“Solamente
la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su
verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en
realizar la Verdad”
Juan Pablo II
Si, de pronto, alguien nos preguntara: “¿Qué es lo real?”,
primero nos sentiríamos un tanto perplejos; después, le mostraríamos con total
seguridad lo que tuviéramos a mano a modo de contestación. Pero la pregunta va
más allá de nuestra visión natural, es una pregunta que requiere algún sentido
perceptivo más de los cinco que siempre hemos considerado.
La realidad debe ser algo que subyace y da sentido a lo
real. Está debajo de las cosas, siendo ellas, pero sin reducirse a ellas. La
realidad aparente se nos aparece primeramente como lo más próximo a nosotros.
Lo que esta lejano se hace real cuando se acerca y se convierte, de alguna
manera, en cotidiano. Quizá sea ésta la primera experiencia que tenemos de la
realidad como las cosas que nos rodean. Un numerosísimo grupo de personas creen
hasta el final de sus días que esa es la única realidad.
Hay un segundo
momento en el que captamos a los otros como presencias en persona. Sucede así
cuando el otro se desliza en mi mundo y me mira: ¿Qué es ese objeto inquietante
en virtud del cual yo cobro otra dimensión diferente ante mí mismo, de tal
manera que “me veo porque me ve”?” (Sartre)
¿Cuál es la razón por la que los seres humanos nos hacemos
este tipo de preguntas sobre la realidad? ¿No es suficiente con lo que se llama
la visión natural del mundo? ¿La realidad es algo en sí misma o sólo nuestra
percepción?
Puede que todo provenga de la interna búsqueda de la
verdad. Pero, no hay un sendero hacia la
verdad, ella debe llegar a uno. No hay dos verdades. La verdad no es del pasado
ni del presente, es intemporal; y el hombre que se acoge a cualquier doctrina y
cita la verdad de Buda, de Mahoma, o de Cristo, o aquel que comulga y se
identifica sin una búsqueda interior propia, no encontrará la verdad. La
repetición es una mentira.
El ser humano no puede acercarse a la verdad a través de
ninguna organización, ningún credo, sacerdote, o ritual, ni a través de alguna
técnica filosófica. Tiene que encontrarla a través del espejo de las
relaciones, a través de los contenidos de su propia mente, de la observación, y
no a través del análisis intelectual o la disección introspectiva. El hombre ha
construido en sí mismo imágenes (religiosas, políticas, personales) como una
valla de seguridad. Estas se manifiestan como símbolos, ideas, creencias. La
carga de estas imágenes domina el pensamiento del hombre, sus relaciones y su
vida diaria. Estas imágenes son la causa de nuestros problemas pues dividen a
los seres humanos.
La verdad no puede ser acumulada. Lo que se acumula es
siempre destruido; se marchita. La verdad no puede marchitarse jamás, porque
sólo podemos dar con ella de instante en instante, en cada pensamiento, en cada
relación, en cada palabra, en cada gesto, en una sonrisa, en las lágrimas. La
verdad no tiene morada fija, la verdad no es continua, no tiene lugar
permanente. Es siempre nueva; por lo tanto es intemporal. Lo que fue verdad
ayer no es verdad hoy, lo que es verdad hoy no será verdad mañana. La verdad
está en enfrentarse de un modo nuevo a la vida.
¿Puede la verdad ser hallada en un medio particular, en un
clima especial, entre determinadas personas? ¿Está aquí y no allá? ¿Es tal
persona la que nos guía hacia la verdad, y no otra? ¿Existe, acaso, guía
alguno? Cuando la verdad es buscada, lo que encontramos sólo puede provenir de
la ignorancia, porque la búsqueda misma nace de la ignorancia.
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