jueves, 15 de mayo de 2014

ILUSIONES SIN DESTINO



A 38 años de la publicación del Libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” escrito por el periodista Carlos Rangel tomo prestadas algunas reflexiones e ideas del filósofo, politólogo e investigador Aníbal Romero sobre este libro y su vigencia.

A la luz de los acontecimientos que han conmovido y condicionado la vida de los venezolanos durante estos últimos 15 años, es realmente interesante y a la vez perturbador comprobar que las ideas de Carlos Rangel expuestas en su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario" cada día tienen más sentido. Releyéndolo, me impacta la frescura de sus ideas y compruebo las razones de su prolongada vigencia. Con admirable lucidez, Rangel sometió a cirugía los mitos que hoy tranquilizan las conciencias latinoamericanas.

La aguda e implacable crítica de Rangel desnuda una cultura política complaciente y extraviada en sus espejismos. Los latinoamericanos "nos mentimos a nosotros mismos, y aceptamos además fácilmente cualquier mentira ajena que nos alivie de nuestra humillación", puede leerse en las páginas de esta insigne obra. Al destruir los mitos, Rangel sacudió los espíritus de tal forma, que hasta el día de hoy, sus detractores dejan ver su frustración y odio hacia el escritor, pero son incapaces de rebatir con lógica y no con iracunda emoción, alguno de sus planteamientos.

Del buen salvaje... sigue siendo una especie de cartucho de dinamita arrojado en medio de una fiesta, en este caso la engañosa fiesta en que se deleita una América Latina acosada por sus tropiezos. Los latinoamericanos acogemos con beneplácito el mito del buen salvaje, del hombre puro y simple corrompido por una sociedad injusta y explotadora; una sociedad que, sin embargo, puede redimirse mediante utopías colectivistas. Por otro lado, la humillación que se deriva de la brecha entre el inmenso poder de Estados Unidos y las divisiones, el atraso y la inestabilidad de América Latina genera el mito del buen revolucionario, arquetipo del latinoamericano que culpa al coloso norteño por todos nuestros males y dedica su existencia a luchar contra "el imperio".

Lo que más llama la atención cuando se regresa a este valiente libro es lo poco que hemos aprendido. Rangel asevera, por ejemplo, que "la ambición secreta que vive en el corazón de cada latinoamericano" consiste en "desafiar a los Estados Unidos, romper con los Estados Unidos, como desquite no sólo por los atropellos y  humillaciones particulares y concretos sufridos por los latinoamericanos, colectiva e individualmente, a manos de los yanquis, sino sobre todo por la humillación y el escándalo generales que significan el éxito norteamericano y el fracaso latinoamericano". Cuando escribió estas líneas, Rangel tenía en mente a Fidel Castro. Uno se pregunta: ¿qué hubiese pensado de haber contemplado, tres décadas más tarde, a Hugo Chávez y a sus herederos?

Rangel fue claro al señalar:

El imperialismo norteamericano en América Latina no es, desde luego, ningún mito. Sólo que es una consecuencia y no una causa del poder norteamericano y de nuestra debilidad. Hasta el despojo más inicuo, por reprobable que sea, no excusa de buscar una explicación racional para la fuerza del ladrón y la debilidad de la víctima.

En buena medida, Del buen salvaje... es un intento de explicar tal abismo, y aunque Rangel no elabora propuestas explícitas queda implícita su convicción de que sólo abandonando esos mitos, reconfortantes pero falsos, asumiendo nuestras responsabilidades y superando el complejo de inferioridad que se escuda tras las fantasías del buen salvaje y el buen revolucionario seremos capaces los latinoamericanos de construir naciones prósperas y estables, a la vez que una relación madura y mutuamente beneficiosa con Estados Unidos.

¿Es esa meta factible? Quizás, pero los síntomas negativos son múltiples. A pesar del descrédito mundial del socialismo, todavía se reivindican en nuestro medio las fórmulas del fracaso, y algunos hasta sostienen que el socialismo es "humanista". El antiyanquismo sigue siendo la moneda corriente entre buena parte de la intelectualidad latinoamericana, cuya visión del mundo continúa ubicada en la izquierda, y es tan profundo ese sentimiento que personas presuntamente ponderadas terminan convertidas –a la manera de Chávez– en apologistas de personas como Noam Chomsky (el mismo que en su momento apoyó las matanzas de Pol Pot en Camboya y del norcoreano Kim Jong Il).

El Che Guevara, cruel símbolo de una inmensa decepción, aún enciende las emociones de muchos en nuestras tierras. Más recientemente hemos visto como la reelecta presidenta chilena, confundida por los mitos, dudó sobre su voto en la OEA por temor a ser vista junto a Washington. Cuba permanece asfixiada por el totalitarismo, y los presidentes de Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela enarbolan la retórica del buen salvaje, mezclándola con la del buen revolucionario.

¿Tuvo sentido la audaz empresa intelectual de Carlos Rangel, y los costos personales que pagó por su coraje político? Pienso que sí, pues los mitos de siempre fueron develados por su pluma certera como lo que realmente son: ilusiones sin destino.



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