Václav Havel
Discurso de investidura el 1 de Enero de 1990. La República Checa vuelve a ser Libre.
Vivimos en un entorno moral contaminado.
Nuestra moral enfermó porque nos habíamos acostumbrado a
expresar algo diferente de lo que pensábamos.
Aprendimos a no creer en nada, a hacer caso omiso de los
demás, a preocuparnos sólo por nosotros mismos.
Conceptos como amor, amistad, compasión, humildad o perdón
perdieron su profundidad y sus dimensiones, y para muchos de nosotros pasaron a
representar tan sólo singularidades psicológicas. Nos parecían recuerdos
extraviados de una época ancestral, algo ridículos en la era de las
computadoras y las naves espaciales.
Sólo unos pocos fuimos capaces de alzar nuestras voces para
gritar que los poderes nunca deberían haber sido todopoderosos; que las granjas
especiales, que producen alimentos ecológicamente puros y de la mejor calidad
sólo para esos poderes, deberían haber enviado sus productos a escuelas,
hogares infantiles y hospitales, ya que nuestra agricultura era incapaz de
ofrecérselos a todo el mundo.
El régimen anterior -armado con su ideología arrogante e
intolerante-redujo el hombre a una fuerza productiva y la naturaleza a una
herramienta de producción. Al hacerlo, atacó tanto a la esencia misma de ambos
como a la relación que los une. Redujo personas autónomas y de gran talento,
que trabajaban con destreza en su propio país, a tuercas y tornillos de una
maquinaria monstruosamente enorme, ruidosa y pestilente, cuyo significado real
nadie comprende.
Esta no puede más que desgastarse lenta pero inexorablemente,
tanto a sí misma como a todos sus tornillos y sus tuercas. Cuando hablo de un
entorno moral contaminado, no hablo sólo de esos caballeros que comen verduras
orgánicas y no miran al exterior desde su ventana. Hablo de todos nosotros.
Todos nos habíamos acostumbrado al sistema totalitario, lo
habíamos aceptado como un hecho inalterable y, por tanto, contribuíamos a
perpetuarlo. Dicho de otro modo, todos nosotros -si bien, naturalmente, en
diferente grado-somos responsables del funcionamiento de la maquinaria
totalitaria; nadie es sólo su víctima, todos somos partícipes también de su
creación.
¿POR QUÉ DIGO ESTO?
Sería muy poco razonable entender el triste legado de los
últimos cuarenta años como algo ajeno a nosotros, algo que nos ha dejado en
herencia un pariente lejano. Por el contrario, debemos aceptar este legado como
un pecado que cometimos contra nosotros mismos. Al aceptarlo como tal,
comprenderemos que es responsabilidad nuestra, y de nadie más, hacer algo al
respecto.
No podemos culpar de todo a los gobernantes anteriores, no
sólo porque sería falso, sino también porque podría adormecerse el deber al que
cada uno de nosotros se enfrenta hoy, es decir, la obligación de actuar con
independencia, con libertad, de forma razonable y rápida.
No nos equivoquemos: el mejor gobierno del mundo, el mejor
Parlamento y el mejor presidente no pueden lograr mucho por sí solos. Sería
igual de erróneo esperar un remedio general que tan solamente procediera de
ellos. La libertad y la democracia implican la participación y, por tanto, la
responsabilidad de todos nosotros. Si somos conscientes de esto, todos los
horrores que heredó la nueva democracia checoslovaca dejarán de parecernos tan
terribles.
Si somos conscientes de esto, en nuestro corazón renacerá la
esperanza. Al realizar el esfuerzo necesario para enderezar los asuntos de
interés común, tenemos algo en qué apoyarnos. Estos últimos tiempos -y, en
especial, las últimas seis semanas de nuestra pacífica revolución-han develado
el enorme potencial espiritual, moral y humano, así como la cultura cívica, que
estaban dormidos en nuestra sociedad bajo la máscara impuesta de la apatía.
Cada vez que alguien declaraba categóricamente que éramos
esto o lo otro, yo siempre objetaba que la sociedad es una criatura muy
misteriosa y que no es sabio confiar tan sólo en la cara que te presenta.
Me alegra ver que no me equivocaba. En todo el mundo, la
gente se pregunta dónde encontraron los ciudadanos de Checoslovaquia, dóciles,
humillados, escépticos y cínicos en apariencia, esa fuerza maravillosa para
deshacerse de la carga del yugo autoritario en pocas semanas y de una forma
pacífica y decente. Preguntémonos de dónde sacó la gente joven, que nunca había
conocido otro sistema, el deseo de alcanzar la verdad, el amor por el
pensamiento libre, sus ideas políticas, su valor cívico y su prudencia cívica.
¿Cómo fue que sus padres -esa generación que se consideraba perdida-se unieron
a ellos? ¿Cómo es posible que tantísima gente supiera de forma inmediata qué
hacer, y que ninguno de ellos necesitara consejos ni órdenes? Masaryk basó su
política en la moralidad. Intentemos, en una nueva época y de una forma nueva,
restaurar ese concepto de política. Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que
la política debería ser la expresión del deseo de contribuir a la felicidad de
la comunidad en lugar de la necesidad de engañarla o expoliarla.
Enseñémonos, y enseñemos a los demás, que la política no
sólo puede ser el arte de lo posible, en especial si esto implica el arte de la
especulación, el cálculo, la intriga, los tratos secretos y las maniobras
pragmáticas, sino incluso también el arte de lo imposible, el arte de
mejorarnos a nosotros y mejorar el mundo.
Tenemos por delante unas elecciones libres y una campaña
electoral. No permitamos que esta lucha mancille el rostro hasta la fecha
limpio de nuestra apacible revolución. No permitamos que las simpatías del
mundo, que tan de prisa nos hemos ganado, se pierdan con la misma rapidez
enredándonos en la jungla de las escaramuzas por el poder. No permitamos que el
deseo de servir a uno mismo prospere de nuevo bajo la bella máscara del deseo
de servir al bien común. Lo que ahora importa de verdad no es qué partido, qué
club o qué grupo prevalecerá en las elecciones. Lo importante es que los ganadores
sean los mejores de entre nosotros, en el sentido moral, cívico, político y
profesional, sea cual sea su afiliación política.
Las políticas y el prestigio futuros de nuestro Estado
dependerán de las personalidades que seleccionemos y elijamos después para
nuestros organismos representativos. En conclusión, me gustaría decir que
quiero ser un presidente que hable menos y trabaje más. Ser un presidente que
no sólo mire al exterior desde la ventanilla de su avión, sino que, en primer
lugar y ante todo, esté siempre presente entre sus conciudadanos y los escuche
con atención.
Puede que se pregunten con qué tipo de república sueño.
Dejen que les responda: sueño con una república independiente, libre y
democrática, una república económicamente próspera y, no obstante, socialmente
justa. En pocas palabras, una república humana que sirva al individuo y que,
por tanto, albergue la esperanza de que el individuo la sirva a ella a su vez.
Una república de personas enteras, porque sin ellas es imposible solucionar ninguno
de nuestros problemas, ya sean humanos, económicos, medioambientales, sociales
o políticos.
El más distinguido de mis antecesores comenzó su primer
discurso con una cita del gran pedagogo checo Comenio. Permítanme concluir mi
primer discurso con mi propia paráfrasis de la misma afirmación: ¡Pueblo, han
recuperado su gobierno!
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