viernes, 1 de enero de 2016

LA SONRISA DEL DIFUNTO




La sonrisa del difunto
 Alberto Castillo Vicci


La primera sorpresa que nos da la muerte es enterarse uno que murió. Mientras hacemos inventario de qué pasó antes de estar así y aquí, comenzamos a ver caras y gente desconocidas que nos miran como quienes contemplan a un muerto y hablan cosas sobre uno como si no nos importaran... bien pareciera que no estuviésemos presentes... idos a otra parte. Tal como ahora lo hace este extraño personaje con bata de enfermero y guantes de látex que me observa perplejo y llama a otro como él.

—¡Mario, ven acá, este muerto se está sonriendo!
—¡Caramba! Sí. ¿Qué hacemos?
—No sé, maquíllalo tú.
—Déjame ver... ¿Cuándo llegó aquí?
—Hace tres horas.
—Y, ¿traía esa sonrisa?
—No sé. ¿Tú has visto otro muerto sonriendo?
—¡Nunca! Son personas muy serias —afirmó convencido el mozo llamado Mario—.

¿De qué murió éste para que esté sonriendo? ¡Pásame el expediente! Déjame ver... Un infarto a los 21 años. Morir tan joven, tampoco es para sonreírse —comentó, para inmediatamente preguntarse:—. ¿Es una risa sardónica? —y contestarse a sí mismo:—. No, no lo es, porque no pela los dientes y tampoco se menciona aquí el tétano que la causa. Cuando llegó el cadáver no traía esa sonrisa tan pronunciada. Fue una muerte súbita la suya. ¿No es cierto?

—Sí, ¿pero, en qué circunstancias? Algo muy bueno le debería estar pasando para morir en exultación hilarante —opinó el otro mozo, estudiante de medicina, pedantemente.

—¡Ya sé! Se ganó un premio morrocotudo, y murió de la impresión cuando le dieron la noticia. Por eso la sonrisa.

—No importa. Hay que quitársela. ¿Te imaginas que vengan los deudos —viuda (si la tiene), hijos (si los hay), padres, amigos...—, todo el mundo a llorar y abrazarse en el dolor y éste en la caja muerto de la risa? Ni de vaina. Es inaceptable. Voy a borrarle esa sonrisa tan placentera impropia de un cadáver. En esta funeraria somos profesionales, gente responsable. Esto parece una tomadera de pelo. Totalmente fuera de lugar en unas exequias.

Este imbécil me va a matar. Quién se cree que es, me está dando en la cara duro de verdad. ¡Es que piensa que los muertos no sentimos!

—¡Qué fastidio! No logro enseriarlo. Tendré que llamar al dueño de la funeraria... Don Evaristooo... Necesito hablar con usted.

Ahora sí es verdad. ¿Quién será el tal Evaristo? Nunca escuché hablar de él en mi vida. En cualquier caso, ¡ojalá y me quiten esta sonrisa! Ya me duelen los músculos de la cara con esta expresión. Y ahora que lo veo. ¿Por qué diablos me estoy sonriendo? Los muertos no se ríen. ¿Cómo sé yo? Es la primera vez que me muero.
Lo digo porque todo el mundo lo dice. Pero, en verdad es tan extraño. Nunca supe de algo parecido. Déjenme recordar... recordar... ¿Cuándo vi un cadáver por última vez? Sí, ya recuerdo, el cadáver de mi tío Emeterio. Claro, más serio no podía estar.
Pero, es que mi tío Emeterio nunca se rió ni sonrió en toda su vida. Siempre tan serio, mi tío Emeterio. Seguramente no iba a cambiar con la muerte. Ese no vale... Un momento, pueda que valga, haciendo memoria creo que en la medida que pasaban las horas, la cara del cadáver de Emeterio iba cambiando a la vez que perdía siniestramente la seriedad y los labios iniciaron una sonrisa macabra, justo cuando mi tía cerró la urna. ¿Quién más? Antes que yo tiene que haber alguien que encontrara la muerte placentera. No puedo ser el único. No evoco a nadie sonriéndose con la muerte. Quizás, ¿quién muere haciendo el amor? ¡Qué va! Si el amor se hace con tanta seriedad. Es lo único placentero que hacen los humanos sin reír. ¿Jugando a las cartas? Tampoco, la gente que juega viene a sonreír cuando gana, no cuando juega y menos si pierde o teme la posibilidad. ¡Ah! Entonces yo acababa de ganar un juego y ¡zas! Me morí de un golpe. Pudiera ser. ¿Cómo puedo estar seguro? No recuerdo nada. Ahí viene esa gente otra vez, quizás lo averigüe ahora.

—No ve, don Evaristo, lo que le dije.

—¡Cónfiro! Primera vez que veo esta expresión en un cadáver. ¡Qué rigor mortis tan burlón! En mis cuarenta años de agente funerario primera vez que tengo un muerto sonriendo. Esto no es normal. ¿A quién perteneció este cuerpo?

—Parece haber sido algún turista a quien lo sorprendió “mortalmente” la dama de la guadaña o la pelona, como la “llaman” vulgarmente, mientras visitaba nuestro país. Recibimos órdenes de embalsamarlo para repatriarlo; órdenes dadas directamente por su embajador, pues los procedimientos legales y el viaje de regreso tomarán varios días y no aguantará la descomposición. Los de la Embajada esperan que nos encarguemos de todo, incluso hasta despachar el cadáver cuando esté listo. Por ahí copié la dirección de destino. La factura se le pasará al Secretario de la Embajada, según nos instruyeron.

—Menos mal, no me gustaría enfrentar a los deudos de este señor con la expresión actual de su rostro. Si debo hacerle una cirugía se la mando hacer, con tal de enseriarlo. ¿Dónde está nuestro técnico embalsamador?

—Este fin de semana está en el culto.

—Localícelo, para estas emergencias le pago.

Y, ¿mi tía Hermelinda? Creo que le pasó algo igual: a los primeros momentos de su esperada defunción estuvo seria como era su costumbre y de pronto le comenzó una sonrisita. Otra vez, continuaron el velorio con la urna tapada. Seguramente si yo hubiera muerto allá y no íngrimo en este viaje, ya me hubieran enterrado... no recuerdo el velorio de algún miembro de la familia con el ataúd abierto después de dos o tres horas de muerto. Quizás sea un rito familiar... Parece que localizaron al disecador... ya regresan, ¿qué me harán? Lo de la sonrisa que muestro al parecer los pone nerviosos.

—Don Evaristo, corrió con suerte al encontrarme —dijo con respeto el técnico embalsamador Nerio Ochoa, al entrar a la habitación de fondo donde se prepara a los cadáveres antes de colocarlos en sus urnas, y añadió:—; no había salido todavía —para apartarse y dar paso a un hombre sexagenario de cabello y barba blancos con aire de curioso que le seguía—. Permítame presentarle al Hermano Mariano de la Escuela Magnético Espiritual de la Filosofía Contundente, quien se disponía a acompañarme a nuestro templo cuando nos dieron la noticia. El Hermano Mariano insistió en venir conmigo. Él tiene una teoría sobre los casos de muertos sonrientes o, mejor dicho, su Escuela tiene una teoría al respecto.

—Mucho gusto —saludó el Hermano Mariano extendiendo la mano con solemnidad.

—El gusto es mío —respondió don Evaristo Rodríguez—. Pero no debo ponerme a sus órdenes por razones obvias —añadió el agente funerario con una sonrisa de conveniencia que usaba casi siempre acompañando a este comentario que a la vez de publicitar su negocio le hacía algo simpático, pero en esos momentos más entusiasta que usualmente—. ¡Je! ¡Je! Miren ustedes por qué llamamos con urgencia a Ochoa —y señaló la cara del cuerpo occiso tendido desnudo sobre la mesa de embalsamar.

—¡Qué sonrisa tan espléndida! Si hasta parece que va a soltar una carcajada —observó el técnico Ochoa, experto en momificar cadáveres—. Resulta contagiosa, ¿no creen ustedes? ¡Ji!, ¡ji!

—¡Qué interesante! —dijo reflexivo el Hermano Mariano, pero sin poder evitar una sonrisita misteriosa, después de contemplar al cadáver.

—Tengo la impresión que con las horas esta necrosonrisa se acentúa. Al principio parecía una ligera mueca, y ahora, observen, es una sonrisa definida, franca y muy amplia, como dice Ochoa —comentó don Evaristo—. Esto es totalmente inusual, creo que Ochoa debe contraer por dentro de la boca, con algunos puntos de sutura, los músculos que están forzando esta sonrisa hasta hacerla desaparecer, pues es totalmente inaceptable en un cadáver y menos en uno encargado a mi funeraria —concluyó enfático, pero sonriente.

—Por eso no se preocupe, en un santiamén lo arreglo —le aseguró confiado el embalsamador, para preguntar de seguida:—. ¿Qué la causa? Me mata la curiosidad por saberlo —sin ocultar cierta sonrisa con que hablaba contagiado por mirar al muerto sonriente—. ¡Verdad que éste es un muerto simpático! ¿No les parece? —terminó por decir espontáneamente Ochoa.

De saber que en este país tratan a los extranjeros muertos tan extrañamente y arman un escándalo cuando ven algo inusual para ellos como un fallecido diferente, sonriente, hubiese evitado morirme aquí. Pero, volviendo a mi inventario de óbitos con sonrisas póstumas... me parece que sólo sucede en mi familia. ¿Es que pertenecemos, quizás, a una raza humana diferente que la muerte nos causa risa, cuando al resto del mundo le produce pavor? Algo raro pasa con nosotros y nunca me lo dijeron, pero nuestros muertos siempre son sellados en sus ataúdes para que ni siquiera los familiares los vean... Ahora, ¿qué pasa con esta gente, por qué tanto jolgorio?, ¿de qué se carcajean todos?

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... no puedo aguantar reírme a mandíbula batiente cada vez que veo a este muerto con esa sonrisota tan carismática a la vez que enigmática, cómica y contagiosa —confesó don Evaristo desternillándose—. Al principio me pareció chocante pero ahora la encuentro atrayente y estimulante que incita a imitarla —y estalló en risas más sonoras—. Me dolería tanto quitársela —remató en franca euforia.

Los demás asintieron con un coro de carcajadas.

—¡Un momento! —alzó la voz el Hermano Mariano para detener el alboroto en que habían degenerado aquellas exequias—. Señores, presiento que estamos en grave peligro... Esta risa es contagiosa y no se detiene, una vez que contamina a un individuo, lo ataca ininterrumpidamente hasta morir. Estamos en presencia de un espécimen de la raza que el poeta Hesíodo, en su Teogonía sobre el origen del mundo, menciona como los tétricos, y son seres que jamás en su vida saben lo que es sonreír mucho menos reír o estallar en risa, desternillarse, bromear, burlarse, tomar el pelo, disfrutar del mínimo sentido del humor y de la chanza o compartir un chiste. Son gente de una personalidad triste, seria, melancólica, deprimida, taciturna, sombría; en síntesis: tétrica; pues no saben de diversiones ni juegos ni cuando niños rieron con los payasos, las marionetas o los dibujos animados. La naturaleza de estos seres se diferencia de los demás humanos en que su alma pesa más. Permitidme aclarar esto —dijo con gravedad—: como todos ustedes deben saber, desde el año de 1927 en que el doctor Spoule del Hospital Cullis de Boston lo demostró, tenemos la certeza empírica y experimental, esto es científica, que existe algo extremadamente etéreo compuesto por átomos muy ligeros, como había identificado Demócrito 400 años a. de C., que está pegado a nuestro cuerpo y llamamos alma. Al morir la persona, esa cosa se desprende del cuerpo humano y hace que pierda exactamente 28 gramos que es lo que pesa tal substancia. Cantidad comprobada con el mayor rigor y precisión por el doctor Spoule pesando, en una balanza de alta precisión, cuerpos moribundos momentos antes del deceso, para comprobar la pérdida exacta de peso al fallecer, que resultó 28 gramos en todos los casos, no importa cuánta era la masa corporal del individuo, esquelético, regular u obeso. Pero, cuando se trata de los tétricos, el alma llega a pesar hasta 2 kilos. Por causas que aún ignora la ciencia, pero de la que se tiene también prueba verificable, el peso del alma está concentrado en el rostro, de manera que los músculos de la cara tétrica no pueden levantarse por la resistencia de la gravedad y sonreír, menos reír. Y esto afecta el carácter de aquellos sombríos seres. Claro, al morir se liberan de esa carga y todas las sonrisas que le estuvieron vedadas en vida afloran con máximo esplendor —y aquí se detuvo para tomar aliento, pues lo perdía entre hablar y las carcajadas que le asaltaban sin control.

Lo que yo aprovecho para reflexionar. De manera que éste es el secreto de nuestra familia. ¿Por qué no me lo participaron a mí? Nunca oí hablar de “tétricos”. Ahora, si el alma es lo que soy, como se me ha dicho, y abandonó mi cuerpo cuando expiré, ¿por qué todavía está aquí? Este tal Hermano Mariano no sabe nada de la muerte como tampoco el resto de la humanidad. Es cierto que perdí gran parte de mi memoria, los recuerdos tengo que pescarlos con dificultad; pero mi ego todavía está aquí. Si no fuese así no estaría presenciando lo que pasa con tal caterva de deficientes de esta funeraria en que regresó a mí la conciencia después del infarto. Seguramente estuve inconsciente durante un tiempo, quizás en una sala de emergencia, pues siento dolorido el cuerpo como si lo hubiesen tratado de revivir a golpes y masajes directos en el corazón a pecho abierto.

—En compensación a su seriedad y melancolía, los tétricos disfrutan de un poder magnético superior a las de las demás almas —siguió pontificando el Hermano Mariano, para luego decir:—. En su obra magna: Magnes sive de Arte magnética, publicada en Roma en 1641, el Gran Maestro Kircher, con contundentes ejemplos, demostró que “la simpatía y antipatía” con que atrae o repele una alma a otra, valga decir la voluntad de dominio de un ser con relación a otro, imponiéndole su volición, es un flujo magnético que se transmite a ilimitadas distancias sin obstáculo alguno. Llamemos, a ese fluido magnético, fuerza psíquica. Generalmente esta fuerza está dormida dentro de nosotros, “opresa” por la carne, que al morir se libera con todo su poder como sugestión mental —sentenciaba el Hermano Mariano con meridiana claridad a la exultada audiencia y sin dejar él mismo de soltar risotadas espasmódicas entre palabras, y alzó la voz para imponerse al relajo de risas de los demás—. Lo que nos pasa, en este momento y el porqué de esta risa tan incontrolable que nos domina, es que la fuerza psíquica de la risa que se manifiesta en la expresión del rostro de este difunto risueño está copando todo el ambiente en forma de flujo magnético, algo parecido a las ondas de radio electromagnéticas en las que se transmiten los sonidos de las radioemisoras, contagiando de la sonrisa a quien esté dentro de la onda, de manera compulsiva progresivamente y con más fuerza mientras pasa el tiempo, sin parar, hasta que el afectado es víctima de convulsiones de risotadas apabullantes y, finalmente, cae exánime. Con la muerte del contagiado, aumenta el fluido en el ambiente. Como una reacción en cadena que acelera el proceso del contagio. Observen que la gente que pasa por la calle, extrañada de oír risas que salen de una funeraria y se ha acercado a ver qué sucede, se les contagió nuestra jarana. ¿No oyen cómo la calle es toda una inmensa carcajada? Este contagio de la risa es como una reacción de desintegración atómica pero de naturaleza mental. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... Hay que detenerla metiendo el cadáver del tétrico que tenemos aquí de inmediato en un ataúd muy especial, hecho de cobre, lo que se llama una jaula de Faraday, que impide el escape del fluido magnético; pero de inmediato, antes que contagie a alguien más. Aunque me temo que ya sea tarde para nosotros y los curiosos que se acercaron.

¡Caramba! Nunca me lo hubiera imaginado que después de mi muerte resultaría ser un hombre especial, yo que no me he creído gran cosa o eso creo recordar; el problema que tengo ahora es que no sólo no recuerdo nada de mi pasado sino que también no estoy seguro de quién soy.

—¿No exagera usted, Hermano? —inquirió Mario, el embalsamador, muy preocupado. No es la primera vez que me contagio de la risa. ¡Jo! ¡Jo!— dijo buscando banalizar el asunto.

—¡Ju! ¡Je! ¡Ja! Me temo que no. Yo he estudiado mucho la influencia de las voluntades entre las personas y por eso soy Maestro de la Escuela Magnético Espiritual de la Filosofía Contundente en que la investigación sobre los fluidos magnéticos espirituales tienen tanto rigor o importancia como la física cuántica y la relatividad en las grandes universidades del mundo. ¡Je! ¡Je! ¡Je!; y sé que es posible influir en la gente sin contacto sensorial o simbólico. La fuerza psíquica o magnetismo espiritual es la mayor energía que mueve todo lo demás en el universo. La fuerza que unifica todo: mente y materia. Y esta fuerza está encadenada en la mente de cada uno de nosotros; sólo que alcanza su máxima concentración en los tétricos. Si ustedes creen que el fluido de un cadáver tétrico como el que ven aquí es poca cosa porque dije que pesaba 2 kilogramos, sepan que un kilogramo de uranio 235, capaz de desencadenar una reacción en cadena, tiene la energía equivalente a un millón de kilogramos de TNT. Claro que en una bomba atómica sólo se aprovecha una minúscula parte de esa capacidad, pero si ahora les digo que la fuerza psíquica tiene el alcance de un millón de veces la atómica, nos encontramos que un cadáver tétrico al descubierto puede matar de risa a toda una ciudad de 20 kilómetros a la redonda. Un cadáver tétrico es el equivalente a la masa crítica en una bomba atómica que al matar de risa a todo ser humano a su alrededor, con cada muerto desencadena más fluido hilarante. El accidente de la central nuclear de Chernobyl, Ucrania, en 1986, contaminó por lo menos a 20 naciones y liberó 300 veces más radiación que la bomba que Estados Unidos arrojó en 1945 sobre la ciudad japonesa de Hiroshima pulverizándola. Entonces: esta funeraria es un tremendo Chernobyl, quizás mil veces más letal y sin control a punto de estallar. Lo que es peor, ninguna autoridad lo sabe —y decía esto riendo a mandíbula batiente. Desternillándose en risotadas como si diera una magnífica noticia y seguía como podía por la risa—. Sólo los que nos ocupamos de esas cosas esotéricas como el magnetismo espiritual lo hemos estudiado por años; pero, con el total desprecio de científicos y gobiernos. ¿Entienden, entonces, la crisis que se ha desatado, con este cadáver tétrico insepulto en cobre? En pocas horas la ciudad será un caos de anarquía de gente tirada por las calles muerta de la risa. Sin gobierno ni sociedad —exclamó angustiado como pudo entre explosiones de carcajadas—. Cuando alguien ríe y ríe a mandíbula batiente no puede hacer ninguna otra cosa. Los gobernantes riendo no podrán gobernar; el ejército colapsa en risas; hospitales, policía, bomberos, defensa civil, servicios, empresas privadas, comercio, banca, industria... no tienen quien las haga efectivas cuando sus obreros, operadores, administradores, técnicos, ejecutivos... se desternillan en carcajadas todo el día y toda la noche, en todo momento, ininterrumpidamente. La sociedad funciona cuando sus entes operan con personas serias no riéndose. Fisiológicamente es imposible reír a todo dar y hacer otra cosa. ¡Quien ponga una nación a reír a toda hora la domina, la vence! Poner a todo el mundo a reír sin parar hasta morir es el mayor acto de terrorismo concebible. Por eso desde épocas muy remotas, quizás desde los tiempos del griego Hesíodo, y yo diría desde los faraones (quienes eran tétricos incestuosos para limitar su descendencia que mantenían entre ellos apareándose entre hermanos y familiares, protegieron a su pueblo de la extinción en una endemia de risa, enterrándose después de ser momificados en sarcófagos de cobre, plata y oro, pues ya habían descubierto esas propiedades aislantes antes de Faraday; y bajo toneladas de piedras como las pirámides y otras tumbas no menos impresionantes) los tétricos se han mantenido aislados de la humanidad enterrando a sus muertos en secreto, en un acuerdo tácito con la historia de no darse a conocer ni hacer daño con sus muertes— ilustró exultante el erudito Hermano.

Al pequeño grupo que lo escuchaba le brotaban a borbotones lágrimas y moco tendido pero irónicamente acompañados con carcajadas obscenas.

—Nosotros los filósofos contundentes creemos, más aun, tenemos la certeza —continuó explicando el Hermano Mariano— que los tétricos son taciturnos pero buenos de corazón, y se han mantenido como secta secreta sin manifestarse públicamente, calladamente, enterrando a sus muertos con rituales privados sigilosamente, para evitarle daños a las comunidades donde pasan sus melancólicas vidas en silencio —para preguntarse—. ¿Por qué éste que tenemos aquí está solo en un país distinto al de su origen, que únicamente su Embajada lo ha reclamado y hace arreglos para la repatriación? No lo sé, es un misterio muy grande.

—Pero, ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji! ¿qué podemos hacer? —preguntó con terror risueño en medio de su incontrolable reír el embalsamador—. Creo que lo primero por hacer es detener esta reidera ridícula. ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!... valga la redundancia. ¡Ay, Dios mío! Esto me mata. ¡Por favor paren esta vaina! Me duelen todos los músculos de la cara y la barriga. ¡Je! ¡Je! ¡Je!

—A mí también. ¡Jo! ¡Jo! —acompañó don Evaristo.

—Y a nosotros también, ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —confirmaron los ayudantes desprendiéndose de las batas, los guantes de látex y arrancándose las camisas en desesperación para quedar casi desnudos mientras se revolcaban en el suelo con atronadoras carcajadas.

¡Dios mío, qué he hecho! Entonces, ¿soy una bomba de risas? Pero, ¿cómo llegue aquí? ¿Quién me puso aquí si soy una bomba? A medida que pasan las horas recuerdo menos las cosas y quién soy realmente.

—¡Atención! —reclamó sin parar de reír el Hermano Mariano, quien al parecer, quizás por su conocimiento del magnetismo espiritual, lo esotérico y entrenamiento de años como filósofo contundente, dominaba mejor que los otros las ganas de reír—. Algo pasa, la calle es un escándalo, encendamos este televisor (puesto allí, en la trastienda de la funeraria, para distracción de los mozos en las horas de inactividad mientras esperan clientes) para saber si dicen algo —y entre la bulla de risotadas, dentro y fuera del recinto, se acercó al televisor para encenderlo y de inmediato apareció la imagen de un locutor alarmado dando la noticia.

“Interrumpimos nuestra programación habitual para informar a los televidentes que desde hace algunas horas y en el propio centro de la ciudad, concretamente alrededor de la conocida agencia Funeraria RIP, una ola de risas contagiosas ataca a la población. Las imágenes que ustedes están viendo, en vivo y directo, desde la terraza de un edificio situado a pocas cuadras de la funeraria, son las de centenares de personas que se hallan cerca de la RIP convulsionando por la risa, sin que pueda detenérselas con nada, según nos han informado. Este fenómeno ya dura tres horas y avanza lentamente pero a la manera de una onda expansiva con centro en la RIP. Nuestros primeros reporteros enviados al lugar de los acontecimientos, tan pronto nos enteramos del fenómeno, fueron contagiados transmitiendo sólo las primeras informaciones para caer en el mismo estado hilarante que el de las demás víctimas sin volver a comunicarse coherentemente con nuestros estudios. Los que enviamos después, los mantenemos alejados de los contaminados con la risa desde lugares altos, para que capten toda la panorámica y sólo con zoom nos acercamos a los rostros de los afectados. Las escenas son patéticas pues la gente ríe con dolor, no por buen humor o alegría. Ahora debemos alejarnos pues notamos que a pocos metros ya las personas que se encuentran por aquí se contagian con risas explosivas. Haremos de nuevo contacto tan pronto alcancemos una nueva posición segura. Volvemos a nuestros estudios”.

¿Qué pasó con todos los de la funeraria? Ni los veo ni los oigo. Parece que han escapado despavoridos buscando el auxilio que cure la enfermedad de la risa. Me alegro que no apagaran el aparato de TV, desde aquí alcanzó ver la pantalla y así me entero qué es lo que pasa. Pues si soy la causa de toda esta endemia de hilaridad, estoy por creer que con el fluido de mi alma que se escapa con la muerte, también se van progresivamente mis recuerdos y mi yo, pronto dejaré de tener conciencia de mí cuando se agoten los dos kilos de fluido, o su equivalente en litros, con que nací. Si fuera así no siento ninguna pena o angustia; y tanto que temí en vida a la pérdida de mi ser-conciencia con la muerte, a la Nada. Pero algún sentido debe tener todo esto. Veamos la TV qué dice.

“Volvemos al estudio. Con nosotros se encuentra el conocido antropólogo doctor Lucio Uzcudum, del Instituto Internacional de Antropología Alternativa, autor del best-seller científico-filosófico Tractatus logico-comicus donde expone sus teorías sobre la risa, el humor y el humorismo.

—Buenas tardes, doctor Uzcudum, ¿qué cree usted que está pasando con este estallido de risas en el centro de la ciudad?

—Me encuentro tan sorprendido y estupefacto como el que más... al igual que ustedes y todo el país, busco respuestas y explicaciones sin encontrarlas, esto nos cayó inopinadamente. Ya el mundo entero se está enterando por la CNN lo que pasa entre nosotros. Un estallido de risa como la explosión de una bomba atómica, pero que expande su onda mortífera lenta pero seguramente en toda la ciudad de manera incontrolable, como el que presenciamos en nuestra capital, sólo tiene un antecedente en el África y de manera muy restringida. Se relata que en 1962, en una escuela de Tangannyka, los alumnos contrajeron un ataque de risa que duró seis meses por lo que se cerró la escuela. Pero no tenemos comprobación de que fuera continua ni que causara alguna muerte. Mientras que en la endemia que sufrimos ya se han reportado algunas docenas de muertos como fase terminal del ataque de risa, y en pocas horas. Todavía no lo sabemos, pero hasta ahora nadie de los que se han contaminado en nuestra capital con esta explosión de carcajadas ha parado sin morir, y ya comprobamos que si alguno no afectado se acerca al muerto en el momento de su defunción se contagia de inmediato.

—Entonces, doctor, ¿tiene usted alguna idea de qué causa esta risa pegajosa y cómo podría detenérsele? —preguntó el locutor.

—No, no la tengo —confesó el doctor Uzcudum con humildad—. Como digo en mi Tractatus, el hombre es el único animal que ríe y que llora, y una cosa es posible porque es posible la otra. En la evolución emergió la risa como un alivio y escape de las emociones y el alcance de algo deseado o evitado, como cuando escapamos de un peligro, y con la risa viene la señal de que podemos relajarnos, porque la risa es relajación de los músculos. Pero también como relación social o simplemente por la comprensión de un chiste, que surge con lo inesperado. En consecuencia, para poder reír el animal debe ser inteligente. Y hay tantas risas como circunstancias en que se motiva: risa de alegría, burlona, de buen humor, sarcástica, aristofanesca... La fisiología de la risa localiza su origen en algún punto preciso del cerebro, posiblemente en el área motora complementaria cerca del lenguaje, lo que explica que lo estimule la comprensión de un chiste, pero también la ocasiona el contacto físico de la cosquilla o colocando electrodos cerca estimulando eléctricamente el cerebro (el aumento del voltaje genera desde una sonrisa a una estruendosa carcajada) —y se atrevió a lanzar una hipótesis con relación a la crisis que se vivía en la capital con docenas y ahora centenares de personas riéndose como locas, esquizofrénicas, sin razón aparente alguna—: de alguna manera, hay un tipo de fluido eléctrico o quizás magnético que está estimulando el punto de la risa en el cerebro de toda la gente que está allí, como se ha logrado directamente con electrodos aplicados al cráneo, pero por medios inalámbricos, como con algún tipo de onda, en este caso, emitida por algo en esa parte de la ciudad.

—Con su permiso, doctor Uzcudum, nos informan que la CNN está trasmitiendo una noticia espectacular sobre este asunto. Vamos a conectarnos con CNN ahora”.
Esto es interesantísimo. Hasta la CNN toma parte en este acontecimiento. ¡Qué exequias increíbles las mías! ¡Qué modo de dejar este mundo! Mis quince minutos de fama, al que todo ser humano tiene derecho en esta vida, me llegan al final. No importa aunque tarde cuando la fama llega. Veamos el noticiario de la CNN.
“Aquí Aarón Brown con las noticias internacionales. Hace poco menos de dos horas fue entregado subrepticiamente en nuestros estudios un video que contiene las declaraciones y explicaciones de una sociedad secreta que se hace llamar Tétricos por la Justicia y la Paz y amenaza con desatar una pandemia de risas fatales que podría ocasionar millones de muertos si no se cumplen sus demandas. Una copia del video le fue entregada aquí en Nueva York al Secretario General de las Naciones Unidas quien se encuentra reunido en estos momentos con el Consejo de Seguridad. A continuación el video”.

Ahora sabré lo que realmente pasa. Pero, esa gente que aparece en la pantalla la conozco, según creo en la tenuidad de la memoria que me resta. Esos jóvenes, varones y hembras con rostros pétreos son parte de mi familia, como lo es el que va a hablar.

“Mi nombre no importa. Les hablo en representación de una raza humana como la de ustedes, pero que la evolución hizo distinta: nosotros no podemos reír. De alguna manera nuestra alma es tétrica o lo que eso realmente significa es triste, severa, melancólica, en síntesis: seria. Cuando morimos, al ser difuntos, difundimos en un radio no menor de veinte kilómetros a la redonda un fluido magnético que afecta a las personas que se encuentren dentro de él causándoles una risa desenfrenada hasta convulsionar y morir. Para no causar daño, desde los faraones en Egipto, nuestros ancestros más conocidos en la historia, hace 8.000 años a la fecha, nos hemos mantenido aislados enterrando a nuestros muertos en sarcófagos de cobre y otros metales para impedir que se esparza el fluido hilarante y provoque la muerte a su alrededor. Si uno de los nuestros falleciese a la intemperie en una ciudad densamente poblada podría causar dos, tres, cinco millones de muertos por la risa, dependiendo de la ciudad. Hemos evitado accidentes, aunque en Tangannyka hace cuarenta años ya, un difunto severo no fue enterrado apropiadamente y afectó a los niños de una escuela, aunque el fluido que se escapó con su alma fue limitado. En el día de hoy, colocamos intencionalmente el cadáver de un voluntario que se ofreció como mártir por nuestra causa, induciéndose un infarto por auto-administración de una dosis letal de potasio. Previamente se le colocó sobre su cráneo una pequeña plancha de cobre oculta con un peluquín, para que al morir el fluido magnético letal de la risa se filtrase poco a poco y en pequeña cantidad y así hacer un daño controlado pero notable en una ciudad que escogimos por su baja densidad poblacional, de manera que no pasara el centenar de las víctimas de este acto, como todo el planeta ha podido conocer hoy por CNN y otros noticieros de la televisión. Si la raza de ustedes nos llaman terroristas por esta acción, lo aceptamos como dolores de parto para la nueva humanidad que justificaremos a continuación: está en nuestro poder colocar el cadáver de un kamikaze tétrico sin ninguna protección a la intemperie, en cada una de las mayores ciudades del mundo, y en unas horas causar un millardo de muertos.

Contra esta amenaza ustedes no tienen defensa alguna... para nada le servirán ni sus cohetes ni armada ni submarinos ni arsenales atómicos ni ejércitos convencionales, en que malgastaron todos sus excedentes financieros en lugar de dedicarlos a lograr la paz y el bienestar para toda la humanidad. Pudieran proteger a sus líderes escondiéndolos en subterráneos blindados con cobre para que no les afecte la risa esquizofrénica en el ambiente; pero al salir no tendrán gente a quien mandar ni país organizado al que gobernar. Más aun, si quisieran construir una cofia como jaula de Faraday, de cobre, que los protejan de los fluidos de nuestros muertos, tendrán que tapar la cabeza de la persona sin ningún dispositivo u orificio que le permita respirar, hablar o escuchar pues cualquier intersticio que comunique con el exterior a la cabeza protegida por la cofia dejaría entrar el fluido magnético de la risa. Si lograsen con el ingenio que les caracteriza resolver los problemas tecnológicos para tener una cofia segura y comunicable, será muy tarde, pues pasarán años antes de lograrlo y si lo hacen no tendrán el dinero para cubrir la cabeza de cada habitante de la Tierra como no lo han tenido para resolver el problema económico de la humanidad. En consecuencia, siendo nosotros los tétricos, los tristes, los severos, los taciturnos los seres más poderosos de la Tierra, nos rebelamos contra ustedes antes de que acaben al mundo con sus guerras o en el holocausto termonuclear, biológico o químico, o a la larga con la destrucción del ecosistema; ya nos cansamos de sus estupideces y errores de raza alegre e irresponsable; es hora de que el mundo lo gobierne gente más seria. En consecuencia, exigimos lo siguiente o de lo contrario los matamos con la risa: Se constituirá una Autoridad Mundial respaldada por una Constitución Mundial y un único ejército integrado por soldados y oficiales de todas las nacionalidades que asegurarán la paz del mundo. Esta Autoridad procederá a desarmar a todos los demás ejércitos nacionales hasta que sólo sirvan como policías de sus propios países o zonas geográficas. Se abren todas las fronteras y se hace desaparecer el concepto de nación. Siete grandes grupos formarán un Consejo Mundial de Gobierno, a saber: 1) China, India y Sri Lanka; 2) Japón e Indonesia; 3) el mundo mahometano, desde Pakistán a Marruecos; 4) Rusia y sus antiguos satélites; 5) Europa Occidental, Gran Bretaña e Irlanda, Australia y Nueva Zelanda; 5) Los Estados Unidos y Canadá; 6) África Ecuatorial y 7) América Latina. Sus miembros serán escogidos democráticamente en elecciones cada cinco años con sus suplentes. Se desmantelarán las industrias siguientes: la bélica, la de tabaco, la pornográfica, la de licores y las contaminantes. Se repartirán drogas gratuitamente bajo control médico y se perseguirá y pondrá presos a quienes las produzcan sin permiso, clandestinamente; sin santuarios porque no habrá fronteras que lo impidan. Ninguna nación o individuo que no sea la policía podrá tener armas. Se aplicará la pena de muerte a quien viole esta disposición. El tiempo y los excedentes financieros que quedarán después de desmantelar la industria bélica se dedicarán a resolver el problema económico mediante la reorganización de la sociedad humana y la aplicación apropiada de la tecnología para que cada ser humano tenga una vida digna”.

—Con esto termina el video —aclaró el locutor—. Nuestra última información es que el Consejo de Seguridad está reunido considerando el ultimátum de los severos. Fuentes de alta credibilidad piensan que no le queda otra salida al mundo que satisfacer las demandas de lo que ya se llama La rebelión de los tétricos.
Ahora lo entiendo todo, aunque no lo recuerde bien. Ha valido la pena mi inmolación. Puedo terminar de volatilizar mi yo y la sonrisa que queda en mi faz es sincera: soy un muerto justificadamente sonriente.







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