miércoles, 5 de julio de 2017

PARA ENTENDER EL PRESENTE






CIVILISMO Y MILITARISMO: SIAMESES DE UN PARTO PREMATURO
... un 18 de octubre, llamado "Revolución".


En 1928 comienza en Venezuela una forma distinta de hacerle oposición al consolidado régimen del tirano tachirense, Juan Vicente Gómez. Pero más que una manera innovadora de enfrentar a la opresión del andino de “asiáticos rasgos”, surge en el país una manera nueva de hacer política. El hombre que asume una postura, un “partido” no es el que empuña su sable o dispara sus fusiles. No es el que organiza una montonera y a caballo se precipita sobre una ciudad, llegando hasta el saqueo. La “Generación de 1928” marca un hito al convertir la política en un ejercicio de ideas, y no en la práctica de la violencia y los campos bañados en sangre. Los universitarios de aquella semana del estudiante dan el primer paso para enterrar la hegemonía del caudillismo, para más tarde instaurar un modelo de relación entre los ciudadanos y el Estado, nunca antes visto en Venezuela. 

Años antes de aquel ensayo cívico que devino luego en cárcel y destierro para muchos bisoños, se estaba formando otra generación. Desde comienzos del siglo XX, y en especial en los primeros años de Gómez, mientras buena parte del país pensaba que la luna de miel –en dictablanda- sería eterna, el “Pacificador” impulsaba con especial ahínco una obra inconclusa de su defenestrado compadre: La Academia Militar.

Si una institución debía garantizar al menos dos de los tres principios del lema del gomecismo, esa sería el ejército. Unión y paz, bajo la tutela de un cuerpo armado nacional, sin compromisos ni otras lealtades intermedias, que no fuesen la del Jefe Supremo de la República que –cual Luis XIV- representaba en sí mismo toda la estructura del Estado. Venezuela comienza a tener unas Fuerzas Armadas profesionales, con formación incluso más allá de nuestras fronteras.

La sociedad venezolana experimenta entonces durante el período gomecista dos evoluciones en paralelo: la primera del mundo político “civil”, y la otra en la institución castrense. Son dos génesis, porque en los años precedentes no puede hablarse ni de ejército nacional, ni de una forma de acceder al poder en el país que no fuese por la acción directa de un caudillo, o gracias a la influencia o manipulación del “mandón de turno”. Ambas realidades no convergerán de manera contundente sino mucho después de la muerte de Juan Vicente Gómez, y sus dinámicas internas sufrirán procesos distintos, aunque al final el objetivo de protagonizar los más decisivos capítulos de la historia vernácula tenga para ese entonces una fuerza imparable.
La llegada del General Eleazar López Contreras a la presidencia de la república supuso una dicotomía para los venezolanos. Por una parte, la esperanza (en el entendido de no poder existir nada peor que Gómez) de una etapa nueva en la vida nacional, caracterizada por la apertura, la tolerancia y el respeto a los más elementales derechos humanos. Sin embargo, ese optimismo colectivo chocaba de inmediato con una realidad inocultable: el “gomecismo” como “sistema” estaba aún intacto, y sus instituciones y personeros todavía deambulando y ejerciendo influencia. ¿Podría catalogarse a López Contreras como un “gomecismo sin Gómez”? Al menos los sectores privilegiados en las casi tres décadas de dictadura que acababa de morir con su amo en Maracay, era poco lo que estaban dispuestos a ceder.

El período de lopecista supone un segundo debut para aquel grupo (ya no tan jóvenes e inexpertos) que en 1928 enterraron el siglo XIX y dejaron en evidencia a un Gómez estancado en las viejas prácticas de un país alejado de la modernidad. (1) La actividad político-partidista (no sin muchos recelos) comienza a ser parte de la cotidianidad, así como la efervescencia sindical. No todo era perfecto y el tabú comunista es asunto de Estado, y queda impreso como explícita prohibición en la Carta Magna.

El sistema electoral mantenía la escogencia del presidente de la república en un proceso de “tercer grado”, existiendo sólo el sufragio directo para los concejos municipales y asambleas legislativas, pero con el no muy insignificante detalle: sólo pueden hacerlo los varones que sepan leer y escribir. Más de medio país está excluido del ejercicio de su soberanía, lo que convierte a la democracia post-Gómez en un asunto de elites y minorías.

He allí donde se centrará uno de los más radicales reclamos de los sectores de oposición, principalmente el que comienza a liderar uno de los protagonistas del ’28: Rómulo Betancourt. La elección universal directa y secreta de los Poderes Ejecutivo, Legislativo, regional y municipal, figurará en la agenda política como punto de honor de quienes están en la acera de enfrente de los herederos del Benemérito; así como otras libertades que –en sintonía con la anterior- podrían llevar a la país a una democracia más auténtica y hasta “menos hipócrita”.
Al igual que su mentor, López Contreras hace descansar buena parte de su fortaleza como gobernante en el ejército. Para finales de los años ’30 estamos ante una institución donde la oficialidad “con escuela” comienza a sentir el abismo entre los viejos “chopos de piedra” (donde se incluye el mismísimo presidente, quien lo asume con orgullo) y quienes tienen una visión distinta de las Fuerzas Armadas y del país. Pero no sólo es una grieta “intelectual” (si cabe el término) sino además en un terreno hasta más doméstico –pero no por ello menos sensible- de las hondas diferencias socio-económicas entre el alto mando y los estratos medios y bajos del cuerpo uniformado.

Así como el país, las Fuerzas Armadas era el reflejo de una etapa aún no superada, aunque en pleno proceso evolutivo. Añejas estructuras, antiguas relaciones de poder, con sus grupos rebosantes de prebendas, ante una mayoría que está al margen de las grandes decisiones y del reparto de la riqueza.
El gobierno de Isaías Medina Angarita arranca en medio de un océano infectado de submarinos fascistas y un conflicto mundial de grandes proporciones. El nuevo mandatario andino supone un paso más en la transformación política venezolana, pero no satisface por completo (2). Más tolerante y abierto que su antecesor, Medina se enfrenta una vez más al gran problema de su propia sucesión. Aunque él mismo había protagonizado un hecho inédito en la historia reciente del país, como lo era el ascenso a la primera magistratura del país en el marco constitucional y sin necesidad de una rebelión, no será así su salida de Miraflores.
El medinismo deja como tarea pendiente la posibilidad de elección directa del presidente de la república, y los avatares que tienen signos hasta clínicos en aquel año 1945 con la pérdida de la posible carta de salvación para evitar la hecatombe: Diógenes Escalante.

¿Era inevitable el 18 de octubre con ese escenario? Los más acérrimos críticos de aquel golpe militar afirman que –contradiciendo a Betancourt- la frustración fue a la inversa. La “evolución natural” del estado de cosas, nos llevaría “algún día” a un sistema político con las libertades exigidas desde febrero de 1936, y que sólo era cuestión de tiempo, pero la ambición de una camarilla militar, en complicidad con un partido político desesperado por posesionarse en Miraflores, dieron al traste con una línea sin traumas.

Esa premisa, con su poco velado acento positivista, nos lleva al terreno de las especulaciones, y peor aún, de la adivinación. ¿Qué pensaban en diciembre 1908 los que lanzaron vítores a Gómez y pedían la cabeza de Castro? Aquella “evolución dentro de La Causa” encerró a Venezuela en casi treinta años de tiranía unipersonal. La posible “evolución” protagonizada por el medinismo tampoco era garantía para futuros y sensibles cambios en el país.
El Cesarismo Democrático pasaba ya demasiado como excusa para mantener el establishment. Si es por no tocar privilegios y un status quo determinado, el pueblo jamás estará preparado para darse por sí solo el sistema de gobierno y, más puntual aún, los gobernantes que más le convienen. Quienes desde el poder tengan que hacer frente a la necesidad de abrir los aliviaderos de los reclamos colectivos represados, siempre encontrarán en la ignorancia y el analfabetismo político (que ellos mismos han propiciado) el as bajo la manga del continuismo y la reacción.

El 18 de octubre de 1945 es, en principio, un golpe de estado. No vale edulcorar la historia. Lo que puede catalogarse o no de “revolución” o “transformación profunda” es lo que vino después, lo que se conoce como “El Trienio Adeco” (1945-1948). Decimos que es un golpe de estado, porque con todas sus imperfecciones el gobierno de Isaías Medina Angarita estaba revestido del manto de la legalidad constitucional como ya hicimos referencia líneas atrás. Un golpe que se rebela contra un hecho objetivo que aún no ha ocurrido: la elección en el Congreso de la República del general Eleazar López Contreras para el período 1946-1951 y, por lo tanto, un mayor retroceso hacia la consolidación democrática del país.


Anteriormente dijimos “un golpe militar”. Sí, porque es la oficialidad de Academia (muchos alumnos incluso del presidente depuesto) los que lideran la asonada de octubre de 1945. No fue algún trasnochado caudillo sobreviviente del gomecismo, no fueron civiles que dejaron sus labores cotidianas para tomar un arma y deponer a un gobierno, sino que toca el turno a nuevos actores: el militar de carrera. Es el hombre que desde su adolescencia se ha dedicado única y exclusivamente a la formación castrense como modo de vida, tanto en la paz como en la guerra. El cuartel es su hogar y la profesión uniformada su razón de ser. Tamaña grieta con la Venezuela que hace tan solo diez años fue enterrada en los valles de Aragua, un 17 de diciembre.

El 18 de octubre de 1945 nace en la vida nacional: el militarismo, y queda atrás el caudillismo. Las Fuerzas Armadas como un nuevo partido, como cuerpo deliberante y de participación directa en los asuntos patrios; como gran árbitro de las coyunturas. Pero, de manera paradójica, es un parto de siameses. El propio 18 de octubre, montados en ese portaaviones, ocurre otro hecho inédito: civiles que ocupan la presidencia y las más altas funciones del gobierno. El otro siamés en este apresurado parto: el civilismo.



¿Relación simbiótica? Sin duda que ninguno de los dos podía subsistir en un primer momento en esa aventura octubrista sin el otro. Un puñado de oficiales desconocidos que rompen con el paradigma del caudillo en armas, el hombre carismático y popular, deben subsanar esa “carencia de pueblo” de la forma más práctica: con el partido político de mayor arraigo y extensión territorial, como lo era Acción Democrática.

La tolda blanca, la gente que acompaña a Betancourt, Leoni y Prieto Figueroa, de esperar la “presunta” evolución defendida por los medinistas, hubiesen sido muchos los lustros antes de llevar a la praxis su plataforma programática. Con un sistema (a la usanza del viejo PRI mexicano) donde el Jefe de Estado se da el lujo de escoger a su sucesor, con la seguridad de tener un parlamento obediente para la elección de tercer grado, era muy poco el margen para la acción política. Ambos actores: AD y militares, tenían un “techo bajo” con el viejo sistema que buscan derrocar.

Sin embargo, los adeístas (“adecos” para la propaganda reaccionaria de la derecha) han hecho un “pacto con el diablo”. En maquiavélico cálculo, los civiles se han aliado con sus verdugos. El ensayo revolucionario de octubre viene al mundo con un pecado original. Quienes desde 1928 andan por Venezuela y el mundo haciendo una propuesta distinta, prometiendo nuevas caras, pero además nuevas ideas (o mejor dicho, proponiendo ideas) y otros procedimientos, sucumben a la tentación armada.

No conformes con ello, caen en un sectarismo que raya en la persecución y la discriminación política. Aliados en la primera hora hacen tienda aparte en poco tiempo, indignados con la venganza política disfrazada de juicios de peculado, y por la violencia como norma para dirimir las diferencias doctrinarias. El jefe de la democracia cristiana denunciará el caldeado ambiente legislativo: “…tuvimos que debatir intensamente con una mayoría que se consideraba dueña del país”. (3)
El día 18 de octubre de 1945 fue un golpe militar, y lo que ocurrió luego, hasta el 24 de noviembre de 1948, no puede llamarse “revolución” en el apego estricto al idioma, pero sí un proceso de importantes cambios. Entre ellos, el más significativo y que sí honró la palabra de quienes lo defendían desde los tiempos del lopecismo, fue la institución del voto universal, directo y secreto, sin ningún tipo de distingo por raza, sexo, condición social o intelectual. Un logro que el decenio militarista no se atrevió a derogar, y prefirió el fraude como estrategia para el disimulo.

Este quizás sea el verdadero o el más revolucionario de todos los actos del Trienio Adeco. Tanto que en ensayos políticos que vive Venezuela, con todo y la idea de instaurar una autocracia, el voto universal no queda a un lado, y tal vez pueda ser uno de los pocos derechos ciudadanos que aún sea efectivo, de triunfar en algún momento un proyecto de concentración total de todos los poderes del Estado, ya no de facto, sino por la vía legal.

Pero la mortal alianza con una camarilla uniformada, que tenía su propia agenda y sus propias ambiciones, echa por tierra el primer intento por darle al país una democracia con mayúsculas, y no a medias, como la de la década López-Medina. 

Juan Ernesto Páez-Pumar O.




NOTAS:
(1) Uno de los autores que comparte tal apreciación es Manuel Caballero, en su obra: Gómez, el tirano liberal (Anatomía del poder). Caracas, Alfadil, 2003.
(2) Rómulo Bentancourt. Venezuela política y petróleo. Barcelona, Seix Barral, 1979. El fundador de AD cataloga al gobierno de Medina como “la autocracia con atuendo liberal”, y más aún: “El Quinquenio de las frustraciones”, p. 161.
(3) Rafael Caldera. De Carabobo a Punto Fijo. Caracas, Libros Marcados, 2008, p. 100.
Publicado por Juan Ernesto Páez-Pumar O.

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