La felicidad, al fin y al cabo, es una actividad original hoy en día.
Queda demostrado al tener que ocultarnos para disfrutarla.
La felicidad hoy es como el crimen de derecho común: niégalo siempre.
No vaya diciendo, así, sin mala intención, ingenuamente: "Soy feliz". Porque se topará enseguida, al rededor suyo, con su condena en bocas caninas.
"Conque es usted feliz, joven. ¿Y qué piensa de los huérfanos de Cachemira, de los leprosos de Nueva Zelanda que no son felices, eh?"
Y de repente, nos volvemos tristes como mondadientes.
Pero a mí me parece que hay que ser fuertes y felices para ayudar a la gente en su desgracia.
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