que se nos da para liberarnos de nuestras miserias. Es preciso
emplearse cuerdamente y no gastar la energía en salvas. Uno debiera practicar
con perseverancia, con fe y con ilusión, preparándose con paciencia, no para
ganar las pequeñas batallas de las libertades, sino para ganar la guerra de la
auténtica liberación.
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