El manejo del poder en Venezuela llega a un momento crucial.
No sólo por quién lo ejerce, sino como se ejerce.
No fue la llegada de Chávez lo que banalizó la política
criolla. Desde mucho antes la política en Venezuela carece de seriedad, de
sensatez y de un mínimo de protocolo que sugiera respeto y hasta obediencia en
el hecho de gobernar.
Hemos vivido en medio de caminantes, refranes, golosinas,
barraganas hasta llegar al éxtasis de la cursilería (y lo soez), dando caña a
rancheras, coplas, chistes (muy malos) y cadenas.
En medio de nuestro elocuente folklore político, topamos con
el mayor desparpajo: el medalaganismo impertérrito y providencial, que hace de
la presidencia y de la política, un botiquín de borracheras y tinglados dizque
democráticos o revolucionarios.
A partir de esta absoluta relajación del poder y del
caradurismo más irresoluto, nadie rinde cuentas de nada, y peor aún, la clase
política de uno y otro lado de la acera, practica denodadamente la tapadera.
Uno no acaba de entender por qué se dan a la tarea de
llamarse Partido Socialista Unido, Un nuevo Tiempo, Primero justicia o Acción
democrática, Copei, Patria para todos, etc., sin ninguno de ellos enarbola con
seriedad y lealtad ideológica y ciudadana, lo que predica.
El común denominador en los partidos políticos Venezolanos
es hacerse del poder, para repartir sus privilegios y pactar sus andanzas. La
dinámica sigue siendo la doblez y la hipocresía, desde lo cual surge el ‘no te
preocupes hermano, vamos hablar, nos sentamos y resolvemos’.
La ausencia valorativa y profundamente ética en el ejercicio
de la política, nos ha llevado a un estado de permisividad y de enriquecimiento
fácil (impune) a cuenta del Estado, cuyos vicios bañan sin reparo y sin
resistencia a toda la sociedad.
En mucho nos comportamos a semejanza de lo que vemos desde
el poder. El compadrazgo para exprimir no sólo desde lo público, sino también
desde lo privado, nos ha hecho una sociedad creativa y parasitaria más en lo
celestino que en lo productivo, por lo que más inventamos como meternos lo
ajeno en el bolsillo, que como producirlo honestamente.
A partir de lo dicho, el poder visto y ejecutado de manera
disipada, corrupta y galbana, refracta una sociedad igualmente mediocre. Poco a
poco todos nos vamos sumergiendo en una densa y pesada lasitud, que nos hace
ver incapaces para resistirnos y voltear tanta embriaguez de inmoralidades,
dejadeces y harteras. Y es este letargo al que debemos vencer.
El primer paso es elegir bien, elegir adecuada y
conscientemente, y darle mi voto de confianza a aquella persona que intitule la
dignidad, la educación y el carácter de rigor, para reivindicar la política en
nuestro país, y conducirnos a todos, primeramente, a la recuperación de los
esquemas grupales morales, éticos y valorativos.
Después vendrá lo demás: la productividad, el sujeto
creativo, la justicia, la paz. Pero sin un ejercicio fundamental del rescate
ético en el ejercicio del poder, incluso en un aspecto estilista y supremo,
seguiremos patinando en el desparpajo de la locuacidad, la improvisación y la
política de serenatas.
La mejor opción política no es confrontar a Chávez, es
cotejarlo, compararlo, hacerlo asimétrico y al revés, en la contienda. Es
decir, no se trata de un enfrentamiento estrictamente ideológico, reducido a
debatir el modelo político que él representa. También hay que reseñar las
formas, sus inconsistencias y contradicciones, que son la sed y la verdad de
las cosas…
Los estilos, los modos, las maneras. El Estado no debe
convertirse en un gran bazar desde el cual tomo a placer todo aquello que me
guste, para satisfacción de mis egos. El Estado no es como el baño de mi casa o
mi propio vehículo, desde lo cual me siento, hago y deshago a placer. Incluso
en aquellos recintos, hay reglas de consideración propias y colectiva, para
evitar excesos y ‘accidentes’.
El poder no es absoluto ni a medida de mis caprichos. El
poder no es licencia para disponer de cualquier espacio o terreno, para
improvisar un discurso o hacer de una canción, una arenga. El Estado no está
hecho para que mis adversarios sufran las consecuencias de la ineficiencia, y
los afectos gocen los privilegios de regentarlo.
No puede existir un Estado que convierta al delincuente en
mártir y a la víctima en delincuente. Un Estado que persigue y encarcela al
disidente y le da champagne y caviar a quien le adula. Un Estado que satanice
la educación privada y mande a los hijos de los burócratas a estudiar a
Oxford…No puede existir un Estado que crie ciudadanos pendientes de trepar con
aquél, entre bonos, regalías, artificios cambiarios y trampas de todo orden, y
esos mismos ciudadanos se laven la cara marchando en contra de aquel ESTADO,
SIN EL CUAL NO SABEN VIVIR. No puede existir un ejercicio político que
convierta al arrendatario en propietario y al propietario en miserable, por no
poder contar más con su propia renta para vivir o mejorar su calidad de vida;
un ejercicio político que convierta a los ciudadanos en bocazas y clientes de
color, y al Estado en patrón y gran segador. No pude existir una práctica
política mínimamente aceptable donde hoy soy rojo y mañana azul (Podemos, PPT),
donde ayer fui azul y ahora verde oliva, donde ayer fui adeco y hoy del PSUV!.
Debemos entonces recuperar la compostura en la conducción
política. Debemos rescatar la majestad de la presidencia de la República y de
las instituciones. Debemos optar por una persona preparada, de demostrada
solvencia moral, de profundos arraigos familiares y con un respeto
indoblegable, por los valores primordiales ligados al poder: tolerancia,
pluralidad, libertad y probidad.
En la oposición existe la tendencia a pensar que el mejor
candidato para derrotar a Chávez es aquél que hable como pueblo-sic- “como lo
hace él”.
En fin, se busca otro Chávez, otro saltimbanqui, otro “buen
orador” de piel oscura, verruga en la nariz y cabello chicharrón, capaz de
sentarse a comer y chuparse los dedos, con cualquier camarada en cualquier
rincón… Pero nada más despreciativo y simplista que esta clase de casillas,
donde partiendo del fenotipo político, del maniqueísmo, buscamos dar con los
sentimientos y anhelos más íntimos de la gente.
Con la ‘experiencia’ del Conde del Guácharo (que nos sacó la
Piedra), quedó demostrado que zapatero a su zapato, que la política no es
cuestión de payasos.
A partir de este tipo de estereotipos, entrampados en lo
carismático, en la imagen, en los símbolos, en el reparto redentor, en el
mesianismo, en fin, en el mito, vamos directo a lo que hemos tenido:
ordinariez, tosquedad, salvajismo, grosería y rudeza en el trato
Estado-ciudadano. Y desde allí, al fracaso más la violencia.
Ver a través de ‘lo locuaz’, nos impide ver lo que realmente
importa: el estadista, el visionario, el gerente, el hombre de talante y
carácter para liderar y llevar al país a un destino ilustrado y evolutivo, a
contrapelo de quiénes nos han llevado a un continuo de relajamientos, cuadres y
desmadres, bajo manejos populacheros e irresponsables.
A partir de la ausencia de un prístino y monolítico sentido
de seriedad en el ejercicio del poder, el denominado medalaganismo mítico, nos
ha conducido a permutar esperanzas por simpatías. Hemos sacrificado sensatez y
sinceridad, a cuenta de falsas promesas, porque en medio del relajo y la falta
de consistencia ciudadana, no sabemos unirnos para exigir cuentas de lo
ofrecido, menos sabemos demandar respeto.
A cuenta de popularidad, renombre, notoriedad y elocuencia
hemos permutado ciudadanía. Y como dicen, la elocuencia no hace curriculum.
A cuenta del medalaganismo mítico, se exacerba el culto a la
personalidad, el narcisismo irreductible, la loa cómplice, de lo cual deviene
el titanismo, el súper-yo , el ultra-hombre.
A cuenta del insustituible, surge la imposición, la falaz
democracia de las mayorías (fascinadas por el amo y no por el líder), y la
eternalización del mando. A cuenta del medalaganismo mítico, surge la
violencia, misma que se nutre del desprecio iracundo por quiénes adoran al
‘ídolo’.
Yo invito a los venezolanos que busquemos no sólo un
contendor contra Chávez, sino su antítesis. No nos dejemos llevar por simples
conveniencias de medición e imagen. Por lo risueño, la franelita, las
sandalias, la gorra o el paltó ocasional….
Hay que ir más allá. Hay que evaluar las cualidades
académicas, la trayectoria, la preparación, la oferta y las FORMAS de cada
candidato. Debemos evaluar su desenvolvimiento frente al público, sus
condiciones valorativas, su sentido de solidaridad, su profundidad humana, su
pasión coherente (no fingida) sin dejar de lado, su pragmatismo e inclinación
hacia la excelencia y la elevada gerencia.
El mejor no debe ser aquél que vista, recite, cante o baile
como “Ariel”. No debe ser un sujeto guarachero, meloso o zalamero que mueva la
cadera o bata la muñeca a ritmo de feria. Debe ser alguien que inspire
autoridad por inspirar respeto y comportar sabiduría.
Comprendemos que debe haber un sentido de afectuosidad y
telegenia que transmita amor, protección e inclusión a la gente, en un país por
mitad o más, invadido de pobreza, ostracismo y relegación. Pero esa transmisión
de afectuosidad y tutelaje, no puede venir asistida de insolencias, artificios,
risitas tarifadas, soberbias, o lucha de clases. Debe venir acompañada de
aptitudes y capacidad para gobernar un país saturado de odios y sensibles
fracturas sociales, más desmantelamiento económico y moral. Y esa aptitud se ve
más en los ojos y en las manos del líder (Seneca), que en la palabra. Sepámoslo
apreciar. Eso es sobriedad en la política.
La coherencia en el actuar político-debo insistir- no viene
dada por la elocuencia del discurso. Es la linealidad en ese mismo actuar,
mismo que se denota en la suavidad de los actos, en el estilo de decir las
cosas, sus contenidos bien elaborados, porque existe proporcionalidad entre lo
que se dice y lo que se siente. El alcance de una oferta política, su vialidad,
su realidad, está en la credibilidad que sobre ella tenga su propio ofertante.
Y esa confianza se logra con un plan de acción sustentado, ajustado tanto a las
necesidades del pueblo como a las disponibilidades del Estado.
No caigamos más en la trampa del chapucerismo político
criollo. Son tiempos de emergencia de lo elevado y de lo magnánimo. Venezuela
no resiste no sólo a otro Chávez, sino a otra representación barata del poder
de las mayorías, de las arengas, de las bacanales y elocuentes promesas, del
poder embriagador.
De esto tenemos ya un ratón de décadas, donde lo más difícil
ha sido no recordar como llegamos a él…
Despertemos de una p.vez…no es un título, es una
intitulación del ejercicio de la elocuencia en contra de las formas cordiales y
menesterosas, que agitan la indignación. Favor disculpar entonces el desentono,
pero el uso del poder de la palabra omitida (por locuaz y hartera), resalta
exactamente lo que quise decir…
Orlando Viera-Blanco