Cuando los problemas nos agobian solemos pensar que nuestra vida siempre mejorara en el futuro. Nos convencemos de que la vida
será mejor después de cumplir los 18 años, después de tener pareja, de
mudarnos, después de conseguir un mejor empleo, después de…. Pero a pesar de
conseguir estos logros nos sentimos frustrados,
los problemas persisten y el deseo de
cambiar nuestra realidad permanece, entonces pensamos; ciertamente nos
sentiremos más felices cuando salgan de esa etapa. Nos decimos que nuestra vida
será completa y seremos realmente
felices cuando suceda tal o cual cosa, pero la verdad es que no hay mejor
momento para ser feliz que el presente. Si no es ahora, ¿cuando?
Por largo tiempo sentí que la vida estaba a punto de
comenzar, la vida de verdad. Pero siempre había un obstáculo en el camino, algo
que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda
que pagar; entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta de que estos
obstáculos eran mi vida.
Si la vida es una carrera de obstáculos y la felicidad es un
camino, entonces hay que asumir los obstáculos como retos en donde la felicidad
reside en experimentarlos intensamente y
sacarles todo el aprendizaje que nos
brindan, por amorosos o dolorosos que sean.
Esta perspectiva nos ha ayudado a ver que no hay camino a la
felicidad: la felicidad es el camino. Debemos atesorar cada momento, mucho más
cuando lo compartimos con personas especiales y recordar que el tiempo no
espera a nadie. No esperes para aprender que no hay mejor momento que este para
ser feliz. La felicidad es un trayecto, no un destino.
Seneca decía que se
es feliz cuando no se necesita la felicidad y que cuando surge el anhelo de la felicidad
comienza el sufrimiento. Este
sufrimiento tiene que ver con la resistencia a ser lo que somos. Hay que empezar
por aceptar quienes somos. La aceptación
es el primer paso para fortalecer nuestra autoestima, esto nos abre una gama de
posibilidades al conectarnos con nuestros sentimientos. Mientras rechacemos lo que somos no abriremos la conexión al corazón y nos quedamos
empantanados en el ruido mental.
Aquí les dejo un ejemplo práctico;
¿Cual es la diferencia entre una persona que sabe nadar y
una que no sabe nadar?
La que sabe nadar tiene la certeza de que no se va
ahogar, mientras que la que no sabe
nadar, tiene incertidumbre. Y el pánico que va unido a esta incertidumbre,
detona la desesperación que ocasionara que la persona se ahogue.
Internamente es la misma situación. Cuando tengo la certeza
de que pase lo que pase, mi paz interior es inmutable ... A la hora de que me
caigo en un mar de emociones negativas, esa paz interior me llevara fluir, que
seria simbólicamente “flotar”, eso es ver la felicidad como camino ... De lo contrario
si yo no tengo fe, me siento vulnerable, a la hora que caigo en ese mar de
emociones, empiezo a resistirme , y ese manoteo es lo que ocasionara el
sufrimiento que representa el “ahogarme” desconectándome de la felicidad.
Hoy tenemos una tarea pendiente, reconectarnos con nuestras emociones, ponernos el
salvavidas de la fe y la más importantes,
ser felices.
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