sábado, 2 de enero de 2016

¿ABANDONAR EL REBAÑO?




Debes abandonar el rebaño. Es urgente. Y es lo mejor para todos. No, no estamos hablando de echarte a la montaña y alejarte de la civilización ni de convertirte en un personaje inadaptado y antisocial incapaz de relacionarse con el resto de la sociedad.

Alejarte del rebaño es un arduo trabajo psicológico, que implica la recuperación del propio poder y criterio por encima de la opinión del resto del mundo. Un acto de extrema responsabilidad y generosidad, rayando en el heroísmo, pues no te reportará beneficios sociales, reconocimiento, ni recompensas materiales.

No se trata pues de un acto de rebeldía adolescente, ni de una pataleta inconformista sin consecuencias. Es mucho más profundo: se trata de dar un salto evolutivo como individuo que favorece el salto evolutivo de toda la especie humana. Un ejercicio enriquecedor pero ingrato, muchas veces solitario y doloroso, pero que todos debemos emprender sin más dilación.

Y es que paradójicamente, abandonar el rebaño es la mejor manera de salvar al propio rebaño de sí mismo. No te quepa ninguna duda de ello.

La humanidad, como colectivo, tiene un problema que no quiere afrontar. Ese problema se puede ver reflejado, no sólo en nuestro entorno diario, sino en diversos experimentos psicológicos altamente significativos.

En la década de 1950, el psicólogo polaco Solomon Asch, realizó un estudio sobre los individuos y la conformidad con las normas del grupo. Los participantes en el experimento se inscribieron para participar en un experimento de psicología en el que se les pedía que completaran un test de visión. Pero básicamente, se trataba de un engaño.

Lo que Asch pretendía poner a prueba era hasta qué punto un individuo era capaz de resistir la presión de la mayoría para que aceptara como verdadero, algo que era obviamente falso.

En resumidas cuentas, el experimento consistía en una serie de pruebas visuales de fácil resolución, en las que se debía determinar la longitud de unos segmentos. La solución a los problemas siempre era obvia y la posibilidad de error era prácticamente nula. Sin embargo, las personas sometidas a este experimento estaban rodeadas por otras personas, que ellos creían que eran participantes en el experimento como ellos, pero que en realidad, actuaban encompinchados a las órdenes del psicólogo, conformando un grupo que actuaba al unísono. La función de las personas de este grupo era ofrecer respuestas equivocadas regularmente, para ver si el participante, al ser preguntado sobre la solución al problema, decidía concordar con la opinión mayoritaria a pesar de que ésta fuera obviamente errónea. El resultado fue que, al menos una de cada 3 veces, los participantes concordaban con la opinión de la mayoría, aún sabiendo que daban una respuesta equivocada.
Esto puede parecer algo anecdótico e irrelevante, pero no lo es de ninguna manera.

Lo que refleja este experimento es que hay gran cantidad de individuos adultos capaces de aceptar algo obviamente erróneo, simplemente porque lo dice la mayoría, renunciando a su propia opinión sin tan solo haber recibido ningún tipo de presión ni coacción por parte del grupo. Es decir, los humanos tendemos a supeditar nuestra capacidad personal de raciocinio, la más desarrollada de entre todas las especies animales sobre este planeta, a la opinión errónea de una mayoría, sin ninguna razón, ni beneficio aparente.

 Entonces, ¿para qué necesitamos disponer de un cerebro tan grande, complejo y desarrollado si no lo vamos a utilizar adecuadamente a la hora de tomar decisiones?

¿Por qué razón la naturaleza ha empleado tanta energía a nivel evolutivo si a la hora de la verdad no vamos a hacer caso de los dictados de nuestros eficientes instrumentos biológicos?

Es un fenómeno que casi se podría calificar de anti natural.

Un ejemplo extremadamente grave de lo que nos está sucediendo como especie.

Y si alguien cree que esta es una afirmación exagerada, hay otro experimento que lo corrobora y que aún resulta más inquietante que el de Asch. En este estudio, los investigadores descubrieron que los niños de tan sólo 2 años de edad tendían a aceptar e imitar las decisiones de los compañeros que les rodeaban por encima de los propios juicios o el propio instinto, aún sabiendo que las decisiones de los demás eran erróneas. Algo parecido a lo expuesto en el experimento de Solomon Asch.

Lo irritante de este estudio es que se realizaba una comparación entre la actitud de los seres humanos y la de un grupo de chimpancés y orangutanes.

Y el estudio demostró que, los chimpancés y orangutanes, cuando sabían que tomaban la decisión correcta y que el resto del grupo tomaba una decisión errónea, mantenían su propio criterio individual por encima de la decisión mayoritaria.

Y esto nos arroja de cabeza a hacernos una pregunta desgarradora: ¿Cómo puede ser que un chimpancé o un orangután, tenga más personalidad que un ser humano?

Los expertos y en concreto el director del experimento, Daniel Haun, concluyeron que: “La conformidad es una característica muy básica de la sociabilidad humana que se muestra desde edades muy tempranas”

Algo que según el científico: “Sirve para conservar los grupos, ayuda a que los grupos se coordinen y estabiliza la diversidad cultural, una de las características distintivas de la especie humana”

De acuerdo, quizás tenga razón y la conformidad con el grupo sea un instrumento social; pero sin embargo, los chimpancés o los orangutanes también son capaces de configurar grupos sociales estructurados, organizados y coordinados. Y como ellos, otros mamíferos y especies animales.

Mucha gente argumentará que los niveles de organización social de estos animales no es tan compleja o elaborada como la de los humanos; pero probablemente se deba a que su intelecto no se lo permite o a que sus circunstancias no lo exigen.

Por lo tanto, en lo referente a nuestra negación del criterio individual estamos ante un fenómeno, a nivel de especie, que se puede calificar de inquietante si nos comparamos con nuestros parientes más cercanos.

No deja de ser extraño que seres dotados de un intelecto superior tiendan a renunciar a su uso en favor de una mayoría, aun cuando ello contribuya a tomar decisiones erróneas que perjudican, tanto al individuo que renuncia al propio criterio correcto, como al grupo que sigue un criterio erróneo.

En estos casos, la conformidad solo conduce al error de toda la comunidad al completo, algo que, por más vueltas que le damos, no tiene ninguna lógica pues es un desperdicio de recursos intelectuales y un mecanismo ineficiente y anti evolutivo. Y eso nos hace pensar que quizás es el reflejo de un problema y no de una característica como especie.

Los sistemas sociales, esas complejas estructuras psíquicas creadas por el hombre, tiende a uniformar y a eliminar toda representación de individualidad y personalidad propia diferenciada. Los experimentos antes señalados podrían ser un reflejo de ello; algo que nos indicaría que el nivel de afectación de este problema es mucho más grave de lo que mucha gente quiere creer, porque nos estaría afectando ya a nivel biológico y evolutivo.

De ser así, podríamos concluir que ese “ente” llamado Sistema nos impide ser lo que podríamos llegar a ser como seres humanos. Un problema que requeriría de una solución inmediata.

 Esta tendencia ciega a la conformidad con el grupo, actuando por encima de la propia capacidad de raciocinio individual, es la fuente principal de la que emanan las desgracias de la humanidad. Mediante este mecanismo perverso se puede explicar el por qué de la pervivencia de todas esas creencias religiosas, supersticiones, mitos absurdos, fanatismos, tradiciones salvajes e ideologías sin sentido que tanto daño nos han hecho a lo largo de la historia.

Solo es necesario que en un punto del tiempo alguien plante la semilla de un mito, por disparatado que sea y si esa idea es capaz de arraigar en un número suficiente de personas, mediante las mecánicas de conformidad con el grupo, esa creencia será capaz de perdurar en la mente de los individuos durante siglos, transmitiéndose generación tras generación, como si fuera un ser con vida propia que trata de perpetuarse.

La mayoría de conceptos que configuran nuestro paquete de creencias está fundamentado en mentiras que han terminado por ser consideradas verdades intocables por simple presión grupal. No es necesario especificar ejemplos concretos, porque estamos rodeados de ellos.

Todo el mundo es capaz de hallar por sí mismo un cúmulo de tonterías en las que creemos todos, simplemente porque la sociedad, el grupo, la mayoría, la masa, nos dice que debemos hacerlo, aunque nuestra propia razón nos dicte todo lo contrario. Es algo que debería avergonzarnos como especie e incluso como seres vivos, porque no tiene ninguna base lógica y es incluso ridículo. Y no, no tiene nada que ver con nuestra evolución cultural como especie, ni es el pilar fundamental en el que se sustenta la civilización humana. Esto no tiene nada de natural.

Que los Rapanui, lo habitantes de la Isla de Pascua acabaran extinguiéndose por haber talado todos los árboles de la isla dominados por creencias absurdas no es un ejemplo de “evolución cultural”, es un ejemplo claro y diáfano de estupidez grupal, de esclavitud ciega a nuestras propias creaciones abstractas. Es un caso de subyugación extrema al Sistema, que en ese caso concreto llevó a la destrucción de esa comunidad y del propio ecosistema de la isla.

El caso de la cultura Rapanui es el reflejo de un problema psíquico a nivel global y un ejemplo en pequeño de lo que puede sucedernos a todos en conjunto si no le ponemos solución urgentemente.

Si realmente queremos cambiar las cosas, como individuos debemos combatir esta tendencia a la conformidad grupal.

Es uno de los primeros pasos para terminar con el Sistema que nos esclaviza como especie y es algo que solo puede hacerse a nivel individual, sin crear doctrinas, creencias estructuradas, grupos o etiquetas que puedan conformar un nuevo cuerpo abstracto susceptible de convertirse en nueva corriente grupal o mayoritaria.

Entonces no estaríamos combatiendo al monstruo: solo cambiaríamos parte de su nomenclatura.

Y es que lo más paradójico del caso es que para salvar al rebaño de su caída al abismo, lo mejor que podemos hacer es salirnos del rebaño.

Pero ¿qué significa salirse del rebaño?

Como indicábamos al principio del artículo, salir del rebaño no significa abandonar el mundo y aislarse de la sociedad. En realidad se trata de demostrar la propia independencia individual a los demás y exhibirla si es necesario. Y no, no estamos hablando de llevar peinados raros o ropajes chillones, ni de salir a la calle a hacer excentricidades. Básicamente consiste en empezar a ver la realidad tal y como es, despojándonos de esas ficciones abstractas que inundan nuestra mente y que distorsionan nuestra visión del mundo a través de una realidad “aumentada” que solo existe en nuestra psique. Un largo y duro proceso que necesita de una serie de pasos:

El primer paso, obviamente, es negarnos a obedecer nuestros impulsos de conformidad con el grupo.

En lugar de dejarnos arrastrar por la corriente mayoritaria y sus absurdas modas y creencias sin sentido, debemos darnos un tiempo para escuchar nuestra propia voz y pensar por nosotros mismos; algo que debemos hacer no solo a nivel racional, sino también a nivel intuitivo…un proceso largo y tortuoso que cada uno emprende como puede y que empieza a culminar cuando ya no nos vemos a nosotros mismos como miembros de un grupo, comunidad o corriente de pensamiento; cuando detestamos ser clasificados con un número o un código o cuando somos incapaces de aplicarnos a nosotros mismos una etiqueta que nos clasifique de tal o cual manera.

Cuando nos sintamos así, significará que hemos dado un paso importante.

Llegados a este punto, empezaremos a ser conscientes de nuestra individualidad y podremos empezar a enfrentarnos a uno de los pasos más difíciles: dejar de ver a “los miembros del rebaño” como a simples borregos.

Ese es el segundo paso y es extremadamente difícil.

Consiste en dejar de ver a los demás como miembros de un grupo, una corriente, una comunidad o una raza. Dejar de aplicar sobre cada individuo una categoría o una etiqueta y empezar a considerarlo como una pieza única e irrepetible. Y eso es algo complicado de conseguir, porque realmente hay muchas personas que no parecen individuos y que ni tan solo hacen el mínimo esfuerzo por considerarse a si mismos como tales. Son gente que, dominada por el Sistema, intentan disolverse a sí mismos en la masa informe y que son capaces de luchar a muerte contra cualquier individuo libre que les recuerde lo que son en realidad: piezas únicas.

Luchar contra la uniformidad que algunas personas tratan de alcanzar y contra la visión de esa uniformidad que nosotros mismos percibimos en ellos, representa una lucha titánica que requiere de los mejores sentimientos disponibles. Algo muy fácil de decir y muy difícil de conseguir.


El tercer paso, es quizás el más peligroso e ingrato. Consiste en demostrarle al rebaño que somos independientes y enfrentarnos a las reacciones airadas del grupo con todas las consecuencias.

Llegados aquí, debemos saber que el Sistema nos atacará por tierra mar y aire. Nos chillará a través de las bocas de nuestros amigos y parejas, nos castigará con miradas de desprecio a través de los ojos de las personas que nos rodean o tratará de derrumbar nuestra moral a través de sus risitas burlonas o de sus comentarios hirientes.

Ese mismo monstruo, instalado en millones de mentes, utilizará todos sus resortes mecánicos para atacarnos, sabedor del peligro que representamos para él, utilizando todos los ojos, lenguas y manos de los que dispone.

Veremos entonces como las personas se transforman en anticuerpos al servicio de este macroorganismo psíquico y nuestra “supervivencia” como individuos dependerá en gran medida de nuestra capacidad de ocultación y adaptación a las circunstancias.

Lo más difícil alcanzado este estado es no odiar ni despreciar a las personas que nos atacan y ser capaz de comprender que están siendo utilizados por el software instalado en sus mentes, de la misma manera que lo es cualquier soldado fanatizado que lucha a muerte por una ideología, una religión o una patria.

Pero que nadie se engañe: no odiar ni menospreciar a los que nos ataquen, no significa que al recibir un golpe debamos poner sumisamente la otra mejilla.

Todo lo contrario.

 Y llegados aquí, si estamos dispuestos a realizar este esfuerzo de desprogramación personal y de lucha por ayudar a los demás a liberarse de sus cadenas mentales, debemos ser completamente sinceros con nosotros mismos y aceptar la cruda realidad, la dura situación a la que vamos a enfrentarnos.

Y es que nadie nos ha otorgado esta misión: somos nosotros mismos los que decidimos emprenderla con todas las consecuencias. Eso significa que en esta lucha no formaremos parte de ninguna organización, de ninguna conspiración divina, ni seremos enviados de ningún Dios que nos proteja con su aliento celestial o con una cúpula invisible. No se hará justicia por nuestros actos, ni por nuestro sacrificio. No habrá medallas, honores, ni reconocimiento, ni golpecitos de aprobación en la espalda. Ni tan solo una sonrisa cómplice o un atisbo de comprensión o solidaridad de los demás. No bajarán ángeles tocando sus trompetas ni se levantarán escaleras de plata que nos conduzcan al paraíso al final de nuestros días. No esperemos un juicio final donde se nos premie por nuestros esfuerzos.

Aquí no habrá mas juez supremo que nuestra propia conciencia, ni más premio que la satisfacción personal del sacrificio anónimo por el bien común. Demostraciones, todas ellas, del máximo poder que un individuo puede ejercer sobre sí mismo.

Tú decides si quieres hacerlo o no y tú estableces tu nivel de compromiso con tu causa.

Los más afortunados y capacitados sabrán cambiar las cosas formando parte del mundo y utilizando los resortes del propio Sistema en la medida de lo posible.

Otros quizás más atrevidos, no puedan, no sepan o no quieran emprender este duro camino sin recibir las embestidas más duras y acabar, en cierta medida, solos y aislados.

Quién sabe: puede que algunos incluso se sientan solos estando rodeados de multitud de sonrientes amigos y familiares que nada entienden, ni nada quieren comprender.

Y ahora que sabes que para salvar al rebaño deberás salir de él y abandonar su calidez…

Ahora que sabes que no recibirás recompensa ni te espera un paraíso por tu sacrificio…

¿Aún quieres emprender la lucha?








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