La sonrisa del difunto
La primera sorpresa que nos da la muerte es enterarse uno que murió.
Mientras hacemos inventario de qué pasó antes de estar así y aquí, comenzamos a
ver caras y gente desconocidas que nos miran como quienes contemplan a un
muerto y hablan cosas sobre uno como si no nos importaran... bien pareciera que
no estuviésemos presentes... idos a otra parte. Tal como ahora lo hace este
extraño personaje con bata de enfermero y guantes de látex que me observa
perplejo y llama a otro como él.
—¡Mario, ven acá, este muerto se está sonriendo!
—¡Caramba! Sí. ¿Qué hacemos?
—No sé, maquíllalo tú.
—Déjame ver... ¿Cuándo llegó aquí?
—Hace tres horas.
—Y, ¿traía esa sonrisa?
—No sé. ¿Tú has visto otro muerto sonriendo?
—¡Nunca! Son personas muy serias —afirmó convencido el mozo llamado
Mario—. ¿De qué murió éste para que esté sonriendo? ¡Pásame el expediente!
Déjame ver... Un infarto a los 21 años. Morir tan joven, tampoco es para
sonreírse —comentó, para inmediatamente preguntarse:—. ¿Es una risa sardónica?
—y contestarse a sí mismo:—. No, no lo es, porque no pela los dientes y tampoco
se menciona aquí el tétano que la causa. Cuando llegó el cadáver no traía esa
sonrisa tan pronunciada. Fue una muerte súbita la suya. ¿No es cierto?
—Sí, ¿pero, en qué circunstancias? Algo muy bueno le debería estar
pasando para morir en exultación hilarante —opinó el otro mozo, estudiante de
medicina, pedantemente.
—¡Ya sé! Se ganó un premio morrocotudo, y murió de la impresión cuando
le dieron la noticia. Por eso la sonrisa.
—No importa. Hay que quitársela. ¿Te imaginas que vengan los deudos
—viuda (si la tiene), hijos (si los hay), padres, amigos...—, todo el mundo a
llorar y abrazarse en el dolor y éste en la caja muerto de la risa? Ni de
vaina. Es inaceptable. Voy a borrarle esa sonrisa tan placentera impropia de un
cadáver. En esta funeraria somos profesionales, gente responsable. Esto parece
una tomadera de pelo. Totalmente fuera de lugar en unas exequias.
Este imbécil me va a matar. Quién se cree que es, me está dando en la
cara duro de verdad. ¡Es que piensa que los muertos no sentimos!
—¡Qué fastidio! No logro enseriarlo. Tendré que llamar al dueño de la
funeraria... Don Evaristooo... Necesito hablar con usted.
Ahora sí es verdad. ¿Quién será el tal Evaristo? Nunca escuché hablar de
él en mi vida. En cualquier caso, ¡ojalá y me quiten esta sonrisa! Ya me duelen
los músculos de la cara con esta expresión. Y ahora que lo veo. ¿Por qué
diablos me estoy sonriendo? Los muertos no se ríen. ¿Cómo sé yo? Es la primera
vez que me muero. Lo digo porque todo el mundo lo dice. Pero, en verdad es tan
extraño. Nunca supe de algo parecido. Déjenme recordar... recordar... ¿Cuándo
vi un cadáver por última vez? Sí, ya recuerdo, el cadáver de mi tío Emeterio.
Claro, más serio no podía estar. Pero, es que mi tío Emeterio nunca se rió ni
sonrió en toda su vida. Siempre tan serio, mi tío Emeterio. Seguramente no iba
a cambiar con la muerte. Ese no vale... Un momento, pueda que valga, haciendo
memoria creo que en la medida que pasaban las horas, la cara del cadáver de
Emeterio iba cambiando a la vez que perdía siniestramente la seriedad y los
labios iniciaron una sonrisa macabra, justo cuando mi tía cerró la urna. ¿Quién
más? Antes que yo tiene que haber alguien que encontrara la muerte placentera.
No puedo ser el único. No evoco a nadie sonriéndose con la muerte. Quizás,
¿quién muere haciendo el amor? ¡Qué va! Si el amor se hace con tanta seriedad.
Es lo único placentero que hacen los humanos sin reír. ¿Jugando a las cartas?
Tampoco, la gente que juega viene a sonreír cuando gana, no cuando juega y
menos si pierde o teme la posibilidad. ¡Ah! Entonces yo acababa de ganar un
juego y ¡zas! Me morí de un golpe. Pudiera ser. ¿Cómo puedo estar seguro? No
recuerdo nada. Ahí viene esa gente otra vez, quizás lo averigüe ahora.
—No ve, don Evaristo, lo que le dije.
—¡Cónfiro! Primera vez que veo esta expresión en un cadáver. ¡Qué rigor
mortis tan burlón! En mis cuarenta años de agente funerario primera vez que
tengo un muerto sonriendo. Esto no es normal. ¿A quién perteneció este cuerpo?
—Parece haber sido algún turista a quien lo sorprendió “mortalmente” la
dama de la guadaña o la pelona, como la “llaman” vulgarmente, mientras
visitaba nuestro país. Recibimos órdenes de embalsamarlo para repatriarlo;
órdenes dadas directamente por su embajador, pues los procedimientos legales y
el viaje de regreso tomarán varios días y no aguantará la descomposición. Los
de la Embajada esperan que nos encarguemos de todo, incluso hasta despachar el
cadáver cuando esté listo. Por ahí copié la dirección de destino. La factura se
le pasará al Secretario de la Embajada, según nos instruyeron.
—Menos mal, no me gustaría enfrentar a los deudos de este señor con la
expresión actual de su rostro. Si debo hacerle una cirugía se la mando hacer,
con tal de enseriarlo. ¿Dónde está nuestro técnico embalsamador?
—Este fin de semana está en el culto.
—Localícelo, para estas emergencias le pago.
Y, ¿mi tía Hermelinda? Creo que le pasó algo igual: a los primeros
momentos de su esperada defunción estuvo seria como era su costumbre y de
pronto le comenzó una sonrisita. Otra vez, continuaron el velorio con la urna
tapada. Seguramente si yo hubiera muerto allá y no íngrimo en este viaje, ya me
hubieran enterrado... no recuerdo el velorio de algún miembro de la familia con
el ataúd abierto después de dos o tres horas de muerto. Quizás sea un rito
familiar... Parece que localizaron al disecador... ya regresan, ¿qué me harán?
Lo de la sonrisa que muestro al parecer los pone nerviosos.
—Don Evaristo, corrió con suerte al encontrarme —dijo con respeto el
técnico embalsamador Nerio Ochoa, al entrar a la habitación de fondo donde se
prepara a los cadáveres antes de colocarlos en sus urnas, y añadió:—; no había
salido todavía —para apartarse y dar paso a un hombre sexagenario de cabello y
barba blancos con aire de curioso que le seguía—. Permítame presentarle al
Hermano Mariano de la Escuela Magnético Espiritual de la Filosofía
Contundente, quien se disponía a acompañarme a nuestro templo cuando nos
dieron la noticia. El Hermano Mariano insistió en venir conmigo. Él tiene una
teoría sobre los casos de muertos sonrientes o, mejor dicho, su Escuela tiene
una teoría al respecto.
—Mucho gusto —saludó el Hermano Mariano extendiendo la mano con
solemnidad.
—El gusto es mío —respondió don Evaristo Rodríguez—. Pero no debo
ponerme a sus órdenes por razones obvias —añadió el agente funerario con una
sonrisa de conveniencia que usaba casi siempre acompañando a este comentario
que a la vez de publicitar su negocio le hacía algo simpático, pero en esos
momentos más entusiasta que usualmente—. ¡Je! ¡Je! Miren ustedes por qué
llamamos con urgencia a Ochoa —y señaló la cara del cuerpo occiso tendido
desnudo sobre la mesa de embalsamar.
—¡Qué sonrisa tan espléndida! Si hasta parece que va a soltar una
carcajada —observó el técnico Ochoa, experto en momificar cadáveres—. Resulta
contagiosa, ¿no creen ustedes? ¡Ji!, ¡ji!
—¡Qué interesante! —dijo reflexivo el Hermano Mariano, pero sin poder
evitar una sonrisita misteriosa, después de contemplar al cadáver.
—Tengo la impresión que con las horas esta necrosonrisa se acentúa. Al
principio parecía una ligera mueca, y ahora, observen, es una sonrisa definida,
franca y muy amplia, como dice Ochoa —comentó don Evaristo—. Esto es totalmente
inusual, creo que Ochoa debe contraer por dentro de la boca, con algunos puntos
de sutura, los músculos que están forzando esta sonrisa hasta hacerla
desaparecer, pues es totalmente inaceptable en un cadáver y menos en uno
encargado a mi funeraria —concluyó enfático, pero sonriente.
—Por eso no se preocupe, en un santiamén lo arreglo —le aseguró confiado
el embalsamador, para preguntar de seguida:—. ¿Qué la causa? Me mata la
curiosidad por saberlo —sin ocultar cierta sonrisa con que hablaba contagiado
por mirar al muerto sonriente—. ¡Verdad que éste es un muerto simpático! ¿No
les parece? —terminó por decir espontáneamente Ochoa.
De saber que en este país tratan a los extranjeros muertos tan
extrañamente y arman un escándalo cuando ven algo inusual para ellos como un
fallecido diferente, sonriente, hubiese evitado morirme aquí. Pero, volviendo a
mi inventario de óbitos con sonrisas póstumas... me parece que sólo sucede en
mi familia. ¿Es que pertenecemos, quizás, a una raza humana diferente que la
muerte nos causa risa, cuando al resto del mundo le produce pavor? Algo raro
pasa con nosotros y nunca me lo dijeron, pero nuestros muertos siempre son sellados
en sus ataúdes para que ni siquiera los familiares los vean... Ahora, ¿qué pasa
con esta gente, por qué tanto jolgorio?, ¿de qué se carcajean todos?
—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... no puedo aguantar reírme a mandíbula batiente cada
vez que veo a este muerto con esa sonrisota tan carismática a la vez que
enigmática, cómica y contagiosa —confesó don Evaristo desternillándose—. Al
principio me pareció chocante pero ahora la encuentro atrayente y estimulante
que incita a imitarla —y estalló en risas más sonoras—. Me dolería tanto
quitársela —remató en franca euforia.
Los demás asintieron con un coro de carcajadas.
—¡Un momento! —alzó la voz el Hermano Mariano para detener el alboroto
en que habían degenerado aquellas exequias—. Señores, presiento que estamos en
grave peligro... Esta risa es contagiosa y no se detiene, una vez que contamina
a un individuo, lo ataca ininterrumpidamente hasta morir. Estamos en presencia
de un espécimen de la raza que el poeta Hesíodo, en su Teogonía sobre el
origen del mundo, menciona como los tétricos, y son seres que jamás
en su vida saben lo que es sonreír mucho menos reír o estallar en risa,
desternillarse, bromear, burlarse, tomar el pelo, disfrutar del mínimo sentido
del humor y de la chanza o compartir un chiste. Son gente de una personalidad
triste, seria, melancólica, deprimida, taciturna, sombría; en síntesis:
tétrica; pues no saben de diversiones ni juegos ni cuando niños rieron con los
payasos, las marionetas o los dibujos animados. La naturaleza de estos seres se
diferencia de los demás humanos en que su alma pesa más. Permitidme aclarar
esto —dijo con gravedad—: como todos ustedes deben saber, desde el año de 1927
en que el doctor Spoule del Hospital Cullis de Boston lo demostró, tenemos la
certeza empírica y experimental, esto es científica, que existe algo
extremadamente etéreo compuesto por átomos muy ligeros, como había identificado
Demócrito 400 años a. de C., que está pegado a nuestro cuerpo y llamamos alma.
Al morir la persona, esa cosa se desprende del cuerpo humano y hace que pierda
exactamente 28 gramos que es lo que pesa tal substancia. Cantidad comprobada
con el mayor rigor y precisión por el doctor Spoule pesando, en una balanza de
alta precisión, cuerpos moribundos momentos antes del deceso, para comprobar la
pérdida exacta de peso al fallecer, que resultó 28 gramos en todos los casos,
no importa cuánta era la masa corporal del individuo, esquelético, regular u
obeso. Pero, cuando se trata de los tétricos, el alma llega a pesar
hasta 2 kilos. Por causas que aún ignora la ciencia, pero de la que se tiene
también prueba verificable, el peso del alma está concentrado en el rostro, de
manera que los músculos de la cara tétrica no pueden levantarse por la
resistencia de la gravedad y sonreír, menos reír. Y esto afecta el carácter de
aquellos sombríos seres. Claro, al morir se liberan de esa carga y todas las
sonrisas que le estuvieron vedadas en vida afloran con máximo esplendor —y aquí
se detuvo para tomar aliento, pues lo perdía entre hablar y las carcajadas que
le asaltaban sin control.
Lo que yo aprovecho para reflexionar. De manera que éste es el secreto
de nuestra familia. ¿Por qué no me lo participaron a mí? Nunca oí hablar de
“tétricos”. Ahora, si el alma es lo que soy, como se me ha dicho, y abandonó mi
cuerpo cuando expiré, ¿por qué todavía está aquí? Este tal Hermano Mariano no
sabe nada de la muerte como tampoco el resto de la humanidad. Es cierto que
perdí gran parte de mi memoria, los recuerdos tengo que pescarlos con
dificultad; pero mi ego todavía está aquí. Si no fuese así no estaría
presenciando lo que pasa con tal caterva de deficientes de esta funeraria en
que regresó a mí la conciencia después del infarto. Seguramente estuve
inconsciente durante un tiempo, quizás en una sala de emergencia, pues siento
dolorido el cuerpo como si lo hubiesen tratado de revivir a golpes y masajes
directos en el corazón a pecho abierto.
—En compensación a su seriedad y melancolía, los tétricos disfrutan de
un poder magnético superior a las de las demás almas —siguió pontificando el
Hermano Mariano, para luego decir:—. En su obra magna: Magnes sive de Arte
magnética, publicada en Roma en 1641, el Gran Maestro Kircher, con
contundentes ejemplos, demostró que “la simpatía y antipatía” con que atrae o
repele una alma a otra, valga decir la voluntad de dominio de un ser con
relación a otro, imponiéndole su volición, es un flujo magnético que se
transmite a ilimitadas distancias sin obstáculo alguno. Llamemos, a ese fluido
magnético, fuerza psíquica. Generalmente esta fuerza está dormida dentro de
nosotros, “opresa” por la carne, que al morir se libera con todo su poder como
sugestión mental —sentenciaba el Hermano Mariano con meridiana claridad a la
exultada audiencia y sin dejar él mismo de soltar risotadas espasmódicas entre
palabras, y alzó la voz para imponerse al relajo de risas de los demás—. Lo que
nos pasa, en este momento y el porqué de esta risa tan incontrolable que nos
domina, es que la fuerza psíquica de la risa que se manifiesta en la expresión
del rostro de este difunto risueño está copando todo el ambiente en forma de
flujo magnético, algo parecido a las ondas de radio electromagnéticas en las
que se transmiten los sonidos de las radioemisoras, contagiando de la sonrisa a
quien esté dentro de la onda, de manera compulsiva progresivamente y con más
fuerza mientras pasa el tiempo, sin parar, hasta que el afectado es víctima de
convulsiones de risotadas apabullantes y, finalmente, cae exánime. Con la
muerte del contagiado, aumenta el fluido en el ambiente. Como una reacción en
cadena que acelera el proceso del contagio. Observen que la gente que pasa por
la calle, extrañada de oír risas que salen de una funeraria y se ha acercado a
ver qué sucede, se les contagió nuestra jarana. ¿No oyen cómo la calle es toda
una inmensa carcajada? Este contagio de la risa es como una reacción de
desintegración atómica pero de naturaleza mental. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... Hay que
detenerla metiendo el cadáver del tétrico que tenemos aquí de inmediato en un
ataúd muy especial, hecho de cobre, lo que se llama una jaula de Faraday, que
impide el escape del fluido magnético; pero de inmediato, antes que contagie a
alguien más. Aunque me temo que ya sea tarde para nosotros y los curiosos que
se acercaron.
¡Caramba! Nunca me lo hubiera imaginado que después de mi muerte
resultaría ser un hombre especial, yo que no me he creído gran cosa o eso creo
recordar; el problema que tengo ahora es que no sólo no recuerdo nada de mi
pasado sino que también no estoy seguro de quién soy.
—¿No exagera usted, Hermano? —inquirió Mario, el embalsamador, muy
preocupado. No es la primera vez que me contagio de la risa. ¡Jo! ¡Jo!— dijo
buscando banalizar el asunto.
—¡Ju! ¡Je! ¡Ja! Me temo que no. Yo he estudiado mucho la influencia de
las voluntades entre las personas y por eso soy Maestro de la Escuela
Magnético Espiritual de la Filosofía Contundente en que la investigación
sobre los fluidos magnéticos espirituales tienen tanto rigor o importancia como
la física cuántica y la relatividad en las grandes universidades del mundo.
¡Je! ¡Je! ¡Je!; y sé que es posible influir en la gente sin contacto sensorial
o simbólico. La fuerza psíquica o magnetismo espiritual es la mayor energía que
mueve todo lo demás en el universo. La fuerza que unifica todo: mente y
materia. Y esta fuerza está encadenada en la mente de cada uno de nosotros;
sólo que alcanza su máxima concentración en los tétricos. Si ustedes
creen que el fluido de un cadáver tétrico como el que ven aquí es poca
cosa porque dije que pesaba 2 kilogramos, sepan que un kilogramo de uranio 235,
capaz de desencadenar una reacción en cadena, tiene la energía equivalente a un
millón de kilogramos de TNT. Claro que en una bomba atómica sólo se aprovecha
una minúscula parte de esa capacidad, pero si ahora les digo que la fuerza psíquica
tiene el alcance de un millón de veces la atómica, nos encontramos que un
cadáver tétrico al descubierto puede matar de risa a toda una ciudad de
20 kilómetros a la redonda. Un cadáver tétrico es el equivalente a la masa
crítica en una bomba atómica que al matar de risa a todo ser humano a su
alrededor, con cada muerto desencadena más fluido hilarante. El accidente de la
central nuclear de Chernobyl, Ucrania, en 1986, contaminó por lo menos a 20
naciones y liberó 300 veces más radiación que la bomba que Estados Unidos
arrojó en 1945 sobre la ciudad japonesa de Hiroshima pulverizándola. Entonces:
esta funeraria es un tremendo Chernobyl, quizás mil veces más letal y sin
control a punto de estallar. Lo que es peor, ninguna autoridad lo sabe —y decía
esto riendo a mandíbula batiente. Desternillándose en risotadas como si diera
una magnífica noticia y seguía como podía por la risa—. Sólo los que nos
ocupamos de esas cosas esotéricas como el magnetismo espiritual lo hemos
estudiado por años; pero, con el total desprecio de científicos y gobiernos.
¿Entienden, entonces, la crisis que se ha desatado, con este cadáver tétrico
insepulto en cobre? En pocas horas la ciudad será un caos de anarquía de gente
tirada por las calles muerta de la risa. Sin gobierno ni sociedad —exclamó
angustiado como pudo entre explosiones de carcajadas—. Cuando alguien ríe y ríe
a mandíbula batiente no puede hacer ninguna otra cosa. Los gobernantes riendo
no podrán gobernar; el ejército colapsa en risas; hospitales, policía, bomberos,
defensa civil, servicios, empresas privadas, comercio, banca, industria... no
tienen quien las haga efectivas cuando sus obreros, operadores,
administradores, técnicos, ejecutivos... se desternillan en carcajadas todo el
día y toda la noche, en todo momento, ininterrumpidamente. La sociedad funciona
cuando sus entes operan con personas serias no riéndose. Fisiológicamente es
imposible reír a todo dar y hacer otra cosa. ¡Quien ponga una nación a reír a
toda hora la domina, la vence! Poner a todo el mundo a reír sin parar hasta
morir es el mayor acto de terrorismo concebible. Por eso desde épocas muy
remotas, quizás desde los tiempos del griego Hesíodo, y yo diría desde los
faraones (quienes eran tétricos incestuosos para limitar su descendencia que
mantenían entre ellos apareándose entre hermanos y familiares, protegieron a su
pueblo de la extinción en una endemia de risa, enterrándose después de ser
momificados en sarcófagos de cobre, plata y oro, pues ya habían descubierto
esas propiedades aislantes antes de Faraday; y bajo toneladas de piedras como
las pirámides y otras tumbas no menos impresionantes) los tétricos se han
mantenido aislados de la humanidad enterrando a sus muertos en secreto, en un
acuerdo tácito con la historia de no darse a conocer ni hacer daño con sus
muertes— ilustró exultante el erudito Hermano.
Al pequeño grupo que lo escuchaba le brotaban a borbotones lágrimas y
moco tendido pero irónicamente acompañados con carcajadas obscenas.
—Nosotros los filósofos contundentes creemos, más aun, tenemos la
certeza —continuó explicando el Hermano Mariano— que los tétricos son
taciturnos pero buenos de corazón, y se han mantenido como secta secreta sin
manifestarse públicamente, calladamente, enterrando a sus muertos con rituales
privados sigilosamente, para evitarle daños a las comunidades donde pasan sus
melancólicas vidas en silencio —para preguntarse—. ¿Por qué éste que tenemos
aquí está solo en un país distinto al de su origen, que únicamente su Embajada
lo ha reclamado y hace arreglos para la repatriación? No lo sé, es un misterio
muy grande.
—Pero, ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji! ¿qué podemos hacer? —preguntó con terror risueño
en medio de su incontrolable reír el embalsamador—. Creo que lo primero por
hacer es detener esta reidera ridícula. ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!... valga la
redundancia. ¡Ay, Dios mío! Esto me mata. ¡Por favor paren esta vaina! Me
duelen todos los músculos de la cara y la barriga. ¡Je! ¡Je! ¡Je!
—A mí también. ¡Jo! ¡Jo! —acompañó don Evaristo.
—Y a nosotros también, ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —confirmaron los ayudantes
desprendiéndose de las batas, los guantes de látex y arrancándose las camisas
en desesperación para quedar casi desnudos mientras se revolcaban en el suelo
con atronadoras carcajadas.
¡Dios mío, qué he hecho! Entonces, ¿soy una bomba de risas? Pero, ¿cómo
llegue aquí? ¿Quién me puso aquí si soy una bomba? A medida que pasan las horas
recuerdo menos las cosas y quién soy realmente.
—¡Atención! —reclamó sin parar de reír el Hermano Mariano, quien al
parecer, quizás por su conocimiento del magnetismo espiritual, lo esotérico y
entrenamiento de años como filósofo contundente, dominaba mejor que los otros
las ganas de reír—. Algo pasa, la calle es un escándalo, encendamos este
televisor (puesto allí, en la trastienda de la funeraria, para distracción de
los mozos en las horas de inactividad mientras esperan clientes) para saber si
dicen algo —y entre la bulla de risotadas, dentro y fuera del recinto, se
acercó al televisor para encenderlo y de inmediato apareció la imagen de un
locutor alarmado dando la noticia.
“Interrumpimos nuestra programación habitual para informar a los
televidentes que desde hace algunas horas y en el propio centro de la ciudad,
concretamente alrededor de la conocida agencia Funeraria RIP, una ola de
risas contagiosas ataca a la población. Las imágenes que ustedes están viendo,
en vivo y directo, desde la terraza de un edificio situado a pocas cuadras de
la funeraria, son las de centenares de personas que se hallan cerca de la RIP
convulsionando por la risa, sin que pueda detenérselas con nada, según nos han
informado. Este fenómeno ya dura tres horas y avanza lentamente pero a la
manera de una onda expansiva con centro en la RIP. Nuestros primeros
reporteros enviados al lugar de los acontecimientos, tan pronto nos enteramos
del fenómeno, fueron contagiados transmitiendo sólo las primeras informaciones
para caer en el mismo estado hilarante que el de las demás víctimas sin volver
a comunicarse coherentemente con nuestros estudios. Los que enviamos después,
los mantenemos alejados de los contaminados con la risa desde lugares altos,
para que capten toda la panorámica y sólo con zoom nos acercamos a los rostros
de los afectados. Las escenas son patéticas pues la gente ríe con dolor, no por
buen humor o alegría. Ahora debemos alejarnos pues notamos que a pocos metros
ya las personas que se encuentran por aquí se contagian con risas explosivas.
Haremos de nuevo contacto tan pronto alcancemos una nueva posición segura.
Volvemos a nuestros estudios”.
¿Qué pasó con todos los de la funeraria? Ni los veo ni los oigo. Parece
que han escapado despavoridos buscando el auxilio que cure la enfermedad de la
risa. Me alegro que no apagaran el aparato de TV, desde aquí alcanzó ver la
pantalla y así me entero qué es lo que pasa. Pues si soy la causa de toda esta
endemia de hilaridad, estoy por creer que con el fluido de mi alma que se
escapa con la muerte, también se van progresivamente mis recuerdos y mi yo,
pronto dejaré de tener conciencia de mí cuando se agoten los dos kilos de
fluido, o su equivalente en litros, con que nací. Si fuera así no siento
ninguna pena o angustia; y tanto que temí en vida a la pérdida de mi
ser-conciencia con la muerte, a la Nada. Pero algún sentido debe tener todo
esto. Veamos la TV qué dice.
“Volvemos al estudio. Con nosotros se encuentra el conocido antropólogo
doctor Lucio Uzcudum, del Instituto Internacional de Antropología
Alternativa, autor del best-seller científico-filosófico Tractatus
logico-comicus donde expone sus teorías sobre la risa, el humor y el
humorismo.
”—Buenas tardes, doctor Uzcudum, ¿qué cree usted que está pasando con
este estallido de risas en el centro de la ciudad?
”—Me encuentro tan sorprendido y estupefacto como el que más... al igual
que ustedes y todo el país, busco respuestas y explicaciones sin encontrarlas,
esto nos cayó inopinadamente. Ya el mundo entero se está enterando por la CNN
lo que pasa entre nosotros. Un estallido de risa como la explosión de una bomba
atómica, pero que expande su onda mortífera lenta pero seguramente en toda la
ciudad de manera incontrolable, como el que presenciamos en nuestra capital,
sólo tiene un antecedente en el África y de manera muy restringida. Se relata
que en 1962, en una escuela de Tangannyka, los alumnos contrajeron un ataque de
risa que duró seis meses por lo que se cerró la escuela. Pero no tenemos
comprobación de que fuera continua ni que causara alguna muerte. Mientras que
en la endemia que sufrimos ya se han reportado algunas docenas de muertos como
fase terminal del ataque de risa, y en pocas horas. Todavía no lo sabemos, pero
hasta ahora nadie de los que se han contaminado en nuestra capital con esta
explosión de carcajadas ha parado sin morir, y ya comprobamos que si alguno no
afectado se acerca al muerto en el momento de su defunción se contagia de inmediato.
”—Entonces, doctor, ¿tiene usted alguna idea de qué causa esta risa
pegajosa y cómo podría detenérsele? —preguntó el locutor.
”—No, no la tengo —confesó el doctor Uzcudum con humildad—. Como digo en
mi Tractatus, el hombre es el único animal que ríe y que llora, y una
cosa es posible porque es posible la otra. En la evolución emergió la risa como
un alivio y escape de las emociones y el alcance de algo deseado o evitado,
como cuando escapamos de un peligro, y con la risa viene la señal de que
podemos relajarnos, porque la risa es relajación de los músculos. Pero también
como relación social o simplemente por la comprensión de un chiste, que surge
con lo inesperado. En consecuencia, para poder reír el animal debe ser
inteligente. Y hay tantas risas como circunstancias en que se motiva: risa de
alegría, burlona, de buen humor, sarcástica, aristofanesca... La fisiología de
la risa localiza su origen en algún punto preciso del cerebro, posiblemente en
el área motora complementaria cerca del lenguaje, lo que explica que lo
estimule la comprensión de un chiste, pero también la ocasiona el contacto
físico de la cosquilla o colocando electrodos cerca estimulando eléctricamente
el cerebro (el aumento del voltaje genera desde una sonrisa a una estruendosa
carcajada) —y se atrevió a lanzar una hipótesis con relación a la crisis que se
vivía en la capital con docenas y ahora centenares de personas riéndose como
locas, esquizofrénicas, sin razón aparente alguna—: de alguna manera, hay un
tipo de fluido eléctrico o quizás magnético que está estimulando el punto de la
risa en el cerebro de toda la gente que está allí, como se ha logrado
directamente con electrodos aplicados al cráneo, pero por medios inalámbricos,
como con algún tipo de onda, en este caso, emitida por algo en esa parte de la
ciudad.
”—Con su permiso, doctor Uzcudum, nos informan que la CNN está
trasmitiendo una noticia espectacular sobre este asunto. Vamos a conectarnos
con CNN ahora”.
Esto es interesantísimo. Hasta la CNN toma parte en este acontecimiento.
¡Qué exequias increíbles las mías! ¡Qué modo de dejar este mundo! Mis quince
minutos de fama, al que todo ser humano tiene derecho en esta vida, me llegan
al final. No importa aunque tarde cuando la fama llega. Veamos el noticiario de
la CNN.
“Aquí Aarón Brown con las noticias internacionales. Hace poco menos de
dos horas fue entregado subrepticiamente en nuestros estudios un video que
contiene las declaraciones y explicaciones de una sociedad secreta que se hace
llamar Tétricos por la Justicia y la Paz y amenaza con desatar una
pandemia de risas fatales que podría ocasionar millones de muertos si no se
cumplen sus demandas. Una copia del video le fue entregada aquí en Nueva York
al Secretario General de las Naciones Unidas quien se encuentra reunido en
estos momentos con el Consejo de Seguridad. A continuación el video”.
Ahora sabré lo que realmente pasa. Pero, esa gente que aparece en la
pantalla la conozco, según creo en la tenuidad de la memoria que me resta. Esos
jóvenes, varones y hembras con rostros pétreos son parte de mi familia, como lo
es el que va a hablar.
“Mi nombre no importa. Les hablo en representación de una raza humana
como la de ustedes, pero que la evolución hizo distinta: nosotros no podemos
reír. De alguna manera nuestra alma es tétrica o lo que eso realmente significa
es triste, severa, melancólica, en síntesis: seria. Cuando morimos, al ser
difuntos, difundimos en un radio no menor de veinte kilómetros a la redonda un
fluido magnético que afecta a las personas que se encuentren dentro de él
causándoles una risa desenfrenada hasta convulsionar y morir. Para no causar
daño, desde los faraones en Egipto, nuestros ancestros más conocidos en la
historia, hace 8.000 años a la fecha, nos hemos mantenido aislados enterrando a
nuestros muertos en sarcófagos de cobre y otros metales para impedir que se
esparza el fluido hilarante y provoque la muerte a su alrededor. Si uno de los
nuestros falleciese a la intemperie en una ciudad densamente poblada podría
causar dos, tres, cinco millones de muertos por la risa, dependiendo de la
ciudad. Hemos evitado accidentes, aunque en Tangannyka hace cuarenta años ya,
un difunto severo no fue enterrado apropiadamente y afectó a los niños de una
escuela, aunque el fluido que se escapó con su alma fue limitado. En el día de
hoy, colocamos intencionalmente el cadáver de un voluntario que se ofreció como
mártir por nuestra causa, induciéndose un infarto por auto-administración de
una dosis letal de potasio. Previamente se le colocó sobre su cráneo una pequeña
plancha de cobre oculta con un peluquín, para que al morir el fluido magnético
letal de la risa se filtrase poco a poco y en pequeña cantidad y así hacer un
daño controlado pero notable en una ciudad que escogimos por su baja densidad
poblacional, de manera que no pasara el centenar de las víctimas de este acto,
como todo el planeta ha podido conocer hoy por CNN y otros noticieros de la
televisión. Si la raza de ustedes nos llaman terroristas por esta acción, lo
aceptamos como dolores de parto para la nueva humanidad que justificaremos a
continuación: está en nuestro poder colocar el cadáver de un kamikaze tétrico
sin ninguna protección a la intemperie, en cada una de las mayores ciudades del
mundo, y en unas horas causar un millardo de muertos.
”Contra esta amenaza ustedes no tienen defensa alguna... para nada le
servirán ni sus cohetes ni armada ni submarinos ni arsenales atómicos ni
ejércitos convencionales, en que malgastaron todos sus excedentes financieros
en lugar de dedicarlos a lograr la paz y el bienestar para toda la humanidad.
Pudieran proteger a sus líderes escondiéndolos en subterráneos blindados con
cobre para que no les afecte la risa esquizofrénica en el ambiente; pero al
salir no tendrán gente a quien mandar ni país organizado al que gobernar. Más
aun, si quisieran construir una cofia como jaula de Faraday, de cobre, que los
protejan de los fluidos de nuestros muertos, tendrán que tapar la cabeza de la
persona sin ningún dispositivo u orificio que le permita respirar, hablar o
escuchar pues cualquier intersticio que comunique con el exterior a la cabeza
protegida por la cofia dejaría entrar el fluido magnético de la risa. Si
lograsen con el ingenio que les caracteriza resolver los problemas tecnológicos
para tener una cofia segura y comunicable, será muy tarde, pues pasarán años
antes de lograrlo y si lo hacen no tendrán el dinero para cubrir la cabeza de
cada habitante de la Tierra como no lo han tenido para resolver el problema
económico de la humanidad. En consecuencia, siendo nosotros los tétricos, los
tristes, los severos, los taciturnos los seres más poderosos de la Tierra, nos
rebelamos contra ustedes antes de que acaben al mundo con sus guerras o en el
holocausto termonuclear, biológico o químico, o a la larga con la destrucción del
ecosistema; ya nos cansamos de sus estupideces y errores de raza alegre e
irresponsable; es hora de que el mundo lo gobierne gente más seria. En
consecuencia, exigimos lo siguiente o de lo contrario los matamos con la risa:
”Se constituirá una Autoridad Mundial respaldada por una Constitución
Mundial y un único ejército integrado por soldados y oficiales de todas las
nacionalidades que asegurarán la paz del mundo. Esta Autoridad procederá a
desarmar a todos los demás ejércitos nacionales hasta que sólo sirvan como
policías de sus propios países o zonas geográficas. Se abren todas las
fronteras y se hace desaparecer el concepto de nación. Siete grandes grupos
formarán un Consejo Mundial de Gobierno, a saber: 1) China, India y Sri Lanka;
2) Japón e Indonesia; 3) el mundo mahometano, desde Pakistán a Marruecos; 4)
Rusia y sus antiguos satélites; 5) Europa Occidental, Gran Bretaña e Irlanda,
Australia y Nueva Zelanda; 5) Los Estados Unidos y Canadá; 6) África Ecuatorial
y 7) América Latina. Sus miembros serán escogidos democráticamente en
elecciones cada cinco años con sus suplentes. Se desmantelarán las industrias
siguientes: la bélica, la de tabaco, la pornográfica, la de licores y las
contaminantes. Se repartirán drogas gratuitamente bajo control médico y se
perseguirá y pondrá presos a quienes las produzcan sin permiso,
clandestinamente; sin santuarios porque no habrá fronteras que lo impidan.
Ninguna nación o individuo que no sea la policía podrá tener armas. Se aplicará
la pena de muerte a quien viole esta disposición. El tiempo y los excedentes
financieros que quedarán después de desmantelar la industria bélica se
dedicarán a resolver el problema económico mediante la reorganización de la
sociedad humana y la aplicación apropiada de la tecnología para que cada ser
humano tenga una vida digna”.
—Con esto termina el video —aclaró el locutor—. Nuestra última
información es que el Consejo de Seguridad está reunido considerando el
ultimátum de los severos. Fuentes de alta credibilidad piensan que no le
queda otra salida al mundo que satisfacer las demandas de lo que ya se llama La
rebelión de los tétricos.
Ahora lo entiendo todo, aunque no lo recuerde bien. Ha valido la pena mi
inmolación. Puedo terminar de volatilizar mi yo y la sonrisa que queda en mi
faz es sincera: soy un muerto justificadamente sonriente.
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