El poder revolucionario se transforma insoslayablemente en
régimen totalitario y requiere del empleo, como política de Estado, de la
violación y negación de los derechos humanos, el terror y la represión, los
campos de concentración y exterminio,...
Aunque no pocos autores, doctrinas e ideologías sustentan la
idea de las “refundaciones políticas y sociales”, o la creencia, siempre desmentida
por la realidad, de que se puede crear ex novo una nueva sociedad, un nuevo
tipo de poder, un nuevo hombre sin relación alguna con el pasado, vale decir,
rompiendo de manera violenta y abrupta con la cultura ancestral, la historia
nos enseña cómo las “revoluciones” no son capaces de eliminar el pretérito de
los pueblos. El presente ya se estaba forjando en el pasado, y el futuro no es
más que el resultado de este presente destinado a convertirse en pasado. El
progreso es evolutivo, dialéctico, con avances y retrocesos. Cada etapa
contiene los rasgos y elementos de la siguiente. La realidad humana es
compleja, capas que se superponen. El inconsciente colectivo de los pueblos es
prueba irrefutable de ese principio de realidad.
Las revoluciones políticas y sociales, -no importa cuales
sean las ideologías esgrimidas para su justificación-, se inspiran en esa
errónea concepción antropológica y sociológica, según la cual, reitero, se
puede hacer tabla rasa con el pasado y
reinventar al hombre y a la sociedad conforme a un modelo supuestamente
“perfecto” como si se tratase del “conejillo de indias” incapaz de resistirse a
las manipulaciones de laboratorio. Por esa razón, una vez conquistado y
controlado el poder del Estado, los actores del “proceso revolucionario” en
lugar de gobernar para aliviar los males e injusticias sociales, las promesas
que les permitieron contar con el apoyo y entusiasmo de mayorías, se empeñan en
cambiar al hombre y a la sociedad. [1]
De allí que para forzar la realización de esa “utopía” ante
la resistencia que siempre produce entre los hombres la pretensión de cambiar
radicalmente sus tradiciones, costumbres, y sistemas de creencias y valores, el
poder revolucionario se transforme insoslayablemente en régimen totalitario y
requiera del empleo, como política de Estado, de la violación y negación de los
derechos humanos, el terror y la represión, los campos de concentración y
exterminio, los GULAG, el paredón, el lavado de cerebro, la mentira y
desfiguración de la realidad.
“En una revolución- escribe Saúl
Below- una aristocracia era privada de los privilegios y se procedía a
distribuir éstos de nuevo. ¿Qué significaba la igualdad? ¿Acaso que todos los
hombres eran amigos y hermanos? No; quería decir que todos pertenecían a la elite.
Matar era un antiguo privilegio. Por eso las revoluciones se empapaban de
sangre. ¿Guillotinas? ¿Terror? Solo un comienzo…nada. Llegó Napoleón, un
gángster que bañó de sangre Europa. Llegó Stalin, para quien el verdadero
premio gordo del poder era el libre disfrute del asesinato. El poderoso
disfrute de consumir la respiración de los hombres en sus mismas narices,
tragándose sus caras como un Saturno. Eso era lo que realmente parecía
significar la conquista del poder” [2]
“En la política de Hitler –dice
Rüdiger Safranski –la locura destruye la realidad. Eso es más que una simple
mentira en el sentido de la negación de la realidad, y también es más que
inducción al error. Ahí está la catástrofe de la libertad” [3]
Al final la historia demuestra el fracaso de las
“revoluciones”: setenta años de socialismo autoritario (comunismo) en la Ex
Unión Soviética no hicieron cambiar ni a la sociedad ni al hombre ruso. Hoy el
panorama en los países que conformaron esa unión de repúblicas es desolador,
pues los pueblos no aprenden de los totalitarismos sino el temor y la
desconfianza, el disimulo, la indignidad, la adulación, la pérdida de la
iniciativa individual (piénsese en la
Cuba castrista y castrada, lo que ocurrirá cuando desaparezca de la faz de la
tierra Fidel Castro). El nacionalsocialismo en Alemania sólo duró doce años, el
psicópata Hitler había pronosticado para el Tercer Reich mil años. El costo de
ese totalitarismo no puede olvidarse: cinco millones de judíos asesinados,
cuarenta y cuatro millones de muertos en la segunda guerra mundial provocada
por el régimen nazi.
Y es que como dice Eric Fromm “se puede hacer casi cualquier
cosa a un hombre, pero sólo casi. La historia de la lucha por la libertad es
prueba de este principio”.
Henrique Meier
Notas:
[1] El sociólogo
Tulio Hernández en su artículo dominical en el diario El Nacional alude a los
diez años que pronto tendrá el régimen chavista, tiempo en el que no ha logrado
imponer su pretendida revolución bolivariana y socialista: “Probablemente, la
realidad nos está diciendo que las revoluciones –que en esencia son la
imposición por la fuerza de un proyecto político al resto de la sociedad –son
incompatibles con la democracia –que exige el diálogo, convivencia con los
diferentes, alternancia en el gobierno y pluralismo en su ejercicio –y que si
no se toma uno de los dos caminos a plenitud, si nos quedamos en el medio, el
juego se tranca y la sociedad se empantana”. El Juego Trancado. Domingo 7 de
agosto de 2007, Sietedías.
[2] Bellow, Saúl
(2005). El Planeta de Mr. Sammler. Traducción Rafael Vázquez Zamora.
DEBOLS!LLO. España, p. 143
[3] Safranski,
Rüdiger (2002). El Mal o el Drama de la Libertad. Traducción de Raúl Gabás. TusQuets Editores.
Barcelona, España, p 243.
Henrique Meier Abogado
/ Profesor y Coordinador del Postgrado en Derecho Corporativo en Dirección de
Estudios de Postgrado de la Universad Metropolitana, Venezuela. / / Twitter:
@MeierHenrique / E-mail: hmeier@unimet.edu.ve
Soberania.org
- 16/12/11
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