Estas son palabras de despedida de un corresponsal de la BBC después de haber vivido y cubierto por 3 años las noticias de Venezuela para el prestigioso medio británico:
Las cosas que voy a extrañar de Venezuela (y las que no)
Por Daniel Pardo/BBC
“A veces no me queda claro si Venezuela es un lugar feliz o infeliz. Porque parece ambas cosas.
Más allá de las penurias que sufre el país, y por muy pesimista que esté, el venezolano anda por la vida regalando gestos fraternales.
La gente más alegre del mundo puede encontrarse en una cola kilométrica en el supermercado o en un hospital quebrado y sin insumos.
Temo que pronto vaya a suscribir lo que decía Gabriel García Márquez, quien en su “Memoria feliz de Caracas” (1982) escribió que “una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal”.
Hasta Gabriel García Márquez se enamoró de Caracas. Pero el recuerdo que me llevo es más feliz que infeliz. Incluso en las kilométricas colas es posible encontrar sonrisas y gestos fraternales.
Porque en la esencia del venezolano, en ese limbo entre felicidad e infelicidad, encontré enseñanzas para el resto de mi vida, aquellas en la raíz de instituciones como “poco a poco se llega lejos”, “esto es lo que hay” y “al mal tiempo, buena cara”.
Echaré de menos…
Y me transportaré a las playas del Caribe cada vez que huela y beba uno de los exquisitos rones venezolanos (también, dicen, los mejores el mundo) Memoria feliz de Venezuela
Cuando hable de la Venezuela que viví tendré que mencionar escasez, inflación, delincuencia, gente jodida en un sinfín de maneras.
Pero haré el esfuerzo de ir más allá de esta coyuntura, lejos de los cínicos, corruptos y malandros.
Me llevo, más bien, la sonrisa del recogedor de basura, el coqueteo de la funcionaria pública: ese calor humano caribeño que tanto extrañan los miles de venezolanos que se han ido del país recientemente.
Los venezolanos que ríen para sobrellevar la crisis. Es como si en Venezuela la movilidad social estuviera en la cultura; como si el clasismo fuera cuestión de las minorías: acá el chofer es el confidente del jefe y la empleada del servicio, un pilar en las familias de clase media.
No hay sueldo ni vestimenta ni buenos modales que estén por encima de un saludo, de una broma que democratice las relaciones: que ponga a un mototaxista en el mismo rango de un ministro; que archive, rápidamente, el trato de “usted”; que inspire, en cuestión de segundos, decirle “mi amor”, “mi cielo” o “papito” a un desconocido.
Venezuela vive en un raro estado de paciencia, de tolerancia. La impuntualidad es permitida.
Del país me llevó las sonrisas.
Algunos venezolanos dicen que ese estado de constante regocijo, de no tomarse nada en serio, es lo que “tiene a este país jodido”.
Pero para mí es una enseñanza de que no hay preocupación que arregle los problemas, esa gran solidaridad no la veo en ningún lado de la desarrollada Londres ni de mi Europa allí ni las familias se ven en su mayoría…
Ser feliz es gratis, aprendí de los venezolanos. “Por mucho que la arepa este cara”
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