Aquí le dejo la segunda parte del importante trabajo del fotógrafo Roberto Mata, quien se ha dedicado, a través de entrevistas y registro fotográfico a plasmar las historias de las verdaderas victimas de los acontecimientos que se han vivido en Venezuela desde el 12 de Febrero del 2014.
El producto de este importante aporte del fotógrafo Roberto Mata se ha venido publicando desde el mes de febrero del 2014 en su Blog dentro del Portal Web www.prodavinci.com, en la cuenta de Instagram, www.instagram.com/RMTF y a través de los enlaces en Twitter de la cuenta de @RMTF www.twitter.com/RMTF
El producto de este importante aporte del fotógrafo Roberto Mata se ha venido publicando desde el mes de febrero del 2014 en su Blog dentro del Portal Web www.prodavinci.com, en la cuenta de Instagram, www.instagram.com/RMTF y a través de los enlaces en Twitter de la cuenta de @RMTF www.twitter.com/RMTF
Doris Morillo de Coello, 50. Abogado. Madre de un
detenido.
Fotografía de Roberto Mata.
Doris ha perdido 10 kilos en 26 días. Son los 26 días que lleva Marco
Aurelio Coello, su hijo de 18 años y estudiante de quinto año de bachillerato,
privado de libertad.
En un baño y esposado, un funcionario del CICPC le puso a Marco Aurelio
una pistola en la cabeza y le dijo “Te vamos a matar. Te vamos a sembrar: di
que tú quemaste esas patrullas”.
Marco Aurelio lo negó y así logró que todo empeorara. Lo envolvieron con
tirro y una colchoneta de goma espuma. Entre cinco funcionarios le dieron
golpes, patadas, amenazas. “Firma aquí. Di que tú incendiaste eso”. El mismo
funcionario, impotente ante la negativa, lo roció con gasolina.
Con dos cables le aplicaron descargas eléctricas que lo desmayaron,
hasta que apareció alguien que dijo “No lo maten aquí. Aquí no, aquí nos pueden
ver”. Entonces a manera de entretenimiento los funcionarios jugaron a pegarse
corriente, entre ellos.
Pasaron 48 horas desde la detención de Marco Aurelio hasta que pudo ver
a un abogado. Siempre estuvo incomunicado.
Marco Aurelio fue por primera vez a protestar en una marcha el 12 de
febrero. Fue con un amigo y la mamá del amigo. En Parque Carabobo se quedó solo
y atrapado entre los manifestantes y los funcionarios policiales con escudos.
En un acto de ingenuidad, intentó buscar protección con las fuerzas del
orden. Una bomba lacrimógena le cayó en la cadera. Aturdido y asfixiado perdió
la capacidad de reconocer lo que sucedía alrededor y terminó en el piso. Cuando
logró recuperarse se dio cuenta de tres cosas: no sabía cuánto tiempo había
pasado, lo estaban esposando y veía como ardían unas patrullas del CICPC.
Marco Aurelio, el hijo de Doris, no está solo. Seis jóvenes permanecen
junto a él en esa condición. Sin conocerse antes, han estado unidos en el mismo
espacio. Confinados.
La casa de Doris no está desordenada pero es evidente que dejó de ser
prioridad hace días. El cuarto de Marco Aurelio intacto, la cama tendida, no
hay ropa que lavar. Un camión pequeño llega con un sofá recién tapizado. El
antes tan esperado sofá ahora luce tan fuera de lugar…
Por momentos, Doris pierde la fe. Solo por momentos.
“Los colectivos tienen derecho a matar. Yo no”; Yubiry por Roberto Mata
Yubiry, 18. Bailarina de breakdance y estudiante de
Diseño Gráfico.
Fotografía de Roberto Mata.
Yubiry corretea guardias nacionales. Los ataca con palabras y con
piedras. Se las lanza al cuerpo, no a la cabeza. Reconoce que la ira le ha
permitido desarrollar una gran puntería que debe controlar.
Sabe trancar calles y frenar a colectivos para que no les roben el agua
y la comida de los manifestantes. Está de primera frente al piquete. Logra
acciones concretas.
Su carácter pacífico, con intentos frustrados de diálogo, ha dado paso a
una Yubiry radical. La violencia y eso que considera la injusticia han hecho
florecer una Yubiry valiente, líder.
Dejó hace unos días su participación activa en Altamira. Necesitaba
organizar Chacao para generar distracción y disminuir el ataque de los
guardias, pero la estrategia sólo funcionó el primer día. Luego la represión se
duplicó y ahora cubren todos los focos de protesta que se levantan.
Después del 12 de febrero, Yubiry sintió miedo y reconoció que con ese
miedo no lograría nada. Decidió actuar. Un brazo morado, muchas burlas e
insultos son, hasta ahora, los daños sufridos.
El día que encontró su cuarto lleno de comida, agua y primeros auxilios
comprendió que se había convertido en una líder. Los vecinos le consultan
diariamente la estrategia a emplear.
Ochenta y siete puntos de sutura en la cabeza de una estudiante que
seguía sus instrucciones la dejaron ver el tamaño de su responsabilidad.
Volvió el miedo.
“Los colectivos tienen derecho a matar. Yo no. A ellos la justicia no
los va a condenar. A mí la moral no me lo permite”.
Yubiry cae, se levanta y ve en sí misma cuatro características que
considera fundamentales para que la protesta llegue a algún destino: astucia,
radicalismo, pacifismo y diálogo.
Hace un año que el padre de Yubirí no
le habla. Vive en el estado Cojedes y las diferencias políticas no lo permiten.
La madre se autodefine como apolítica.
El novio de Yubiry la dejó el 13 de febrero cuando sospechó el nuevo
propósito de vida.
Ahora vive con su abuela.
Yubiry a veces se siente sola, pero no lo suficiente como para abandonar su lucha: “el futuro de mi generación”.
Yubiry a veces se siente sola, pero no lo suficiente como para abandonar su lucha: “el futuro de mi generación”.
“En cinco años espero estar vivo”; Julio Coco por Roberto Mata #Perfiles
Por Roberto Mata | 19 de Marzo, 2014
Julio Coco, 36. TSU en Química y activista
político.
Fotografía de Roberto Mata.
Fotografía de Roberto Mata.
— ¿En cinco años?
— En cinco años espero estar vivo. Estamos viviendo una dictadura…
Sobre la mesa, en la sala de su casa, hay ciento veinte dólares en
efectivo. Julio necesita una moto. Se sabe marcado, así
que en metro y camioneticas se siente vulnerable.
Esos dólares tienen una razón de ser: vendió una gift-card de Amazon y está completando para llegar
a quinientos y comprar una Skyline nueva y con garantía, que ya tiene
palabreada con un amigo.
La moto es automática. Julio no sabe manejar sincrónico.
— Yo hubiera querido ser un rockstar, pero soy
rockero de barrio.
— ¿Cómo es eso?
— No voy a los buenos toques, no compro discos originales y compro
franelas de buhonero…
Asegura que no le corresponde asumir la responsabilidad de la dirigencia
política, pero alguien tiene que dar la cara y él lo asume.
Es baterista, usa un piercing, baila salsa, hizo BMX y no tiene más
tatuajes por falta de dinero. Está formalmente desempleado desde hace tres
años, aunque hace asesoría política. Se formó en el partido comunista Bandera
Roja.
En El Tigre, estado Anzoátegui, fue adoptado por los “mala conducta” del
liceo cuando tenía 13 años. Le enseñaron a fumar, a beber, a tirar coñazos y a
jugar truco y básquet. Él les explicaba Física, Química y Matemáticas. Julio
era un “coco” para ellos.
Vive en setenta y seis metros cuadrados, un apartamento con dos
habitaciones. Allí fue donde la esposa grabó el video de cuarenta y dos minutos
que está colgado en internet desde el 12 de febrero.
En una concentración en El Rosal calcula que le tomaron por lo menos
setecientas fotos. Y a cada persona que le preguntó algo le dedicó de cinco a
siete minutos para “hablarle claro y darle una respuesta cara a cara”.
Caminar una cuadra le tomó tres horas.
“Esto es como un tsunami. Una ola pequeña que es ésta que estamos
viviendo. Luego se recoge y, entonces, viene el tsunami”.
Asegura sufrir igual que sufre cada venezolano, nada lo exime, eso cree
que lo conecta con la gente.
Habla de frente, le gusta estar sin camisa y abre la boca cuando se
asombra.
La abre bastante.“Cocino para 35 manifestantes. Lo hago sola, pero no soy la única”; María García por Roberto Mata
María García, 27. Técnico Dental.
Fotografía de
Roberto Mata.
María es técnico dental. Por las mañanas, después de muy pocas horas de
sueño, María cocina almuerzos o cenas. Pasta, arroz y granos para unos 35
manifestantes. Lo hace sola, pero no es la única. Existe una red de personas
que, a pesar de la escasez y la dificultad para trasladarse en la ciudad de
Mérida, apoya con tiempo, comida, medicamentos y logística.
Por las noches María hace guardia. Prepara litros de café y espera muy
cerca de las barricadas, en la Av. Cardenal Quintero, donde aprendió a curar
heridas de perdigón, con agua oxigenada, alcohol o Gerdex y gasa. El primer
día, el 6 de febrero, la mayoría de los disparos a los manifestantes fueron a
la cara. Así aprendió.
Su reloj biológico está invertido desde ese entonces. María no puede
dejar de apoyar desde donde cree es su deber: cocinar y curar.
Estudió Técnica Dental en la UNEFA. Lo que no aprendió en la universidad
lo hizo por cuenta propia, con mucha práctica. Terminó la carrera aunque lleva
dos años esperando el grado.
En su profesión, su lucha también es contra la escasez. No consigue
dientes para fabricar las prótesis. No hay producción nacional. No hay
importados. No puede trabajar.
Una generosa y constante oferta durante los años de estudio fue que, por
asistir a una marcha en apoyo al gobierno, le otorgaran hasta cuatro puntos por
materia en la nota final.
María no marchó, no aceptó la oferta. Quienes marcharon están graduados
y tienen título.
— ¿Tienes novio, María?
— No es tiempo para pensar en eso. No es el momento.
El único escape de María, su refugio, es su hijo de cinco años. Cuando
está con él, trata de no pensar en todo lo que pone en riesgo.
Cuando María oye sonar Sexy and I know it, de LMFAO, contesta su
teléfono. Ése es su ring tone. Cuando
oye una explosión cercana no se inmuta. Sabe que es un mortero. Sólo un mortero
“No duele cuando te disparan. Quema. Da rabia”; Antonio por Roberto Mata
Antonio, 28. Fiscal de Servicios Públicos de la
Alcaldía Libertador, Mérida y estudiante de Derecho.
Fotografía de Roberto
Mata.
El piquete de la Policía de Mérida se abrió en dos para dar paso al
colectivo y el sonido cambió. Dejó de ser perdigón para ser de bala.
Un hombre de un total de diez, con la policía a sus espaldas y de noche,
apuntó y disparó seis veces con una pistola 9 mm. al cuerpo de Antonio. La
cabina de un teléfono público se interpuso y los tres primeros disparos dieron
sobre el aparato, salvándole la cara y el pecho. Los otros entraron y salieron
atravesándole ambas piernas. “No duele cuando te disparan. Quema. Da rabia”.
Los hombres armados hicieron su trabajo. Pie, canilla y muy cerca del
fémur. Tres tiros, mucha sangre, seis orificios. Antonio fue socorrido en un
edificio cercano, hasta que logró pasar la ambulancia que lo llevaría al Centro
de Asistencia Médica Integral de la ULA.
En el momento en que las municiones se acaban y se espera el
reabastecimiento, comienza el ataque a la policía. Antonio no tiene suficiente
brazo como para que una de esas piedras que lanzan lleguen a su destino. La
mayoría cae en el medio. Por eso prefiere protestar con pancartas.
El 12 de febrero, frente al mercado chino Yuan Lin de la Av. Las
Américas y a las siete y media de la noche, los manifestantes ganaban el
encuentro. Eso requirió el paso de los colectivos.
— ¿Eres violento, Antonio?
— Sólo de pensamiento…
Asegura que las barricadas hoy en día son para protegerse de los
colectivos.
El trabajo de Antonio consiste en regular el comercio informal en el
centro de la ciudad. Lo hace a medio tiempo. El resto del día hace vida
universitaria, donde también algunos líderes de los colectivos la hacen.
1152 kilómetros separan a Puerto Ordaz, ciudad natal de Antonio, de
Mérida. Un día decidió que no pagaría 50.000 bolívares fuertes por un cupo en
la pública UDO. También decidió presentar examen en la ULA. Realizó ese
viaje de 28 horas en autobús y lo admitieron. Se asumió estudiante y
alquiló una habitación con baño compartido.
Antonio estudia Derecho. Paradójicamente no cree en denunciar sus tres
heridas de bala, porque si la policía se abrió para dejar pasar a los
colectivos y dispararle, “¿qué justicia puedo esperar?”
Lo dice y, luego,se queda callado.
“A mí me agarraron. De pensarlo todavía tiemblo”, Francesca Commisari, por Roberto Mata
Francesca Commisari, 36, Fotoperiodista.
Fotografía
de Roberto Mata
“A mí me agarraron. De pensarlo todavía tiemblo”.
Aunque siente que reaccionó bien cuando no tuvo más opción que
entregarse, le pasó por la cabeza todo lo que sabía: represión, colectivos,
detenciones, torturas, asesinatos. Todo en un segundo.
A Francesca, italiana de nacimiento, la sacaron cargada entre dos
Guardias Nacionales de una maceta donde estaba escondida frente a la Torre
Británica, el 28 de febrero. Una vez localizada, dispararon perdigones al piso.
A medio metro de ella.
Francesca sintió los efectos de la anestesia cuando va pasando. Vio como
su cuerpo temblaba, mas no lo sentía.
Puso resistencia mientras pudo. Luego soltó el bolso con su cámara.
Francesca es fotógrafo.
“Si esto fuese la Cuarta República, ya estarían muertos”, le repitieron
una y otra vez a todos los detenidos. Esa noche fueron cuarenta y uno.
El interrogatorio comenzó la misma noche de la detención y continuó
hasta el día siguiente. Sin escala. Las mismas preguntas: ¿Quién eres? ¿Qué
haces? ¿Dónde vives? ¡Deletrea tu nombre!
Ser extranjera le permitió moverse como fotógrafo con cierta
tranquilidad hasta la muerte de Chávez. A partir de ese momento todo cambió.
Comenzó a sentir con más rigor las limitaciones a la prensa. Sintió el bloqueo.
— ¿Qué revela tu trabajo fotográfico?
Las llaves de la casa de Francesca, un lector de tarjetas, mil
Bolívares, una caja nueva de Lucky Stryke y todo su equipo fotográfico, están
en posesión de la GNB. Sin embargo, la cámara fue vista en venta a través de
Internet.
Las 36 horas que estuvo detenida, con solo dos comidas en el estómago,
la misma ropa y unas inmensas ganas de hacer fotografías de lo vivido, no salen
de su cabeza. La posibilidad de deportación le fue advertida por la Cónsul de
Italia.
Francesca se quiere ir de Venezuela cuando le plazca. No obligada. No
deportada.
“Tenemos buenas y malas noticias. Hay libertad. No para todos”; las
madres de los detenidos por Roberto Mata
“Tenemos buenas y malas noticias. Hay libertad. No para todos”.
Los familiares de L, C, B, D, J y A fueron detenidos en medio de las
protestas estudiantiles en Parque Carabobo.
“El día que mi hijo salga no le voy a cocinar el pescado que le gusta.
Me lo voy a comer a besos”. Salió. C se lo comió a besos.
Los hijos de L, B y J también salieron. Pero el hijo de D y el
esposo de A, siguen estando presos.
L, C, B, D, J y A no se conocían. Ahora están unidas por algo en común:
la angustia de tener a sus seres queridos detenidos desde el 12 de
febrero. A partir de ese día se organizaron y solidarizaron a través de un
grupo en WhatsApp al que llamaron “Familiares de estudiantes”. Desde allí
mandan y reciben oraciones y peticiones; organizan desayuno, almuerzo y cena
para sus familiares; cuentan avances, retrocesos y anécdotas de los días de
encuentro; y coordinan visitas a una virgen que hace milagros.
Cada una de ellas, asume el lugar de la otra. Vive la ansiedad. Se sabe
en tragedia. Comparte fortalezas y debilidades. Mantiene la esperanza.
Durante siete semanas, miércoles y sábados, de 3:00 a 5:00 de la tarde,
ellas entraron a verlos en prisión y ellos salieron unos pocos metros a recibirlas.
Hablaron.
Se dieron fuerza. Se escucharon. Se abrazaron. Se amaron.
Y se despidieron sin voltear hacia atrás.
Todas han perdido kilos y ganado años. Cuando duermen (cuando lo
logran), las pesadillas, las imágenes y la ansiedad las despiertan.
La taquicardia es el nuevo pulso cardíaco.
Han estado hablando con por lo menos un abogado al día. La fe ha ido y
venido. La perseverancia sigue presente.
Las que tienen a sus hijos en casa reconocen que quedan otros privados
de libertad. Por lo tanto el horario y los turnos de comidas permanecen.
L, C, B, D, J y A ahora son una especie de familia, aunque ayer sólo
llegaron cuatro arepas para dos, en lugar de las doce habituales para seis.
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