La adversidad es uno de los elementos que merman la
capacidad de ser feliz del ser humano. No tanto en sí misma, sino por la huella
que deja en la psicología. La incapacidad de lucha frente a hechos indignos o
injustos, en los que a veces queda impune el malhechor, puede mermar la
capacidad de adaptación del hombre al medio. Y esta incapacidad se torna en
complejo de inferioridad y de desvinculación social, que hace alejarse al
individuo del entorno y de sí mismo, desprendiéndose, igualmente, de la
estabilidad emocional y racional que requiere la búsqueda de la felicidad.
Así, la única actitud a seguir es la de la lucha hasta el
final de las consecuencias. Hay que enfrentarse a los miedos que la adversidad
conlleva. Hay que luchar aún a expensas de no tener una resolución positiva.
Hay que luchar hasta el último aliento. La adversidad es un síndrome que
destruye grandes logros del pensamiento positivo. Pero el término lucha no
tiene que ir unido al de temeridad. Lucha no significa ni violencia ni
agresividad, sino perseverancia y constancia en el peligro. La adversidad es un
enemigo de la felicidad y por ello hay que enfrentarse a sus secuelas, sin
renunciar a nada. No podemos pretender que todas las cosas nos salgan bien ni
que estén a nuestro gusto, pero si podemos intentar adaptarlas o destruirlas si
se puede.
El problema principal de la adversidad es que empequeñece el
espíritu luchador del cerebro, que prefiere dejar pasar o poner la otra
mejilla, o la resignación, porque requiere menos esfuerzo mental. La adversidad
es un buen baremo para analizar nuestras debilidades psicológicas, y de
aprender a mejorarlas.
Sin embargo, estas palabras son difíciles de compaginar con
la realidad, que casi siempre supera a todo lo imaginable.
La suerte, la fortuna, el sino son hijas legítimas de la adversidad, por la que siempre estaremos marcados. Desde la antigüedad los
hombres supieron comprender que el hombre no puede controlar ciertas
circunstancias y casualidades y creó a los Dioses para consolarse. Y aún en el
siglo XXI seguimos igual. Pero la consolación es una admisión de la pérdida y
una negación de la lucha en favor de poder malvivir emocionalmente. Mejor es
terminar dignamente un día que vivir cientos humillados y acobardados por la adversidad.
La felicidad requiere una alerta constante para con sus
enemigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario