Leonardo Da Vinci
Leonardo Da Vinci representa el prototipo de hombre
renacentista, su capacidad investigadora y creadora, es una fuente de libre
cauce donde todas las potencias humanas se ponen en acción para beneficio de
toda la humanidad.
En la historia conocida hay suficientes personajes que podríamos
calificar de extraordinarios, en alguna de las múltiples facetas humanas, pero
escasos son los que han sobresalido en tantos y tan variados campos al mismo
tiempo. Leonardo es un genio entre los genios y su existencia coincide con uno
de los períodos más luminosos de la historia: el Renacimiento italiano.
Leonardo nace a pocos kilómetros de esa ciudad curiosamente
llamada Florencia, allí donde iban a florecer los más grandes genios del
Renacimiento y sus obras inmortales… Su inquietud científica y artística ya
despuntaba en los primeros años de su vida. Su habitación era un laboratorio
donde se acumulaban los más extraños objetos, animalillos, piedras, fósiles que
hallaba en sus inspecciones campestres.
Sus inquietudes artísticas fueron rápidamente encauzadas por
su padre, Ser Piero da Vinci, que dejó la custodia de su hijo en manos de un
hombre que encarna el espíritu renacentista, Andrea del Verrocchio. Será este
maestro quien inicie al joven Leonardo en pintura, escultura, música,
ingeniería y filosofía. Como buen discípulo pronto igualará a su tutor, quien
le permitirá participar en sus obras.
Leonardo no solo abrió caminos nuevos en la pintura sino que
le dio nuevos valores a este arte. Hasta entonces las diferentes representaciones
de figuras humanas o animales y la misma naturaleza formaban un todo artificial
y superpuesto. La pintura es color y es luz y Leonardo investigó profundamente
los efectos de la luz sobre el ojo humano.
Un cuadro, lo mismo que la vida, es un debate entre la luz y
las tinieblas. Leonardo representó como ninguno hasta entonces ese debate
externo e interno entre lo claro y lo oscuro. Dio vida a esa misteriosa técnica
del “sfumatto”, donde la línea y los contornos se van difuminando lentamente,
donde todo se funde en un conjunto único en esa irreal dualidad del claro y el
oscuro.
Gran amante de la música, Leonardo consideraba a la pintura
hermana de esta, y la definía como una sinfonía de luz y de formas; las partes
-decía- tienen que formar un todo armónico. Vemos en muchas de sus obras que
los personajes están todos envueltos en una misma atmósfera, unidos por la
mirada, la dirección del cuerpo, todos están sutil y naturalmente enlazados.
Para Leonardo una pintura debía tener alma, no ser solo una fría representación
simbólica despojada de su espíritu. La misma forma debía ser un mensaje, pero
no un mensaje cualquiera, sino una inquietud profunda.
A lo largo de toda su vida realizó exhaustivos y completos
estudios anatómicos; al mismo tiempo era un incansable observador de los tipos
humanos, encaminado hacia la búsqueda de la expresión del alma a través de la
forma.
Conocedor de Pitágoras y amigo de Luca Pacioli, Leonardo
creó sus obras bajo el conocimiento de las divinas proporciones o número áurico.
Leonardo, en esa búsqueda metafísica de la vida y sus
orígenes, crea unos seres que parecen emerger de un principio único, más allá
de la dualidad del universo.
Son la expresión del espíritu completo del hombre realizado,
es el círculo que encierra el ying y el yang de los orientales, el satwa hindú,
en una palabra, el ser humano perfeccionado y completo.
Las grandes maestras de Leonardo eran la naturaleza y la
vida misma, velo de todos los misterios que él observaba pacientemente, y sus
mejores consejeros eran viejos libros. Platón, Ramón Llull, Pitágoras,
Ptolomeo, Tito Livio, etc. Un amor incondicional a toda la naturaleza y sus
criaturas y un respeto profundo al saber de todos aquellos hombres que le
precedieron alimentaron su fecundo espíritu investigador y creador.
Leonardo es el hombre renacentista y universal por
excelencia porque toda su vida es una síntesis de búsqueda y de hallazgos.
Ningún anhelo humano se escapó a su mente inquieta y a sus manos creadoras:
tratados de pintura, estudios de anatomía, fisiología, geología, proyectos de
ingeniería, máquinas voladoras, trajes de buzo, automóviles, bicicletas,
barcos, telescopios, telares, cuentos, chistes, vivencias, ética, y un largo
etc.
En Leonardo el saber es una sola y única inquietud fecunda y
vital que no está dividida ni especializada: ciencia, religión, arte, política
son las caras visibles de una realidad más profunda, donde todo lo visible es
un todo inseparable, donde el ser humano es criatura y creador, descubridor y
objeto de descubrimiento al mismo tiempo. ¡Ojalá ese espíritu vuelva a resurgir
entre la humanidad!, pues el ser humano necesita más que nunca liberar ese
caudal inmenso de potencias que buscan su verdadera y total realización.
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