La fiesta de la Epifanía es de origen Oriental y surgió en
forma similar a la Navidad de Occidente.
Los paganos celebraban en Oriente, sobre todo en Egipto, la
fiesta del solsticio invernal el 25 de diciembre y el 6 de enero el aumento de
la luz. En este aumento de la luz los cristianos vieron un símbolo evangélico.
Después de 13 días del 25 de diciembre, cuando el aumento de la luz era
evidente, celebraban el nacimiento de Jesús, para presentarlo con mayor luz que
el dios Sol. La palabra epifanía es de origen griego y quiere decir
manifestación, revelación o aparición. Cuando la fiesta oriental llegó a Occidente,
por celebrarse ya la fiesta de Navidad, se le dio un significado diferente del
original: se solemnizó la revelación de Jesús al mundo pagano, significada en
la adoración de los "magos de oriente" que menciona el Evangelio.
Hoy la Iglesia celebra la Epifanía para recordar la
Manifestación del Señor a todos los hombres con el relato de los Magos de
Oriente que nos narra el Evangelio (Mt 2, 1-12). Aquellos hombres que buscaban
ansiosamente simbolizan la sed que tienen los pueblos que todavía no conocen a
Jesús.
La Epifanía, en este sentido, además de ser un recuerdo, es
sobre todo un misterio actual, que viene a sacudir la conciencia de los
cristianos dormidos.
Para la Iglesia la Epifanía constituye un reto misional: o
trabaja generosa e inteligentemente para manifestar a Cristo al mundo, o
traiciona su misión. La tarea esencial e ineludible de la Iglesia es trabajar
para llevar a Cristo a todos aquellos que no lo conocen.
La llegada de los magos, que no pertenecen al pueblo
elegido, nos revela la vocación universal de la fe. Todos los pueblos son
llamados a reconocer al Señor para vivir conforme a su mensaje y alcanzar la
salvación.
La descripción que hace el Evangelio de la llegada de los
magos a Jerusalén y luego a Belén, la reacción de Herodes y la actuación de los
doctores de la ley, encierra una carga impresionante de enseñanza.
Unos hombres extranjeros que siguen el camino indicado por
la estrella, para adorar al recién nacido Rey de los judíos.
Los conocedores de las Escrituras en Jerusalén que quedan
indiferentes ante aquella luz del cielo, que anuncia el acontecimiento esperado
por siglos.
La envidia del rey Herodes ante el temor de que surja un rey
"mayor" que él.
Ante este relato tan cargado de significado, nos queda
reflexionar seriamente:
¿Somos como aquella Jerusalén, "conocedora de las
Escrituras", pero incapaz de reconocer y menos de seguir el camino de la
Luz de Cristo?
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