“En todas partes se cuecen habas, pero nadie se anima a estrangular al ‘maître’”
No me puedo quitar de la cabeza la frase de Mafalda, veo a estos granos cociéndose a fuego lento y pienso que se parecen mucho, pero que mucho, a la gente común. Sí, a ese montón de granos insignificantes en que nos hemos convertido los ciudadanos de este país y que estamos en manos de los que mandan -o sea, los chefs y ‘maîtres’ del lugar- que han decidido darle más fuerza al fuego para cocinarnos bien. Para que estemos muy, pero que muy, rehogados. Al fin y al cabo, los de a pie sólo somos eso, minúsculos y sencillos granos, que nada tienen que ver con sus señorías Los Gourmets: Il Parmegiano, la Reyna Trufa, su majestad el Tomate RAF, Don Bellota y Míster Foie.
Somos nosotros esos pequeños granos, los que nos levantamos cada mañana y si tenemos suerte vamos a nuestro puesto de trabajo y si no, a la cola de abasto, nos dedicamos a sobrevivir en medio de esta gran torta en la que han convertido a este país. Un lugar en el que hemos pasado a ser personajes o marionetas de un circo de quinta categoría, en el que unas veces nos toca hacer equilibrios con la bicicleta para no caer al abismo; otras, convertirnos en simpáticos enanitos para intentar arrancar sonrisas en mitad del desánimo generalizado, y otras, actuar como ilusionistas y funambulistas capaces de jugar con las piezas de la miseria sin morir en el intento. Somos eso: habas, caraotas, frijoles, en este circo de la vida en el que chefs y ‘maîtres’ deciden que hacer con nosotros, mientras nos cuecen a fuego lento.
Todo eso bulle en mi cabeza cuando me dispongo a cocinar un puñado de simples y sencillas caraotas negras.... Y me acuerdo de Mafalda, y de su frase, y pienso que algún día las habas nos pueden sorprender y hacer su pequeña revolución. Y acabar matando a los Gourmets y -parafraseando a la pequeña y creativa niña, estrangulando al ‘maître’.
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