El Carnaval es tiempo de libertad y libertinaje que alcanza
su plasmación el Miércoles de Ceniza. Tras el desenfreno y la locura, llega el
período de cuaresma y los tristes días de la semana.
La historia del Carnaval es la historia de una lucha por la
libertad o, lo que es lo mismo, una lucha por la supervivencia. Repasar las
disposiciones que salen desde el poder del Carnaval es leer una larga relación
de prohibiciones y cortapisas que tratan de hacer desaparecer o controlar una manifestación
popular que sólo se desarrolla en un marco de libertades públicas.
Cuando el poder sociopolítico comprende la imposibilidad de
terminar definitivamente con el Carnaval, tiende a controlarlo, a
reglamentarlo. Y, al mismo tiempo, a ofrecer alternativas de diversión que
conduzcan al pueblo hacia unos lugares concretos para así supervisarlo.
Cuando se ha tratado de señalar el origen del Carnaval, la
historia se remonta hasta precedentes de distintas civilizaciones que, sin usar
el mismo concepto de fiesta con que se conoce al Carnaval, sí han utilizado
objetos y utensilios similares. En este sentido, la utilización de máscaras en
celebraciones y ritos de origen pagano se ha interpretado como la existencia
del Carnaval en cualquier tipo de cultura que nos ha precedido.
Los orígenes remotísimos podrían suponer en las bacanales,
las saturnales y las lupercales, fiestas en honor a los dioses Baco, Saturno y
Pan, respectivamente. En el mismo sentido, también se ha hablado del mes de
Phaljova en la India, la fiesta de Falo en Egipto o la Axura árabe.
El Carnaval es un hijo del cristianismo; mejor dicho, sin la
idea de cuaresma, no existiría en la forma concreta en que ha existido desde
fechas oscuras de la Edad Media europea.
Don carnal
Don carnal
Dentro de estos ciclos que explican perfectamente los
comportamientos de los individuos y de las masas, comportamientos
inencasillables dentro de una estructura simplista que no tiene en cuenta los
enfrentamientos entre la moral y los impulsos más dionisíacos, hay que
encuadrar el Carnaval dentro de los tiempos de invierno.
El Carnaval es tiempo de desenfreno, que alcanza su
plasmación más conocida en los tres días previos al Miércoles de Ceniza. Tras
el desenfreno carnavalesco, llega la represión de la cuaresma y después la
tristeza de la Semana Santa. El Carnaval está personificado por Don Carnal que
simboliza la libertad para comer carne y termina con las carnestolendas (carnes
prohibidas).
Principalmente autoriza la satisfacción de todos los
apetitos de la moral cristiana que reconoce también los derechos de la carne,
la carnalidad. El Carnaval encuentra así, además de su significación religiosa,
una significación social y sicológica.
Su función equilibradora en todos los aspectos resulta
evidente, se permite la inversión de lo cotidiano. Se rompe con los esquemas de
cada día, se olvida y pierde la personalidad propia en la búsqueda de algo
propio oculto. Se suspende el orden establecido. Es el momento en que se
realiza y se consiente la inversión de las jerarquías sociales y se expresa la
opinión y la oposición política, que normalmente no tiene posibilidad de
manifestación legal. Es, sobre todo, el tiempo en que el hombre suelta la carga
que soporta diariamente, dejando libre ese otro yo que todos tenemos.
El historiador Arístides Rojas, recordando los carnavales
caraqueños de 1700, dice que "la ciudad tenía que cerrar puertas y
ventanas, las autoridad, las fuentes públicas y la familia debían esconderse
para no ser víctimas de la turba invasora. La noches del Carnaval de entonces
eran lúgubres y la ciudad parecía un campo desolado". Hoy, lo parece
también, pero por la delincuencia imperante. Ya en Caracas, no hay carnavales.
El juego del Carnaval con agua, harina y otras sustancias nocivas,
era de una violencia considerable, además de los bailes callejeros, entre los
que resaltaban el fandango, la zapa y la mochilera que permitían entre hombres
y mujeres contactos físicos inaceptables para la moral entonces vigente.
Gobierno tras gobierno
En cada gobierno se ha protagonizado un carnaval diferente.
En tiempos de Gómez y tal como lo cuenta el escritor Salvador Garmendia, los
carnavales eran un alarde de solemnidad y todos salían a la calle a ver los
desfiles, cual si se tratara de una procesión.
Durante el mandato de Guzmán Blanco, la fiesta adquirió
características diferentes, se organizaron desfiles de disfraces, comparsas,
carrozas y concursos y se pretendió sustituir la ya arraigada forma de jugar
con agua, por confettis y perfumes.
Durante la dictadura de Pérez Jiménez, las fiestas eran de
gran tronío en calles, templetes, clubes y hoteles. Miles de mujeres
disfrazadas de negritas acudían al grito de llamada que decía "en el Avila
es la cosa". Por lo menos, 40 orquestas extranjeras visitaban la ciudad.
No había desorden y todos los días se protagonizaban desfiles por las calles de
la ciudad.
Si bien en Caracas los carnavales quedaron sólo para los
niños, en la mayoría de los pueblos esta fiesta ha conservado su tradición. Son
famosas las celebraciones carnestolendas de Carúpano, El Callao, Maturín,
Cumaná y Coro.
Podríamos decir que el más tradicional y famoso es el de El
Callao, donde las comparsas llegan a formarse con 300 y más personas. Los
preparativos comienzan desde enero. Cada comparsa tiene su propio conjunto
musical, igual que en Brasil, y todos se identifican con una vestimenta
especial para presentarse el día martes que es la fecha especial para salir a
bailar calipso a las calles.
La fiesta, pues, tiene su razón de ser, sólo que Caracas, la
ciudad que lo ha perdido todo, se ha venido quedando a la deriva en materia de
fiestas de Carnaval.
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