Bosques
(...) entonces, invité a mis padres a almorzar en casa.
Celebraba que mis hijos habían regresado de viaje
y que había perdido un concurso literario.
Compré Aves del Paraíso, calas blancas
que coloqué en un viejo jarrón de la familia
contra la pared roja de la sala-comedor, recién pintada.
Preparé calamares en su tinta, porque recordé que cuando niña era un plato de grandes ocasiones
–es tan laborioso, exige tanta paciencia.
Lo acompañé de arroz blanco al modo de Colombia
y de una ensalada de lechugas y manzanas
que improvisamos al momento con Jimena.
Puse sobre la mesa el mantel más vistoso que tenemos,
una carpeta marroquí (?) de tonos ocres,
y la vajilla heredada de mi pasado matrimonio.
Había una fuente con uvas y ciruelas,
las frutas favoritas de mi madre,
tan dulces, tan heladas.
En la mesa, ya sentados, los hijos y los nietos,
brindamos por los momentos que la vida de alegría ofrece.
Mi padre quiso decir unas palabras.
Cuando uno es joven y sueña,
desea grandes cosas,
Algunas se cumplen y otras no, la mayoría
son sólo sueños. Luego pasan los años,
lo escuchábamos hablar,
lo único que cuenta, si uno cuenta,
si uno vuelve la espalda y mira
lo que hemos dejado,
donde hubo bosques
y el mar que se veía,
para juntos celebrar este encuentro
que al final recordaremos
por encima del llanto
y la lección amarga.
Yolanda Pantin
(Del libro La épica del padre, 2002)
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