Los fusilamientos del 3 de Mayo Francisco de Goya 1814
Lienzo. 2,66 x 3,45 Museo del Prado, Madrid
En 1814, una vez finalizada la
Guerra de la Independencia española, Goya pinta este lienzo por encargo de la Regencia.
El pintor nos presenta la culminación del episodio ocurrido el día anterior,
cuando los madrileños se sublevan contra las tropas francesas que ocupaban la
capital; ahora vemos cuales son las consecuencias de aquella feroz resistencia.
"Desde esta misma ventana vio mi amo los fusilamientos con un catalejo en la mano derecha y un trabuco cargado con un puñado de balas en la izquierda. Si llegan a venir los franceses por aquí, mi amo y yo somos otros Daoiz y Velarde."
Isidro contó también que al acercarse la media noche Goya le ordenó que cogiese el trabuco y le siguiese:
"Fuimos a la montaña del Príncipe Pío, donde aún estaban insepultos los pobres fusilados. Era noche de luna, pero como el cielo estaba lleno de negros nubarrones tan pronto hacía claro como oscuro. Los pelos se me pusieron de punta cuando vi que mi amo, con el trabuco en una mano y la cartera en la otra, me guiaba hacia los muertos (...). Luego, sentándonos en un ribazo, a cuyo pie estaban los muertos, mi amo abrió su cartera, la colocó sobre sus rodillas y esperó a que la luna atravesase un nubarrón que la ocultaba. Bajo el ribazo revoloteaba, gruñía y jadeaba algo (...), pero mi amo seguía tan tranquilo preparando su lápiz y su cartón. Al fin la luna alumbró como si fuera de día. En medio de charcos de sangre vimos una porción de cadáveres, unos boca abajo, otros boca arriba, éste en la postura del que estando arrodillado besa la tierra, aquel con la mano levantada."
La solución pictórica plasmada en este lienzo traduce un auténtico dramatismo, que parece, sin duda, captado directamente de la realidad. Contemplando la pintura resulta pues creíble la narración de Isidro, el criado. Goya presenció, probablemente, los trágicos acontecimientos que recogen sus pinceles y tomó apuntes en el mismo escenario donde tuvieron lugar los fusilamientos.
El modo de componer la escena
determina las características de los dos grupos protagonistas: por un lado los
ejecutados, ofreciendo su cara al espectador y al grupo de los verdugos,
rostros vulgares, atemorizados y desesperados, en toda una galería de retratos
del miedo que Goya nos ofrece. Cada uno se recoge en una postura diferente,
según sea su actitud ante la muerte: está el que se tapa el rostro porque no
puede soportarlo o el que abre sus brazos en cruz ofreciendo su pecho a las
balas. Este personaje, en concreto, es un elemento terriblemente dramático,
puesto que mira directamente a los soldados y su camisa blanca atrae el foco de
luz de la lámpara que se sitúa a su lado, como una llamada de atención a la
muerte que se acerca. A sus pies, los cuerpos de los ajusticiados anteriormente
caen en desorden. Detrás, los otros sentenciados aguardan su turno para ser
fusilados.
El otro grupo, paralelo al
anterior, lo conforman los soldados franceses que van a ejecutar a los
patriotas. Los soldados están de espaldas al espectador, que no puede ver sus
rostros, puesto que no tienen importancia: son verdugos anónimos, ejecutando
una orden, como una auténtica máquina de matar.
Todos los personajes se
encuentran en un exterior nocturno, indefinido, pero que históricamente se sabe
fue la montaña de Príncipe Pío, donde según las crónicas se pasó por las armas
a los sublevados de la jornada anterior.
La pincelada empleada por el maestro
es absolutamente suelta, independiente del dibujo, lo que facilita la creación
de una atmósfera tétrica a través de las luces, los colores y los humos. Los
rostros gozan de tremenda expresividad, anticipándose Goya al Expresionismo que
caracteriza una etapa pictórica del siglo XX.
Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío de Madrid es uno de los más altos logros de la pintura española y, probablemente, uno de los hitos también de la pintura universal. Sin duda, además de sus excelencias artísticas, puede ser considerado uno de los cuadros de temática histórica más dramáticos de toda la historia del arte.
La intensa pasión que inspira la composición consiguió que este lienzo de Goya fuese más que un recordatorio de un hecho concreto, y mucho más también que una simple arenga o un manifiesto fruto del fervor patriótico del autor. El pintor, llevado por la intensidad dramática de los hechos que narra, supo expresar en toda su violencia, aunque con sobriedad y eficacia extremas, la crueldad inexorable del hombre para el hombre y a la vez su exasperado y rebelde deseo de libertad.
Pero el acierto de la obra no radica sólo en su significación, sino también en su extraordinario sentido de la anticipación. En ella, Goya supo destilar lo más personal de su técnica, que desemboca en un lenguaje plástico de fuerza desconocida hasta el momento y abre las puertas (aún a principios del siglo XIX) al expresionismo más actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario