En el epitafio del chavismo podríamos poner: sus ideas de
rebelión no eran finalmente sino cadenas, y su tentativa de liberación una
forma de esclavitud. Porque uno de los fundamentos del cambio que necesitamos
hoy es la eliminación de la agresividad patológica. Entre otras cosas, el
cambio que buscamos es para evitar el Estado Policial. Todo permanecería
pervertido si no extirpamos la raíz, porque el cambio no es únicamente un
desplazamiento político sino la mutación de los fines para los cuales se gobierna,
como una nueva opción en los objetos del amor, el odio y el respeto. La
libertad no está en la punta de un fusil, aunque las bayonetas amenacen a
Venezuela.
Junto a la evolución tecnológica debemos desarrollar nuestra
conciencia ecológica, es necesario un retorno a lo natural. El cambio por la
preservación de las riquezas y beneficios del planeta suscita la necesidad de
creer en la bondad del prójimo y en las de uno mismo, y de probarlo,
entendiendo que nuestras acciones entran en interacción con nosotros mismos,
con los otros con el midió ambiente y con la sociedad en general, produciendo
resultados contrarios o muy diferentes a la intención o intenciones iniciales
con las cuales se puso en juego la acción inicial. Debemos variar de la cultura
individualista hacia las culturas colectivas y globales. También en la ecología
hallamos la energía indispensable para ciertas batallas. No todas las
omnipotencias se rebajan por vía del poder de la política. No debemos seguir el
ejemplo del chavismo, quienes queriendo generar un cambio en la sociedad, han
terminado pervirtiendo todas las condiciones para la convivencia armónica y
pacífica.
Nuestros alertas deben fundamentarse en la educación, la
investigación científica y técnica, y la emoción colectiva. Tanto en la
naturaleza como en las ciudades hay sofoques y basura; no se trata sólo de
sufrir su influencia, sino alzarse contra tan triste estado ambiental, que
atrofia la calidad de la vida. Lo que pertenece a todos no puede dejarse a un
lado, requiere una eclosión de consciencia, un cambio hacia las relaciones
intrasociales, la co-propiedad, la co-gestión, la co-decisión, la
co-dependencia, la co-responsabilidad. Se trata de una temática que no es
“desmovilizadora” ni “mistificante” sino envolvente para todos; es una lucha de
contracultura que nada tiene de marginal, es una galaxia de cambios similar a
los valores de la igualdad, a la lucha
contra los vínculos totalitarios que reposan en la jerarquización por la fuerza
y la arbitrariedad. ”La sociedad no transforman a los hombres, los hombres
trasforman a la sociedad"
Debemos salir de la cultura directiva hacia la cultura de la
productividad, hacia una participación suficiente de los interesados, sin
condiciones que permitan el abuso. Todas las variables de la igualdad pasan por
la reivindicación de la mayor libertad, sin censura, en repudio de los vínculos
totalitarios, donde sobrevive la desidia. Este es el corte del cambio y pasa
por los cambios de sensibilidades, conductas, hábitos, pensamientos y actos. Lo
normal es que el cambio político se produzca en la cima, menos que en la
sociedad, para que resulte perdurable. La sociedad no transforma a los hombres,
los hombres trasforman a la sociedad.
La fuerza del cambio existe, ya comienza la confrontación
cara a cara. Y decimos crisis. El cambio se sitúa en el punto de convergencia
de líneas inconclusas, imprecisas y de difícil clasificación. La vanguardia del
cambio, hoy, no está sólo en las élites, partidos políticos, ni en la clase
trabajadora; está en la vida moral, intelectual, comunitaria, política, cuyos
creadores alimentan la llama y que en algunos casos viven en los intersticios
de la sociedad.
La involución del chavismo agrava nuestras dificultades
internas, destruye los medios para hacer las reivindicaciones, provocan la
descomposición, disgregan. El desastre en ciernes no amerita un deslizamiento a
la derecha ni a cualquier autoritarismo político. Las perspectivas de cambio
definen los límites de la contestación. O puede haber un cambio fundamentado en
la negación de la realidad. Debe quedarse en manos del chavismo el narcisismo,
la autoadmiración, los complejos y la ignorancia que los caracteriza.
El estado narcisista se caracteriza por quererlo todo de un
golpe, y como no obtiene satisfacción recurre a la alucinación del deseo; el
poder excluye la acción progresiva, ignora la realidad y se vuelve
incompatibilidad, contradicciones bajas; la idea de elección les resulta
intolerable. Así se hace un “gobierno contestatario” de sí mismo, excluyendo
las soluciones correctas, subordinándose a decadencias, próximas y lejanas. Y
cualquier discusión técnica, cualquier reserva acerca de un detalle, incluso de
quienes están de su lado, son rechazados y vistos como un acto de hostilidad.
Pero la discusión técnica es nuestro llamado a la realidad,
justamente lo que no puede tolerar aquél para quien no existe sino la
gratificación súbita, quien no puede soportar ni los insoportables regateos ni
las impiadosas acciones de cambio. Todo cuanto contradiga la omnipotencia mágica
de las palabras es vivido como la repetición de la herida narcisista original
experimentada por el niño cuando descubre su dependencia del ambiente que lo
rodea. En el universo de todo o nada, la redención está en la acción. El
redentor puede ser el “pobre”, a quien el chavismo necesita en sufrimiento,
como víctima a socorrer. De ahí su tendencia a negar y reintegrar al proletario
su papel de víctima.
Ningún cambio puede surgir de la pretensión de encarnar el
Bien absoluto contra el Mal absoluto. Ni irracionalidad ni intolerancia.
Dejemos que el chavismo nos invente otra película de vaqueros, quizás con un
toque de “marxismo zen” o “marxismo pop”; ya cuentan con trapecistas financieros, narco malabaristas y
el gordo payasón, entre otros especímenes del circo, que se entienden de
maravillas vistiendo ropitas rojas para las tristezas del poder...
@gantillano
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