A
los romanos les debemos muchas cosas: el derecho y parte de la organización
política son algunas de ellas.
Durante
todo el Imperio Romano, que abarcó desde la fundación de Roma hasta la caída de
Constantinopla, hubo numerosas etapas, algunas francamente mejorables, pero
otras muy interesantes. Yo prefiero quedarme con la época senatorial; en la que
un romano prefería morir a faltar a su palabra o a perder el honor.
En
esta época estaban muy en boga lo que llamaban los romanos “virtudes”.
Distinguían entre dos tipos de virtudes: las personales, que cada uno debía
cumplir en privado y en público, y las públicas, que eran aquellas virtudes que
se esperaba que una sociedad tuviera.
Los
individuos no tenían virtudes públicas, pero con sus elecciones personales sí
eran responsables de que las sociedades en las que participaban tuvieran estas
virtudes. Hablamos de justicia, libertad o paz. En esta oportunidad quiero
referirme a una virtud personal en particular, cuyo concepto desgraciadamente
se ha perdido: es la “Auctoritas”.
Auctoritas
es la cualidad por la cual una persona se hacía merecedora del respecto de los
que la rodeaban a través de la experiencia, y la realización plena y completa
durante mucho tiempo de otras virtudes: la Pietas, y la Industria.
Pietas
era el respeto por los valores sociales de la república, y por la cultura;
estos dos incluían el respeto por la Triada Capitolina y los antepasados, como
manifestación de la religión. Pero la Pietas no era apenas un respecto social o
cultural: también exigía el respecto por los que te rodean.
Industria
era la capacidad de trabajar duro durante toda la vida para obtener tus
objetivos.
Por
lo tanto, para tener auctoritas, un romano debía labrarse una historia personal
de trabajo, esfuerzo, experiencia y respeto por una serie de valores, así como
respeto por las personas. Podías tener poder –potestas- o incluso poder
absoluto -imperium-, pero el hecho de tener potestas en ningún momento
aseguraba ni un ápice de auctoritas.
En
el día de hoy tener Auctoritas se
refleja en el hecho de que la gente te escuche y acepta lo que dices no porque
tienes el poder, sino porque tú, personalmente, tienes todo un registro de
trabajo duro, de esfuerzo, de respeto, de sacrificio, y de conocimiento, que
hace que la otra persona, que se siente respetada, piense “si fulanito lo dice,
es porque es cierto”.
Actualmente
se escriben cientos de libros sobre gerencia, gestión y liderazgo, pero
tristemente hemos olvidado algo que los antiguos romanos sabían: auctoritas no
es lo mismo que potestas. El hecho de que puedas dar ordenes no significa que
alguien las vaya a obedecer. La gente hace algo bien si de buena fe cree en ello,
y en el que lo propone.
Si
bien es cierto que mediante la aplicación de medidas coercitivas se pueden
conseguir algunos resultados, las consecuencias y rechazo por las órdenes
ejecutadas por obligación forzada, no generan nunca resultados positivos.
Es
gracioso y triste a la vez como algunos todavía se preguntan ¿Sí somos la
autoridad y tenemos el poder absoluto porque
no me obedecen? La respuesta es obvia: Puedes tener potestas, pero ni
sospechas que es la auctoritas.
¿Cómo
tener auctoritas? Respeta y escucha a los que te rodean. Adquiere conocimiento,
aprende de todo y de todos. Demuestra trabajo duro, responsabilidad y respeto
durante años. Y cuando adquieras la potestas, no solamente no debes perder todo
esto, sino además debes ser un ejemplo para todos. Y verás como todos creerán
en ti, y lucharán juntos para conseguir los objetivos.
@gantillano
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