Después de los trágicos acontecimientos sucedidos el 12 de
Febrero en Venezuela, cuando una marcha pacífica de estudiantes fue brutalmente
reprimida por los organismos de seguridad e inteligencia del gobierno de
Nicolas Maduro, en conjunción con grupos paramilitares armados (colectivos), lo
que generó una escalada de violencia y represión hacia el pueblo venezolano, el
destacado fotógrafo venezolano Roberto Mata ha venido documentando a través de
entrevistas y registro fotográfico las historias de las víctimas de esta
tragedia.
El producto de este importante aporte del fotógrafo Roberto
Mata se ha publicando desde el mes de febrero del 2014 en su Blog dentro
del Portal Web www.prodavinci.com, en la cuenta de Instagram,
www.instagram.com/RMTF y a través de los enlaces en Twitter de la cuenta de
@RMTF www.twitter.com/RMTF
Por mi parte me he tomado el atrevimiento de reproducir las entrevistas y las fotos que las acompañan por considerar que este trabajo se constituye en un importante registro histórico, ademas realizado con honestidad, sensibilidad y
respeto.
He querido también, que mis amigos en cualquier lugar del
mundo tengan acceso a estos dolorosos testimonios que nos acercan a una
realidad más humana, menos noticiosa y que nos pueden ayudar a entender mejor
lo que sucede en Venezuela.
Aquí les dejo las entrevistas publicadas hasta la fecha,
pueden también verlas individualmente en las cuentas originales, antes
señaladas.
Por Roberto Mata | 14 de Febrero, 2014
Esther, 31. Comunicación Social, inconclusa.
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
Esther sintió algo que nunca antes había sentido: un tiro.
La bala entró y salió por la pierna sin tocar hueso, vena o arteria,
aunque muy cerca de la femoral, como todos los cuentos de quienes sobreviven.
Una bala aparentemente 9 mm., es decir: un arma corta.
Esther nunca entendió por qué le habían disparado a ella. No vio quién
lo hizo ni desde dónde. Lo que sí sintió fue vergüenza. Venezolanos disparando
contra venezolanos. No sintió miedo. La ayudaron unas personas de ésas por la
que todavía cree en el país. La protegieron en un edificio, la hicieron ver por
un médico, la cuidaron y la escoltaron hasta un taxi en la Av. Bolívar.
“¿Cómo le aviso a mi papá?”, se preguntó.
El papá de Esther vive exilado en EE.UU. desde 2003. Hugo Chávez lo
despidió por televisión en abril de 2002. Era Gerente de Planificación y Control
de Finanzas de PDVSA. El abuelo de Esther fue vigilante de PDVSA en aquel “país
bonito, país de las oportunidades”
La casa rosada de Esther está
detenida en 2003, Vive sola con su hermana en la calle que hasta hace muy poco
era la más peligrosa de Las Palmas. El Volkswagen Gol tiene
un caucho espichado, no tiene batería ni retrovisor, lleva un año esperando por
un repuesto que probablemente nunca llegará. La otra casa de Esther, la de la
infancia, la de la playa, le tocó vaciarla el domingo. La vendieron.
El domingo: desprenderse de los recuerdos. El miércoles: un tiro.
— Morir en una marcha es parte de nuestra realidad, de nuestro día
a día. Salir de tu casa y morir es cotidiano. No me voy de Venezuela, aunque
tengo todo para hacerlo. Soy ciudadana norteamericana, soy parte del problema y
parte de la solución.
— ¿Qué te duele Esther?
— Me duele el miedo que todos tenemos, el miedo que viene desde lo
invisible.
Esther demora en llegar hasta abrir la puerta, tanto de bienvenida como
de despedida. Cojea. Le duele la pierna. Sabe que la tiene morada pero no le
gusta vérsela. Le da grima. “Me preocupa que hoy es el día de los
enamorados y que olvidemos lo que debemos hacer”
“Mi hijo no quería ser un héroe nacional ni un mártir”. Derek Redman,
por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 16 de Febrero, 2014
Derek Redman, 77 años. Vendedor. Fotografía de
Roberto Mata.
“Esta mañana lloré temprano, después salí a visitar a mis amigos por
Petare, Lebrún y Campo Rico, amigos míos y de Roberto, mi hijo. Algunos no
sabían nada. Ellos se arrecharon y me pasaron la arrechera a mí. Y entonces
dejé de llorar y, digo, estoy arrecho… ¡a mí no me va parar nadie ahora!”
Dos motorizados con cascos integrales, y a mansalva según los presentes,
mataron a Roberto Redman (31) de un disparo directo a la cabeza.
“Mi hijo no quería ser un héroe nacional ni un mártir. Sólo estaba
tratando de hacer algo por el país”. Roberto Redman era de poco hablar,
mucho Ávila, empleos varios y una única meta: ser piloto. En diciembre
recibió la licencia después de tres años de ahorro familiar. Ahora comenzaba la
espera de un avión que necesitase un copiloto.
— ¿Sirvió de algo la muerte de Roberto?
— Aparentemente logró unir a una cantidad de gente que era apática
en cuanto a lo que hay que hacer para tener una democracia y libertad. Eso
espero. Roberto era mi hijo y compañero. Andábamos mucho juntos. Este domingo
jugamos cuatro horas bowling, en Mampote.
Los hombres de la familia Redman no lloran mientras velan a los muertos,
eso es un hecho comprobable.
Czeslaw: “Un guardia nacional me dijo: ‘¡Tú estás listo!’”; por Roberto
Mata.
Por Roberto Mata | 16 de Febrero, 2014
Czeslaw*, 23 años. Estudiante del 7mo. semestre de
Estudios Internacionales.
Fotografía de Roberto Mata.
— ¡Nombre, cédula y apodo!
— Yo no tengo ningún apodo…
Un guardia nacional habla golpeado, grita, humilla pero no te mira a los
ojos.
Al Palacio de Justicia se entra esposado, se bajan dos pisos por las
escaleras y ahí comienza la espera de ocho horas en un calabozo de veinte
metros. Catorce pasajeros involuntarios y un urinario.
“Desde que soy un niño sueño con trabajar en Cancillería y ahora tengo
esta raya en mi acta. El fiscal me dijo que veía muy difícil que me aceptaran,
que depende de quién me toque, que si entro “palanqueado” puede ser, pero que
vía Recursos Humanos no cree. Eso para mí es devastador, porque entonces
tendría que dejar el país para trabajar y ése no es mi objetivo. Yo no me voy
de Venezuela.”
Czeslaw*, de 23 años,
séptimo semestre de Estudios Internacionales, se comió un temaki rolljunto a su novia y dos amigos en el
Centro Comercial San Ignacio. Sabía algo de lo que pasaba en la Av. Francisco
de Miranda. Caminó dos minutos solo, en línea recta hacia el sur en dirección
al metro de Chacao para ir a Chacaíto, tomar un autobús, regresar a casa y
terminar un trabajo de la universidad. El cuento del lugar y el momento equivocado.
A las 6:40 pm del miércoles 12 de febrero, y después de socorrer a una
conocida por las bombas lacrimógenas, “un guardia nacional me dijo: ¡Tú estás
listo!”. Detenido por 48 horas.
“Me acusaron de asociación ilícita para delinquir con otro muchacho que
no conozco. Después de esto, veo al gobierno exactamente igual. Desde que entré
hasta que salí siento mucha impotencia”.
Sobre una raya azul en el piso y con
los brazos por encima de la nuca, mientras esperaba ser llamado para subir al
tribunal, Czeslaw vio a cinco compañeros
de universidad, vestidos de trabajo y muy sucios. Los habían agarrado en el
anden del metro en Parque Carabobo el mismo miércoles. Los sacaron del anden y
los acusaron de terrorismo. Uno de ellos, bombero voluntario, mostraba una cara
de terror inédita.
***
*Nombre falso a petición del joven.
“Sigo mi lucha. No me voy a dejar detener de nuevo”; Ángel por Roberto
Mata
Por Roberto Mata | 18 de Febrero, 2014
Ángel Matute, 24, séptimo semestre Comunicación
Social.
Fotografía de Roberto Mata
El celular de Ángel está sin batería y en la fiscalía. Fue lo
primero que le quitaron.
El reloj, la correa y los cordones de los zapatos después.
Agachado, esposado y viendo hacia el piso lo trasladaron en una Toyota
chasis largo junto a ocho más al CORE 5. También estaban con él en ese
traslado alguien que acababa de hacer una compra en Farmatodo y alguien que
había llegado de El Tigre el día anterior para hacer una diligencia en
Caracas. Todos bajo la misma incertidumbre, todos directo a la
incomunicación.
Aunque los guardias nacionales sí les comunicaron durante el trayecto
todo lo que les podría pasar. Lo hicieron en voz alta. Muy alta.
Rezó, rezó y rezó.
No suele rezar.
“Padre Nuestro” y “Ave María” en loop.
A Ángel lo detuvieron en Parque Central, lejos de Parque Carabobo,
mientras una señora lo insultaba, lo señalaba. El orden real de los
acontecimientos es: una señora lo comenzó a insultar y la Guardia Nacional
decidió arrestarlo. Ángel dio media vuelta y se entregó.
Le hicieron una foto, con letrero con su nombre, y el cargo: terrorista
0074. También le tomaron las huellas dactilares, las diez.
La única llamada que se permite, se convirtió en cinco llamadas a las
once de la noche, siete horas después de la detención.
Papá.
Mamá.
Hermano.
Novia.
Nadie atendió.
— Entonces llamé a casa de mi abuela, 77…
Durmió esposado en el piso y al aire libre. Frío. “Estar esposado
es la primera pérdida de libertad. No estás en un calabozo, pero no te puedes
mover. Es la primera sensación de cárcel”.
Ángel descubrió que las reglas entre detenidos son mucho más severas que
la de la sociedad del otro lado del muro. No se aceptan equivocaciones.
— ¡Diez años en Tocorón te salen a ti! —le aseguran los guardias.
Desde el CORE 5 llevaron a Ángel y al
resto de los detenidos a La Dolorita, en Petare. Allí ya habíahuéspedes previos en la habitación de una sola
puerta y una gran pestilencia. Estuvo detenido de miércoles a viernes.
“El sonido de una bala aturde. Las ráfagas aturden. Las ves pegando en
las paredes, en las rejas, aturdido pierdes el miedo y avanzas. Miedo da
perder la libertad. Y cuando la pierdes la aprecias más. Yo nunca había sentido
una emoción así por ver a mi mamá. Nunca. Lloré”.
— ¿Culpable?
— De nada. Sigo mi lucha. No me voy a dejar detener de nuevo.
“‘Estoy trabajando, soy prensa’, les dije…”; Gabriel Osorio por Roberto
Mata
Por Roberto Mata | 20 de Febrero, 2014
Gabriel Osorio, Fotógrafo. Fotografía de Roberto
Mata
Por decisión propia, a los once años Gabriel Osorio quiso ser soldado,
ser héroe. Lo inscribieron en un liceo militar en Caricuao.
Nunca aceptó tener las botas limpias, bolsillo derecho del pantalón con
pañuelo y cortaúñas, ni trotar al amanecer. Sólo se sintió identificado con la
corneta de la banda marcial. Tocaba la diana a las 5:30 am y, mientras el resto
cumplía la rutina militar mañanera, dormía un rato más dentro del escaparate.
Cuando terminó el bachillerato
estudió Ingeniería Industrial y nunca pudo aprobar Calculo II. Comunicación social, inconclusa. Fue
escenógrafo, mecánico, carpintero, herrero y finalmente se convirtió en fotógrafo
Gabriel aclara que no es buen fotógrafo de acción. Es pausado y busca la
historia detrás del hecho noticioso. No congela molotovs en el aire. No busca
la noticia. Debe llegar antes e irse después, quedarse solo, indagar otras
cosas. Eso lo deja vulnerable.
Esa actitud documental es más peligrosa que estar en la mitad del
conflicto.
Le han quebrado una costilla en dos oportunidades: esta vez fue en el
piso con su cámara, pateado por ocho a la vez mientras tres más hacen cola. Un
cuerpo en el piso en posición fetal sólo alcanza para ser pateado por ocho. No
caben más. El resto debe esperar y así lo hicieron el miércoles pasado.
El 12 de febrero Gabriel se fue solo, de noche, a cubrir las protestas
en Chacao. Fuego, humo, disparos, piedras. Fotografió a unos recién casados que
en un convertible pasaban por el medio de las manifestaciones. Ésa era la foto,
la historia detrás de la historia. Insistió. Siguió buscando. Algo más podría
hacer.
Cuando la brisa se llevó el espeso humo del gas lacrimógeno, en la calle
Sucre aparecieron Guardias Nacionales que le dispararon y lo apuntaron con una
9 mm.
— ¿Qué haces tú aquí?
— Estoy trabajando, soy prensa.
Querían la cámara. No la tarjeta. No las fotos.
Golpeado con pistola en la cabeza, disparado con perdigones, arrastrado,
pateado y asfixiado logró correr con su cámara y desplomarse en una calle
ciega. Estudiantes lo levantaron y lo protegieron en un edificio de nombre
“Venezuela”.
— ¿Qué te duele, Gabriel?
— No hay diferencia entre lo que me duele a mí y lo que a ti te
duele. Somos lo mismo. Somos igual de venezolanos tú y yo.
“Volvería a hacerlo, pero con chaleco antibalas”; Fabián Schwaiger por
Roberto Mata
Por Roberto Mata | 22 de Febrero, 2014
Fabián Schwaiger, 26. Licenciado en Computación.
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
Fabián va a vivir con tres perdigones en el cuerpo, uno muy cerca de la
columna. Sacarlo implica un riesgo mayor. Su ropa en total tiene siete
perforaciones. A quemarropa. Por la espalda.
Después de ver cómo la Guardia Nacional agarró a dos fotógrafos, no
quiso ser el tercero. Bajó su cámara y corrió. Sintió el calor del disparo en
el cuerpo.
Su bisabuelo, en Hungría, fue fotógrafo. Su abuelo, quien vino a
Venezuela huyendo de los nazis primero y del comunismo después, fue fotógrafo
personal de Marcos Pérez Jiménez en los años cincuenta. Su padre hizo
fotografía aérea para el extinto Ministerio de Agricultura y Cría.
Fabián no es fotógrafo. Aunque hace y sabe cómo hacer muy bien todo lo
relativo a la fotografía de conflicto, sólo intenta tener un registro de lo que
pasa en el país.
“¡Entreguénlo, entreguénlo!”, gritaba la Guardia Nacional a los vecinos
que lo socorrieron mientras manchaba de sangre toda la entradade un edificio de
Chacao.
Nunca exigieron las fotos, lo querían a él.
Los vecinos hicieron resistencia, no lo entregaron. Gasa y alcohol.
Ese mismo miércoles, el 12 de febrero pero durante el día, estuvo en
Parque Carabobo. Fotografió los candelazos de las escopetas, las ráfagas de
armas automáticas, el momento en que sacaron el cuerpo de Bassil. Fotografió el
horror que se vivió.
Cuando gritaron que dispararan contra el de suéter gris, su suéter gris,
decidió irse. No tiene muchos amigos en Facebook, lugar donde publicó sus
imágenes. Siente la responsabilidad de que sus fotos lleguen a un lugar donde
sirvan como prueba de lo vivido.
Fabián llegó herido a Salud Chacao, manejando su propia moto. Una vez
curado se permitió desmayar.
— ¿Lo volverías a hacer, Fabián?
— Sí, pero con chaleco antibalas.
La cuenta de los exámenes clínicos pasó de Bs. 20.000
Fabián no tiene seguro médico.
“‘¡No mereces estar aquí!’, me dijeron…”; María Gabriela por Roberto
Mata
Por Roberto Mata | 21 de Febrero, 2014
María Gabriela Fotografía de Roberto Mata.
Con un papelón con limón, el miércoles 19 de febrero María Gabriela
decidió cruzar la plaza Diego Ibarra. No lo logró.
Después de cuatro años yendo en metro al Ministerio Público, María
Gabriela conoce muy bien las quincallas chinas del centro de Caracas. Sabe
dónde comer golfeados, cuál es la mejor chicha y es amiga del portero de la
Inspectoría del trabajo. Antes de ser estudiante de Derecho no había puesto un
pie en la zona, le tenía miedo.
Ahora el centro de Caracas lo siente como patio de casa. De hecho, el
centro de Caracas ha servido de puesta en escena para que muchos la piropeen
por sus ojos claros: “Angelito ¿te caíste del cielo?”; “¿Te diste duro cuando
te caíste, mi amor?”; “Esos ojitos bellos que tú tienes”.
María Gabriela mide un metro cincuenta y tres y pesa cuarenta y ocho
kilos.
Veinte hombres la rodearon sin amabilidad y con disciplina. La
humillación verbal fue un patrón cumplido a cabalidad. Empujones. Sensación de
muñeco, de juguete, de ser el payaso del circo. Esta vez no hubo piropos.
− ¡Eres una sifrina de mierda!
Y entonces el mundo se reduce a eso. Resulta que los genes del abuelo
alemán que llega huyendo de la Segunda Guerra Mundial son la clave para el
prejuicio. Sus ojos verdes no entienden al pueblo ni al barrio, le aseguraron.
− ¡Soy tan venezolana como tú y el centro de Caracas nos pertenece a
todos!
− ¡No, tú no perteneces! ¡Vete, que no mereces estar aquí!
Y los empujones aumentaron.
La Guardia Nacional observó todo desde el otro lado de la calle. Sólo
contempló. No actuó. María Gabriela, por su parte, sintió que ese día perdió el
centro de Caracas. Perdió el papelón con limón. Perdió la sentencia. No tuvo la
última palabra. Ganó el miedo.
“Mi morral tiene agua, vinagre, trapo, Maalox…”; José Villegas por
Roberto Mata
Por Roberto Mata | 24 de Febrero, 2014
José Villegas, 21. Estudiante de Administración.
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
“Te cuesta respirar, te pica la piel, sientes ganas muy fuertes de
vomitar, ceguera y mucho ardor en la cara. Desde el sábado estoy usando
máscara”.
El miércoles 12 de febrero José no fue a la marcha, no sintió el
llamado. Asistió en horario habitual a sus clases de Macroeconomía y
Matemáticas. Pero en la noche todo cambió. “Enterarme por redes sociales
de que otros estudiantes ponían el pecho por mí y por todos los venezolanos me
hizo salir, incorporarme, dar la cara”.
Desde entonces lleva una semana asistiendo a las protestas. No ha vuelto
a clases. Ha dormido poco y comido peor. Aún así, no está cansado. ”Mi
morral tiene agua, vinagre, trapo, Maalox. Me siento de la Cruz Roja, mi rol es
ayudar”.
José ayuda, socorre, asiste.
“Tengo una responsabilidad con el país. Si no salgo yo que soy joven y
tengo la fuerza y la adrenalina, ¿entonces para qué estudiar? Desde que tengo
seis años lo único que conozco es este gobierno. No conozco otro, pero sé que
esto no es lo correcto”.
En todas las concentraciones la oferta sin demanda es “gas del bueno”.
José devuelve las bombas lacrimógenas o las mete en tobos con agua, para
neutralizarlas. Aguanta hasta 55 minutos respirando el gas. Después va a la
retaguardia.
No sabe si el gas lacrimógeno vencido (abril 2013) que asegura se está
usando contra estas protestas le ha causado algún efecto extraordinario. Es una
experiencia inédita. No puede comparar.
Ha sido testigo de guardias nacionales con lágrimas en los ojos, oyendo
planteamientos de estudiantes, cara a cara. Entiende que reciben órdenes aunque
también reconoce que no todos lloran, no importa lo que les digan las
pancartas.
Cada vez que sale a marchar se comunica con sus padres en Maturín y
Ciudad Bolívar. Avisa. Notifica. Desde el interior del país le ruegan que no vaya.
LACRIMÓGENA. Atención: ES
PELIGROSA SU UTILIZACIÓN DESPUÉS DE LA FECHA DE VALIDAD. FAB:
ABR/2008. VAL: ABR/2013 [texto tomado del cartucho de la bomba lacrimógena
recolectada por José en Chacao el 16 de febrero de 2014].
“Después de diez, los estudiantes
detenidos se convierten en un número”; Laura Solórzano por Roberto Mata
Por
Roberto Mata | 25 de Febrero, 2014
Laura Solórzano, 27. Egresada de Filosofía en la
UCAB.
Fotografía de Roberto Mata.
“Después de diez, los estudiantes detenidos se convierten en un número.
Hay que tener una coraza emocional. Las emociones te interrumpen”.
Un amigo de Laura fue detenido el miércoles 12 de febrero. De inmediato
se puso a buscarlo con una intensa campaña en Twitter y, además de conseguirlo,
decidió pedir nombres de otras personas en la misma situación. Desde ese
día y hasta la una de la tarde del 24 de febrero, Laura ha contabilizado 644
detenciones a nivel nacional. A la fecha, más de la mitad de los privados de
libertad han sido liberados.
Muchos familiares desesperados por estudiantes detenidos le entregaron
con esperanza nombres, números de cédula, descripciones de vestimenta y el
último lugar donde fueron vistos.
Entre el 12 y el 14 de febrero Laura durmió apenas tres horas. En un
momento dado, llegó a trescientos cincuenta nombres y ningún paradero.
Trescientos cincuenta jóvenes que no quieren abandonar el país, que están dispuestos
a hacer algo. Tenía la responsabilidad de conseguir algo que calmara a
esas familias.
En 2007, durante una protesta en la
UCAB, Laura hizo su primera lista de detenidos. Cuatro estudiantes. Todos sus
nombres en un Post-it. Ahora usa un cuaderno y le
pasa todo la información a Fabi, quien lleva el registro en una hoja en
Excel. Nombre. Apellido. Fecha. Lugar de detención. Lugar de
transferencia. Fecha de presentación a tribunales. Estatus. Fecha de
liberación. Privación de libertad. Medidas cautelares. Fuente. Los nombres que
están en azul son los de quienes ya están liberados.
La clave de la cuenta de Twitter de
Laura la tienen tres personas más. Si ella está en la calle sin Internet y
necesita mandar una nueva información, envía un mensaje de texto y se lo
publican. Confirma y reconfirma. Le aterra publicar un dato errado. El
nombre de un detenido publicado en Twitter hace bulla suficiente como para
minimizar el riesgo que puede correr en manos de las autoridades. En eso cree
Laura, para quien el gracias de una
madre por haber encontrado a un hijo es el combustible que la mantiene en
marcha. Para tratar de dormir pensando en algo distinto, Laura hizo una pausa
el domingo. Vio una película. Escogió This is the end.
“Yo me voy a mi casa. No estoy protestando” ; Alejandro Herrera por
Roberto Mata
Por Roberto Mata | 26 de Febrero, 2014
Alejandro Herrera, 25. Décimo semestre de
Administración.
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
La talla de pantalón de Alejandro es
31, ésa que no se consigue con facilidad. Ésa fue una de las razones para que,
cuando el sábado 16 de febrero una paramédico le cortó el pantalón sin ninguna
contemplación, le doliera.
Alejandro asegura que el disparo que le dieron en la pierna mientras
conducía su moto, a un metro de distancia y con una escopeta de perdigones, fue
un accidente.
Los médicos le sacaron más de veinte perdigones y el tapón del cartucho,
que también penetró en su pierna.
Diez centímetros de diámetro tiene la herida que le hicieron.
Alejandro cree que si eres un efectivo antimotines de Policía Nacional,
tienes tres días sin dormir, estás forrado en un traje pasando calor y recibes
instrucciones básicas, no aprecias las consecuencias del uso del arma que te
ordenan utilizar y te han lanzando piedras por horas, es posible que cometas un
accidente.
Ese accidente.
Cuando se le pregunta cómo se ve dentro cinco años en Venezuela, la
respuesta no le gusta. Por esa razón sale a protestar.
“La última vez que manifesté fue en 2007, por la libertad de expresión.
Ahora lo hago por mi futuro. Quiero ser independiente, desarrollarme
profesionalmente. No quiero vivir casa de mis padres por siempre”.
Alejandro no sabe protestar en moto así que, por precaución, ese sábado
decidió marcharse de la Av. Luis Roche, en Altamira. Lo hizo en el sentido
menos indicado: vía autopista.
Asegurarle a un oficial armado “Yo me voy a mi casa. No estoy
protestando” no fue un salvoconducto.
Recibió el disparo a una distancia inesperada y terminó unos metros más
adelante, soltando su moto y buscando el apoyo de otros Policías Nacionales que
lo cargaron por las piernas y lo llevaron a los paramédicos.
Existe la posibilidad de que Alejandro pierda parte de la movilidad del
tobillo. Sufrió una pérdida de masa muscular que no se recupera: sólo
cicatriza. Vienen dos meses de muletas, fisioterapia y reposo. Siente
calambres.
La herida pica, arde.
A través de las redes sociales se informa sobre todo lo que está
pasando. Trata de no deprimirse.
Alejandro se mantiene en pie, aunque en muletas. Como el país.
“Me quebré. Y yo no me puedo quebrar”; Giuseppa Quinci por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 1 de Marzo, 2014
Giuseppa Quinci, 45. Coordinadora de Servicios
Médicos de Salud Chacao
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
“Me quebré. Externamente nadie lo notó, fue sólo interno. Yo no me puedo
quebrar”.
Desde que comenzaron las manifestaciones en Altamira, Giuseppa Quinci ha
trabajado todos los días hasta la una de la mañana. Carga tres celulares y un
radio, a través del cual se comunica usando unas 60 claves.
Giuseppa fue la primer médico en llegar al lugar donde estaba Roberto
Redman en el piso y con un tiro en la cabeza. Con un lenguaje encriptado
notificó vía radio lo que tenía enfrente.
Los vecinos, que son sus vecinos porque vive en la zona, no entendieron
lo que dijo, aunque lo que estaba a la vista no necesitaba traducción.
Las lesiones en el cerebro se manifiestan en la postura de los brazos.
Reconocer eso fue el momento de quiebre para Giuseppa.
Hace 14 años, cuando comenzó en Salud Chacao, las enfermedades crónicas
y accidentes de tránsito eran su quehacer. Ahora, durante estos días de
protestas, no sólo asiste diariamente a lesionados por gas, perdigones y
golpes, sino también llamadas por ataques de pánico.
La sensación de miedo intenso por un hecho que haya ocurrido o no,
mantiene a muchos vecinos de la zona en zozobra.
Giuseppa es médico internista, pero su adicción es la emergencia. Cree
que estar en la calle es la verdadera manera de ayudar, confía en su capacidad
de acción. Está entrenada para eso. Del 12 al 27 de febrero, ciento veintiséis
personas han sido atendidas por ella y su equipo.
“Mi trabajo es estar para quien lo necesite sin juzgar los hechos. Para
dar respuesta debo desprenderme de simpatías, afinidades y miedos”.
“Cierro los ojos y veo perfectamente la bomba venir directo a mí”;
Carlos Tejeda por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 3 de Marzo, 2014
Carlos Tejeda, 22, estudiante Ingeniería Civil
Universidad Metropolitana.
Fotografia de Roberto Mata
Fotografia de Roberto Mata
“Cierro los ojos y veo perfectamente la bomba venir directo a mí. Es
como una lata de atún que echa chispas”
La Guardia Nacional hizo un ataque sorpresa a estudiantes que colocaban
palos y escombros para armar una barricada el 19 de febrero, en Altamira.
Agazapada en el desnivel de la Torre Británica, esperó tenerlos a unos diez
metros de distancia para de frente, disparar bombas lacrimógenas.
Desorientado y con un pito en el oído, Carlos fue alejado del lugar por
un lazarillo desconocido. No sabía dónde había recibido el impacto, se revisaba
los dientes, se revisaba la cara, no veía.
Luego entendió todo. “Si voy a perder el ojo lo perderé”, pensó.
Estando en la ambulancia recibió una llamada. “Bendición, mamá. Estoy
perfecto. En un rato voy a la casa”. La conversación fue a ciegas. Carlos
decidió no mortificar a su mamá.
Antes de entrar a quirófano, firmó un documento donde aceptaba que
podría salir de la cirugía sin ojo y con una prótesis. Salió con el ojo pero la
hemorragia interna fue tal, que todavía los médicos no pueden ver hacia
adentro. Ni él hacia afuera.
Una gota cada hora, otra cada ocho, otra cada doce, todas distintas.
Semana y media después, el pronóstico es que es muy difícil que recupere la
visión. El ojo está prácticamente muerto. Al escuchar eso, Carlos lloró, lo
hizo por primera vez. Sin embargo, no pierde la esperanza.
Si pudiese sentarse con el guardia que le disparó, le preguntaría si
esto es una guerra contra los estudiantes o si cree que los estudiantes tienen
una guerra contra ellos. Le preguntaría qué siente con lo que está pasando.
“No he visto a mis perros, ni los vídeos donde salgo herido, ni
televisión, ni mi teléfono, ni el sol, ni el cielo. Debo tener los ojos
cerrados todo el tiempo”.
Desde qué salió de la clínica, Carlos se fue a casa de su papá. Ha
estado durmiendo con él, juntos en la misma cama. Algo de lo que no tenía el
más mínimo recuerdo.
- ¿Qué te preocupa, Carlos?
- Me da más miedo no poder vivir a Venezuela, que no poder verla.
“Este dolor no terminará nunca”; Saúl Moreno, el padre de Geraldine, por
Roberto Mata
Por Roberto Mata | 5 de Marzo, 2014
Saúl Moreno, 55. Bienes raíces. Padre de Geraldine
Moreno
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
“Le tengo miedo al momento en que se acaben los novenarios, las llamadas
y la prensa pierda el interés. Al momento en que yo tenga que volver a
levantarme temprano a recordarla. Este dolor no va a pasar nunca”.
Saúl, el padre. Pa, como le decía Geraldine.
Geraldine jugaba fútbol sala,
posición delantera. Pero la Guardia Nacional le llegó de sorpresa por la
retaguardia, con las motos y sus luces apagadas, el miércoles 19 de febrero en
Tasajal, Valencia. La manifestación era a dos cuadras de allí. Ella estaba
frente a su edificio, caceroleando.
Hubo un disparo, eso la advirtió. Intentó escapar y se cayó. Vecinos
cuentan sobre dos guardias. Uno le dijo al otro “¡Dispárale!” y ese otro se
negó. Entonces el de la voz de mando le disparó a Geraldine en el piso con una
escopeta de perdigones. Al rostro. A un metro de distancia.
Delgada, espigada, deportista, dicharachera, estudiante de
Citotecnología de la Universidad Arturo Michelena, 23 años, “la bujía de la
familia”, entró a la emergencia de la clínica diciendo “Apúrense, háganlo
rápido, que siento que se me quema el cerebro”.
El disparo fue al ojo derecho, pérdida inmediata. El izquierdo tampoco
se salvaría, aclararon después los médicos. El daño cerebral fue irreparable.
Geraldine pasó por dos cirugías. La segunda tomó ocho horas.
Esa noche fue la más larga de la vida de Saúl. Entre las barricadas y
una sensación de toque de queda no oficial, logró llegar únicamente hasta la mitad
del camino. Tuvo que esperar al día siguiente para poder estar con su hija.
El sábado 22 de febrero a las 12:35 pm, frente a su madre, un cura y
Saúl, Geraldine fue desconectada.
Saúl tenía esperanzas de ver a su única hija recuperada. “Me quitaron todo.
Ya no tengo nada”, dijo después, durante un rosario.
La casona de más de cien años de la mamá de Saúl es el lugar donde
Geraldine contaba chistes malos, de esos tan malos que al final hacían reír.
Hoy toda su familia, la de piel y la de sangre, agradece cuanto Geraldine les
hizo reír.
“Querían que la gente no saliera, pero a mí me dispararon frente a mi
casa”; Gustavo Salazar por Roberto Mata
Por Roberto Mata | 6 de Marzo, 2014
Gustavo Salazar, 42. Administrador comercial
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
“La intención de los colectivos era amedrentar, asustar a los
manifestantes, que la gente no saliera, pero a mí me dispararon frente a mi
casa”.
Dos hombres en una moto intentaron atravesar una barricada en El Trigal,
Valencia, el lunes 24 de febrero. Gustavo les advirtió que no había paso,
dieron media vuelta y le dispararon. No hubo palabra de por medio, pero sí hubo
tiros al aire.
El daño ya estaba hecho.
Gustavo lleva doce días
hospitalizado. Una arteria reconstruida, dos bypass y una
herida abierta para que drene el edema.
“La bala entró por la batata y se alojó en el tobillo”. Allí permanece.
Desde que comenzaron las manifestaciones, él y su esposa se mudaron de
Naguanagua a casa de su familia en El Trigal. Las barricadas no los dejaban
entrar ni salir. Llevan tres semanas sin trabajar. La niña de nueve años
tampoco ha podido ir al colegio.
Sin poder trabajar, Gustavo se dedicó a marchar y protestar. Cree en el
apoyo a los jóvenes, en el futuro de su hija.
En las noches, la Guardia Nacional pasa iluminando casa por casa,
ventana por ventana, viendo quién es capaz de asomarse. Se vive un estado de
sitio.
─ ¿A qué le temes?
─ A la Guardia Nacional y a los colectivos. A los ciudadanos nadie
nos protege. Los vecinos nos protegemos entre nosotros mismos. Esta solidaridad
yo nunca la había visto.
─ ¿Estás armado, Gustavo?
─ Tengo una trompeta y unas pancartas que hablan de la escasez, la
inseguridad, la violencia y la inflación.
A la madre y a las dos hermanas de Gustavo les tomó tres días poder
salir de su casa, específicamente de la cuadra, para visitarlo en la clínica.
Las barricadas las mantenían incomunicadas.
“Mi preocupación es que hay tensión de ambas partes. Pero una de las
partes tiene armas y está matando a la gente”.
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