Pensamiento pop: ni doxa ni episteme
Una de las objeciones que inmediatamente puede surgir frente a nuestra propuesta de filosofía pop es que esta nueva forma de entender el quehacer filosófico renuncia a aquello que desde siempre ha sido el caballo de batalla de todo pensamiento que se pretendía filosófico: la lucha frontal y abierta contra el sentido común. La filosofía ha empezado siempre justamente en su diferencia, definida esta como superación y oposición, con el sentido común. Pensemos en Platón y su clara y fuerte distinción entre doxa y episteme: la primera es expresión de un pensamiento bajo, ocupado en sombras e imágenes falsas de la realidad, la Cosa; la segunda, por el contrario, expresión del pensamiento que piensa aquello que realmente vale la pena ser pensado, la verdad, la Idea. Descartes, por su parte, también muestra enfáticamente la necesidad de que el pensamiento se separe de todo lo que lo aleja de la certeza: una vez más, la Idea versus la Cosa, res cogitans versus res extensa. Así, pues, el hombre común y silvestre, el hombre de la calle, esto es, aquel que no ha sido iniciado en los secretos de la Academia filosófica, piensa desde, a partir de, en y para el sentido común. En este sentido, exigirle a la filosofía que retome las fuentes de la cultura popular pareciera que es, al mismo tiempo, conducirla a que realice la más extraña de las alianzas posibles, la alianza con su Némesis. Esta traición terminaría siendo el fin de la filosofía. ¿Asistimos en la actualidad a la muerte de la filosofía como algunos han sostenido? Creo enfáticamente que no.
¿Cómo escapar, salir, de esta paradoja? Ya Deleuze mostraba que la paradoja no implica el cese del pensamiento, sino aquel punto en el que se enfrenta con algo que lo hace padecer y, gracias a ello, lo activa. ¿Cómo superar, entonces, esta paradoja? Es necesario tomar conciencia de que con ella nos enfrentamos a una falsa oposición, a una elección cerrada pero ilusoria. La filosofía clásica nos ofrece dos opciones: la doxa o la episteme; es decir, el pensamiento filosófico o el pensamiento del sentido común. Es esta dicotomía la que la filosofía pop pretende dejar atrás. Desde nuestra perspectiva ambas opciones terminan siendo en última instancia las dos caras de una misma moneda; ambas representan una versión dogmática del pensamiento: del lado elevado, el pensamiento filosófico sometido a un ideal que determina qué es filosofía y cómo debemos pensar; del lado bajo, el pensamiento del sentido común sometido a los clichés y modas de la época que hacen del pensar un ejercicio bobo de reconocimiento y repetición. En ambos casos, el pensamiento se mantiene inactivo pues simplemente se busca que se adecue a modelos previamente determinados: ideas o tópicos. Es por esto que Deleuze sostiene que solapadamente, subterráneamente, siempre ha existido una alianza entre filosofía y sentido común, y que, por ello, todo el ruido que han hechos los filósofos al exigirnos elevarnos más allá de la doxa ha sido simplemente una excusa para mantener el estado de cosas tal cual se encontraba. Lo hemos señalado ya, lo que está detrás de la preservación de un ideal o de un tópico es una pretensión/posición de poder.
La filosofía pop entonces mantiene la intención, el impulso filosófico originario -distinguirse de la doxa– pero no propone la misma forma de realizarlo. Es claro que la propuesta platónica de alcanzar la episteme, propuesta que se ha mantenido en la tradición occidental al menos hasta Hegel, es una expresión poderosa de pensamiento metafísico. Y este, evidentemente, es el representante más significativo de la forma de interioridad de la filosofía. La filosofía pop al conminarnos a recuperar la cultura popular está, como ya lo hemos señalado anteriormente, enfrentándose directamente con esta forma de interioridad metafísica que sostiene a la filosofía clásica. Por ello, la filosofía pop, a pesar de que exige con todas sus fuerzas, con todas sus voces, la lucha frontal, la distinción, la crítica del sentido común, jamás propone, bajo ninguna circunstancia, que esta separación nos lleve hacia el cielo de la episteme. Como hemos señalado líneas arriba, sentido común y filosofía clásica constituyen la alianza más terrible para el pensamiento; contra las dos debe luchar un pensamiento que busque emanciparse. Pero, entonces, una vez más, ¿qué opción nos ofrece la filosofía pop frente a la clásica dicotomía doxa–episteme? Recuperando el sentido literal del término “paradoja”, la filosofía pop nos propone justamente pensar siempre paradójicamente. “Para” implica “ir en contra de”, y “doxa”, significa, básicamente, “sentido común”. De esta forma, el pensamiento paradójico nos invita a pensar siempre en contra de la opinión establecida, en contra de los tópicos, clichés, modas; en contra de la estupidez, de la necedad, del dogmatismo, es decir, en contra de toda visión que desde el sentido común del hombre común en una ciudad común, se considere como la normal, como el “así son las cosas”. El pensamiento paradójico se pregunta en cambio: ¿por qué no podrían ser de otra manera? ¿De cualquier manera? ¿De un modo inimaginable? ¿Inaceptable? ¿Pervertido? El pensamiento paradójico propone un nomadismo del pensamiento, frente a las dos formas sedentarias de pensar: el sentido común y la filosofía clásica.
Nuestra exposición precedente debe llevarnos a plantear entonces una diferencia fundamental. Es claro que la cultura popular no se identifica con la episteme o con la filosofía clásica: hemos visto que la primera constituye el afuera relativo último de todo saber, mientras que la segunda es la forma de interioridad de la filosofía. No obstante, no es tan claro por qué el sentido común no se identifica con la cultura popular. Es esta la identidad que debemos evitar, pues si no lo logramos haríamos del pensamiento paradójico la expresión acabada del sentido común; creando así una nueva forma de legitimar los poderes establecidos: una nueva alianza monstruosa, tal vez más terrible que la de la filosofía clásica y la opinión. Tratemos entonces de deshacer el lazo que, desde el sentido común, une a la cultura popular con el sentido común. Pensemos paradójicamente esta relación. Como ya hemos señalado, el sentido común se identifica con el orden de cosas establecido, con aquello que los ciudadanos de buena voluntad consideran lo normal, lo bueno, lo aceptable; lo que cae tal vez bajo la infame categoría de lo “políticamente correcto”. Ahora bien, la expresión misma “sentido común” encierra una contradicción, ¿cómo puede ser algo sentido y común al mismo tiempo? Lo sentido, concepto que pertenece a la misma familia de términos como afecto, pasión o sentimiento parece ser, por el contrario, siempre singular. ¿Es posible que dos cuerpos sientan lo mismo? Si fuese posible, ¿cómo saberlo? Bueno, justamente la idea de “sentido común” alude a que es posible, para los hombres y mujeres de buena voluntad, alcanzar un punto tal de coincidencia que sus sentidos se hacen comunes, es decir, que se ubican bajo una regla común. Esta regla común para el sentido eleva por encima de las experiencias singulares un conjunto de tópicos o clichés que unifican u homogenizan la multiplicidad de experiencias que se dan en el tiempo. Las telenovelas, los reality shows, los libros de autoayuda, muchas películas de Hollywood, los periódicos y noticieros, los blogs, el marketing y la publicidad, y un largo etcétera son fábricas de sentido común, grandes maquinarias instaladas para producir sentimientos, ideas, modos de vida que sean representativos del ciudadano promedio. El triunfo de la doxa es, como sostenía Deleuze, el triunfo de la estupidez, es decir, de la incapacidad del individuo para pensar y sentir por sí mismo, sin someterse al aplastante poder de los tópicos y los clichés. Así, retomando palabras de Jean-Luc Nancy, podríamos decir que hay dos formas de entender el sentido: por un lado, como lo que se siente, el sentir el mundo; por el otro, desde una visión más metafísica, como un objetivo, meta o ideal al que se aspira y que, por ello, le otorga sentido a nuestra vida. Tanto el sentido común como la filosofía clásica, ponen el segundo sentido de la palabra “sentido” por encima del primero: lo fundamental no es la manera en que uno siente -afecto singular- el mundo, sino, más bien, la manera en que uno se adecúa a un sentido -ideal universal- del mundo. Esta segunda acepción dicta la norma y esta siempre determina lo normal y con ello lo moral.
La cultura popular, por su parte, tal como la hemos venido definiendo, no se identifica con la norma normal y moral, es decir, con aquello que defiende el sentido común; sino con las experiencias singulares y múltiples que los individuos creadores tiene del mundo. El arte pop no es el arte clásico, pero tampoco es la reproducción mecánica del sentido común. Está en el medio y tiene la función, cual máquina de guerra, de hacer estallar ambas representaciones: ¿quién podría decir que el urinario de Duchamp representó las exigencias del arte académico de aquellos años? Nadie. ¿Quién podría decir que el urinario de Duchamp representó el sentido común de sus contemporáneos? Nadie. ¿A quién representó entonces? A nadie. La obra de Duchamp constituye lo que Deleuze llama un acontecimiento. Un acontecimiento es algo que pasa pero que no está contemplado dentro de las condiciones de lo posible; un evento, tomando palabras de Nietzsche, inactual, es decir, en contra del tiempo presente pero a favor de un tiempo futuro; un suceso que rompe con los estados de cosas establecidos, tanto desde el punto de vista del sentido común como del punto de vista de la Academia. De esta manera, el urinario de Duchamp no fue algo representable, ni significante ni simbólico, fue la expresión de un poco de experiencia pura; de tal forma que, como hemos visto, hizo estallar la forma de interioridad del arte al incluir en él un elemento no artístico, haciendo al mismo tiempo que el arte entre en relaciones con el afuera relativo que constituye la cultura popular y con ello que roce el afuera absoluto: lo real. La obra de Duchamp cuestionó el sentido constituido del arte -sentido como ideal- y nos enfrentó a un nuevo nacimiento del arte y, con ello, a un nuevo nacimiento del mundo -sentido como afecto, experiencia-. Desde ese entonces, al menos para los creadores artistas el mundo fue otro. El pensamiento del arte también.
¿Y la filosofía? Los casos presentados en la sección anterior -Zizek y Onfray- son, a mi juicio, dos ejemplos representativos de que la filosofía está alcanzado su propio límite. La Universidad Popular de Caen fundada por Onfray es una máquina de guerra contra la Academia, pero también contra el sentido común; los libros de Zizek sobre el cine tienen una función semejante; los libros del mismo Deleuze también lo hacen. En lo popular podemos hallar la materia para construir indefinidos mundos, múltiples perspectivas, nuevas formas de subjetivarnos, impensables maneras de relacionarnos… la cultura popular, siempre que no se somete a la Academia y que no se alía con el sentido común constituye el plano de inmanencia desde el que puede brotar una nueva forma de hacer filosofía (filosofía pop) y con ello una nueva forma de pensar.
Fuente: Filosofía Pop(ular) ~ cartografías del pensamiento
Especialmente dedicado para aquellos que se quedaron con la idea de la ideología escolástica y que desprecian al resto de los mortales por creerse intelectualmente superiores.
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